El trabajo del escritor
Por Paco Gómez Escribano
El trabajo de escritor empieza en la escuela de Primaria, que es en donde nos empiezan a formar. Recuerdo que cuando era un crío nos inflaban a dictados, redacciones, análisis morfológicos y sintácticos y comentarios de texto. No sé si se seguirá haciendo, lo desconozco. Y también es ahí en donde un chaval empieza a familiarizarse con la Literatura, ya que le hablan de escritores y de sus obras y comienza con sus primeras lecturas. La cosa continúa con la educación secundaria y con la Universidad, los que llegan. Estas son las bases. Estas, y haber dedicado horas y horas de tu vida a leer un libro detrás de otro.
Después, cuando uno toma la decisión de empezar a escribir, se da cuenta de que no basta con conocer el lenguaje, de que tampoco basta con haber leído muchos libros. Y uno reflexiona. Y yo he llegado a la conclusión de que, siendo lo anterior necesario, es preciso trabajar las pautas del oficio. Porque escribir también tiene mucho de oficio, como ser profesor, fontanero o pastelero. Si se va a escribir un relato o una novela, más vale tener claras las técnicas de trabajo, porque ayuda bastante. Uno ha de conocer que una novela, por ejemplo, debe tener un planteamiento, un nudo y un desenlace. Que a mitad de la narración o quizás antes, debe haber un giro. Se deben tener conocimientos de elaboración de la trama principal, de las tramas secundarias o subtramas y de caracterización de personajes, principales y secundarios. Uno también debe elegir quién es el que va a narrar la novela: si lo va a hacer un personaje, un narrador en primera persona, un narrador omnisciente, etc.
Con todo lo expuesto, puede que uno no sea capaz de escribir un carajo. Si todo lo mencionado fuera lo único, cualquier catedrático de Literatura sería un escritor excepcional y, generalmente, no suelen serlo. ¿Qué falta, entonces? Digamos que lo que queda es lo abstracto. Hablo de conceptos como imaginación, talento, inspiración…, origen de tantas discusiones entre entendidos al respecto de si son facultades innatas o se pueden adquirir. Yo no lo sé muy bien, la verdad, pero creo que algo innato hay, no todo.
Llegado el momento, con todo lo anterior presente, el escritor empieza a escribir. Probablemente, solo un diez por ciento de los que empiezan acaban la novela, seguramente menos. Pero ¿acaba aquí el trabajo? Por descontado que no. Luego viene la corrección que, en un primer término, suele hacer el propio escritor. Y en ella se da cuenta de la cantidad de errores cometidos, desde errores tipográficos a errores de bulto en el argumento. Comienza aquí un trabajo mucho menos creativo, pero para el que no hay que estar inspirado, es un trabajo mecánico. Cuando el proceso termina, es bueno dar a leer la novela a un corrector experto. Los mejores son los filólogos que son habituales lectores de novela. Nos sorprenderá la cantidad de errores que ellos detectan cuando tú mismo creías que ya no había ninguno.
Y después… ¿qué? Si eres un escritor novel y estás contento con el trabajo, el siguiente paso es publicar. Del ínfimo porcentaje de escritores que han terminado su novela y la han corregido, seguramente solo un cinco por ciento consiguen que una editorial les publique. Los caminos son varios: a través de agente, por ti mismo o autopublicación, es decir, financiándote tú mismo el costo de la edición. El llegar hasta una editorial conlleva el trabajo de contactar con ellos y vender tu producto, que no es fácil. En la mayoría de los casos ni te piden el manuscrito y en los casos en que te lo solicitan lo normal es que no vuelvas a saber nada de ellos o te obsequien con una carta de rechazo. El azar y la suerte también cuentan. Porque, a pesar de ser pocos los que acaban siendo escritores en relación a los que empiezan queriendo serlo, somos tantos que las editoriales están llenas de manuscritos por leer.
Si logras publicar, depende de muchos factores el que lo hagas con una editorial grande o con una pequeña. Y las ventas dependen mucho de la historia que hayas plasmado en negro sobre blanco, desde luego, pero también de la propaganda que se haga de tu novela, esto es clave. Y aquí entran los agentes, las editoriales y, en España, el propio escritor también.
Siendo el trabajo de escritor uno de los oficios más solitarios, en esta fase uno se libra por fin de la soledad si hay presentaciones, conferencias y entrevistas; por lo menos se sale de casa y te relacionas con gente, porque creedme, son muchas las horas que hay que pasar frente al ordenador para escribir una novela. Y si la novela es histórica o si utilizas personajes que son reales hay que documentarse, porque no se puede poner cualquier cosa.
Como veis es un oficio muy laborioso. Y hay muy pocos escritores que vivan de lo que escriben, a pesar de ser muy buenos. La mayoría tienen que trabajar en otra cosa para sobrevivir. Dichosos los que pueden vivir de esto.
Cualquier persona puede escribir, más hacerlo con talento, es honor reservado sólo para ungidos con el don de crear un mundo de fantasía en su mente, percibiendo con fina sensibilidad situaciones que lo conmueven y así, escribiendo, transmitir a su manera, esa fina esencia de lo percibido.
La valoración de su mensaje dependerá de la sensibilidad de sus lectores. Enhorabuena por los buenos escritores, no sólo los clásicos y conocidos, sino también por aquellos desconocidos que en algún momento plasman lo que sienten y nos transportan movilizándonos en el pliegue exacto de tiempo y espacio de su narrativa.
¿Que sería del mundo sin la agudeza y crudeza de Cela, la contundencia y desparpajo de Saramago, la sutil ironía de Twain, la belleza de Chateaubriand?
Este es un mundo de formas moldeado por los genios de la narrativa, quienes quizás – en sus inicios – nunca imaginaron que sus propuestas serían tan apreciadas.
Y luego, al abrazar el oficio, lo hicieron con ahínco y dedicación regalándonos su talento, al dejarnos entrar a su mundo, sus mundos, sus sueños, sus quimeras, sus pasiones y sus temores.
David Álvarez Orama
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