Alan Lomax, el desenterrador de canciones
Por Diego Puicercús.
Existen personajes que, de no haber existido, habría que habérselos inventado ya que su labor (en muchos casos oscura) es tan determinante que sin ella todo lo que conocemos ahora sería completamente distinto. Uno de esos héroes anónimos para la gran mayoría y al que se le deben, entre otras cosas, la recuperación y documentación de la tradición musical americana es Alan Lomax. Nacido en 1915 en Texas, era hijo de el etnomusicólogo John Lomax que fue uno de pioneros en registrar y viajar para grabar el canto popular de los afroamericanos y, aunque padre e hijo no fueron los únicos en hacerlo, probablemente fuesen los que lograron mejores resultados.
Siguiendo los pasos de su progenitor, Alan comenzó a trabajar a los dieciocho años en los Archivos de la Canción Folk Americana de la Biblioteca del Congreso de Washington. A los veinte ya era su director y recorría junto a su padre (y un equipo técnico consistente en una grabadora que pesaba 100 kilos y dos baterías de 35 montadas en la parte trasera de su coche) por los estados del sur, realizando históricas grabaciones de campo. Ese continuo rastreo de canciones tradicionales les llevó, entre otros sitios, a la prisión de Angola en Louisiana donde descubrieron a Huddie Ledbetter (más conocido como Leadbelly) al que ayudaron a salir de allí y a convertirse en uno de los grandes bluesman de la historia.
En 1938, Lomax grabó durante horas las canciones y las declaraciones de Jelly Roll Morton, uno de los fundadores del jazz, y en 1940 formó parte de un equipo que bajó al Delta en busca de Robert Johnson (ignorando que ya había muerto). En su lugar se encontró con un jovencísimo Muddy Waters que, poco después de grabar con él, se mudaría a Chicago y revolucionaría el mundo del blues. Pero no fue ese el único campo en el que trabajó, y a él se le debe también el descubrimiento de Woody Guthrie y Pete Seeger y se le puede considerar el responsable de marcar los límites y el concepto de la música folk. No cabe duda que la monumental obra que padre e hijo llevaron a cabo entre los años 1934 y 1942 supone la mayor investigación jamás realizada acerca de la música popular en vivo.
Su compromiso político, gracias al que afianzó su amistad con los ya mencionados Guthrie y Seeger, se generó en sus continuos viajes por el sur de su país y su contacto con la extrema pobreza (además del segregacionismo que aún se mantenía muy presente) que allí se vivía. La presión anticomunista de la era McCarthy en Estados Unidos hizo que entre 1950 y 1958 se estableciese en Londres donde trabajo para la BBC y Columbia Records en diversos proyectos de investigación. Esa relación con la discográfica fue la que le llevó a visitar y recopilar la música folclórica de varios países como Italia, Rumania, Irlanda, India… y también España.
Su llegada a nuestro país se produjo a través de Palma de Mallorca en donde asistió a un congreso internacional de musicología y una muestra de folclore que organizada la Sección Femenina de la Falange. El organizador era un ex nazi que había sido acogido por el franquismo y que, a causa de su ideología comunista, le dejó claro que se encargaría personalmente de que no recibiera ayuda de ningún musicólogo español si se quedaba hurgando por aquí. A pesar del aviso, tras la finalización de dicho congreso, decidió quedarse un tiempo entre nosotros y prolongó su estancia alrededor de seis meses (entre 1952 y 1953) en los que visitó Aragón, País Vasco, Asturias, León, Galicia y Andalucía. Años más tarde este trabajo daría lugar a una serie radiofónica para la BBC y una recopilación de 14 discos que publicó Columbia.
Intentar resumir su obra es imposible ya que, a parte de decenas de libros (entre los que destaca The land where the blues began con el que ganó en 1993 el “Nacional Book Critics Circle Award”) y programas de divulgación, editó cientos de discos en los que se recopilaban una mínima parte de la miles de horas de grabaciones que fue recogiendo a lo largo de su vida.
Alan Lomax murió en 2002 a los 87 años y como curiosidad final contaré que, cuando en agosto de 1977 la sonda espacial «Voyager 2» partió de Cabo Cañaveral para un viaje sin retorno, entre las cosas que llevaba en su interior estaban un tocadiscos y un disco de vinilo con 27 canciones de las que 13 habían sido seleccionadas por él. Su legado, por tanto, no sólo permanece intacto entre nosotros si no que a lo mejor algún día en cualquier parte del universo puede llegar a iluminar a otros seres…