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La gran incógnita

Por Antonio Pacios

The Big C es, de principio, una serie ambigua. Difícil de clasificar. Cuando uno acaba de ver el piloto no sabe muy bien si se trata de una comedia dramática o de un verdadero drama con tintes cómicos.

El título en sí ya resulta confuso. La gran C puede hacer alusión a dos cosas: La primera, la inicial de su protagonista; Cathy, una atractiva profesora de cuarenta y dos años, recién separada y con un hijo adolescente, que es interpretada por la actriz Laura Linney (a la que seguramente recordemos por haber sido la esposa de Jim Carrey en El Show de Truman). O la segunda, la C del cáncer mayúsculo de piel en fase IV que le acaban de diagnosticar nada más arrancar el primer capítulo.

Melanomas aparte, la serie rezuma vitalidad y huele a optimismo por los cuatro costados. De hecho se parece a ese anuncio simpático y colorista donde Isabel Coixet se preguntaba a qué huelen las nubes licuado con un pequeño chorrito lacrimoso de su película “Mi vida sin mí”.

Nuestra gran Cathy, lejos de hundirse después de recibir tan mala noticia, se entrega a la enfermedad con los brazos abiertos. Decide vivirla en secreto, sin comentarles nada a sus familiares y amigos, como si ésta fuera un regalo, una bendición caída del cielo, una catarsis espiritual. Encontrando la excusa perfecta para liberarse del lastre que ha sido su pasado. A partir de entonces se muestra tan sincera con los demás que en ocasiones duele oírla. Y en cada capítulo se plantea realizar alguna nueva excentricidad. Por ejemplo, saca del banco hasta el último céntimo de los ahorros que tenía guardados para la jubilación y comienza a derrocharlos sin miramientos, ordena construir una piscina en el jardín de su casa, se bebe una botella de champán de 450$ y derrama más de la mitad sobre la tapicería del sofá blanco del salón, compra un deportivo de color rojo, empieza a fumar o se depila con cera el vello púbico como si fuera una estrella del porno y a continuación lo estrena buscando un amante de color (eufemismo social para referirse a un amante negro).

No conocemos nada de la vida anterior de Cathy, pero intuimos que seguramente era bastante menos espontanea y mucho más aburrida que la que vemos ahora.

El reparto de la serie lo completan caras tan conocidas como el maravilloso Oliver Platt, en el papel de un inmaduro marido empeñado en salvar su matrimonio a toda costa. Gabourey Sidibi, la chica de Precious, alumna a la que Cathy intenta redimir de su grave problema de obesidad. John Benjamin Hickey, hermano de la protagonista, ecologista y antisistema gritón que sólo se alimenta de la comida que otros arrojan a la basura (sus apariciones en pantalla son brillantes). Phyllis Somerville, una anciana vecina que se convierte en su mejor amiga y confidente. Reid Scott es el médico que la trata. Y Gabriel Basso, como el hijo, holgazán y bromista, en plena edad del pavo.

The big C resulta divertida, sí, y también muy fácil de ver. Los capítulos son cortos. Duran lo mismo que una sitcom, poco menos de treinta minutos. Yo me he tragado este mismo fin de semana los trece de la primera temporada repartidos en dos sesiones para poder escribir este artículo. Pero no resulta tan original ni tan arriesgada como proclaman en Showtime, cadena conocida por éxitos como Dexter, Californication o Nurse Jackie. El tema que trata ya ha sido antes discurso de otras series. En la irreverente y ácida Breaking bad (del canal por cable AMC), donde un tipo al que diagnostican un cáncer de pulmón incurable decide comprarse una autocaravana, montar en ella un laboratorio móvil para fabricar metanfetamina y liquidar los problemas económicos de su familia antes de morir. A medida que avanza esta serie sí que apreciamos el deterioro físico del protagonista; Walter White (Bryan Cranston). En cambio a Cathy se le ve en pantalla tan sana como esas manzanas Granny Smith que de tanto que brillan parecen de plástico. Ella está más que correcta en su interpretación. Pero como espectadores únicamente somos conscientes de la enfermedad por sus puntuales visitas al oncólogo. Y sólo llegando a los capítulos finales la sombra del cáncer parece avanzar de puntillas como nubes pestilentes dispuestas a arruinar un soleado día de fiesta.

Para terminar y con esto despejo la gran inCógnita; si tuviera que elegir entre The big C” o Breaking bad, sin lugar a dudas, prefiero la segunda. Solo por una mera cuestión de analogía y estilo. Habrá gente a la que le pegue más un bolso de Prada, en cambio a mi me sientan bastante mejor un par de zapatillas Converse desgastadas.

La primera es pop, pero la otra golpea directa como puro y duro rock n’ roll.

*Showtime emitirá la segunda temporada de The big C en verano del 2011.

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