Algo elemental

Abrir Algo elemental (Atalanta, 2010) es entrar en una sala llena de curiosidades. Cada texto tiene una personalidad propia a la vez que se hermana con los que le acompañan a través de un criterio muy definido: mostrar la realidad a través de una mirada mágica. Misteriosas perlas unidas por un hilo que es la paciencia de su recopilador. Y como creemos que es imposible reseñarlo sin violar su naturaleza daimónica, pensamos que lo mejor es ofrecer uno de sus textos y así incitar la imaginación de nuestros visitantes:

En cinco noches de verano seguidas del siglo XVII, Bernard le Bouvier de Fontenelle pasea por un jardín a la luz de la luna hablando de las estrellas con una bella marquesa, a quien no nombre. Anota (o inventa) su conversación en un libro titulado Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos. En la quinta noche abordan la cuestión de los vórtices, para los que su traductora al inglés, nada menos que Aphra Behn, emplea el término cartesiano de tourbillons: “A mí”, dice la marquesa, “el Universo me parece tan vasto que me pierdo en él. Ya no sé donde estoy […].  ¿Estará todo dividido en tourbillons colocados juntos confusamente?, ¿Es cada estrella fija el centro de un tourbillon, y podría ser éste tan grande como nuestro Sol? ¿Es posible que todo este espacio donde nuestro Sol y nuestros planetas describen su revolución no sea nada más que una parte insignificante del universo? […] Esto me confunde, me turba, me espanta.

“A mí, por el contrario”, dice Le Bouvier de Fontenelle. “esto me infunde ánimos. Cuando creía que el Universo no era más que esta gran bóveda azul donde las estrellas estaban colocadas como si fueran un montón de uñas o pendientes dorados, el Universo me parecía demasiado pequeño y estrecho; me sentía en él como encerrado y oprimido. Pero ahora tengo claro que esta bóveda azul es infinitamente más extensa y profunda, que está dividida en miles y miles de tourbillons o remolinos, me parece que soy más libre, que respiro un aire más fresco, y que el universo es infinitamente más magnífico… Nada hay tan hermoso como representar este prodigioso número de tourbillons, cuyo centro está ocupado por un sol que hace que los planetas giren a su alrededor. Los habitantes de los planetas de cualquiera de estos tourbillons ven por todos lados el centro iluminado del tourbillon que les rodea, pero no pueden descubrir los planetas de otros…”

“Me ofrecéis”, dijo la marquesa, “una perspectiva tan amplia que mi vista no puede alcanzar su término. Veo claramente a los habitantes de la Tierra; en seguida me hacéis ver los de la Luna y los demás planetas de nuestro tourbillon o remolino. Después de esto. Me hablas de los habitantes de los planetas de los otros tourbillons […] ¿Qué será de nosotros en medio de tantos mundos? […] Veo la Tierra tan terriblemente pequeña que no creo que en adelante pueda sentir interés alguno por ninguna parte de ella. Seguramente, si se siente tanto afán por engrandecerse, si se realiza un proyecto detrás de otro, si se gastan tantos esfuerzos, es porque no se conocen los tourbillons. Por mi parte, creo que los menospreciaré perezosamente, y […] cuando alguien me lo reproche […] , responderé con vanidad: “¡Ah, tú no sabes lo que son las estrellas fijas!”.

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