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El silencio se mueve

El silencio se mueve de Fernando Marías. Madrid, Ediciones SM, 2010. 445 pp., 17.95€.

Por Laura Muñoz Hermida.

 

La lectura de esta “supuesta novela” -como dice el mismo Fernando- empieza sin tener que leer. Sí, sin abrir el libro ya te ves obligado a palpar la portada e intentar hacer tu propia investigación al respecto. Sin leer una sola palabra de la tripa de “El silencio”-como ya llamo a esta última publicación de Marías de forma cariñosa-, intuyes que guarda suculentos  secretos.

Palpas el reguero rojo intenso, de sangre… ¿de dolor?, ¿de incertidumbre? Lo que está claro es que algo ha reventado ahí dentro y sale a través de un agujero en la portada. En ese momento, la curiosidad empieza a desperezarse y abre los ojos en señal de alerta.

Está considerada y, de hecho, forma parte de la colección juvenil de SM -quien edita-, pero tengo claro que está destinada y pensada para todos los públicos. Sí es verdad que tendrá efectos muy diversos y dispares según quién lo lea pero, al final, te hará pensar tanto  si tienes 15 años como si has sobrepasado la treintena, como es mi caso. Los de quince quizás tendrán el hándicap de no haber vivido in situ la historia que se relata en El Silencio se mueve (y es muy posible que no haya interesado explicársela abiertamente) y los más mayores contarán con la conciencia de lo que sí pudieron vivir, aunque fuera de refilón.

A priori, y aún sin necesidad de abrir “El Silencio”, si queremos analizar el título en busca de pistas, nos ataca la primera duda: “Vamos a ver… ¿el silencio se mueve?”.

Sí, se mueve.

Más tarde, ya libro abierto, Juan Pertierra  –narrador en primera persona  y, por tanto, protagonista- nos  introduce en la novela contándonos que su padre le enseñó (entre muchas otras cosas) a indagar y escuchar el silencio. ¿El silencio se escucha?

Sí, se escucha.

Si no… ¿qué hacemos cuando nos sentimos estresados de nuestra propia vida?  ¿No buscamos el silencio? Otra cosa es que lo encontremos… A Juan le enseñó su padre y quizás, él te ceda el legado cuando termines de leer.

Joaquín Pertierra lo conoce muy bien, así que le explica a su hijo cómo debe escuchar para encontrarse con él. Juan, como todos, tiene cosas de las que arrepentirse y ha perdido su capacidad para escuchar como debe.

Igual que el sonido del Silencio -EXTRAÑO- aparecen en su vida las dos “Eles”, madre e hija con un problema del mismo color que el sonido de nuestro gran protagonista: un tinte pardo que no clarea y que no oscurece, se queda ahí: EXTRAÑO. La “Ele” madre está preocupada por la “Ele” hija, que se ausenta de sí misma y hace unos dibujos extraños. Quiere que Juan de luz a este hecho que no sabe ni por dónde coger. La “Ele” más joven ni siquiera es consciente de dibujar pero una voz la guía a través de toda la trama a hacer lo que hace, a confiar sin ver, a hacerlo sin escuchar, sólo a confiar.

En El Silencio se mueve asistimos a una visión diferente-pero real- de nuestra memoria histórica, a las relaciones personales entre adultos, entre niños y adultos, entre adolescentes y adultos, la relación de una amistad infantil cuando crece en diferentes direcciones… La gran tela de araña de nuestra sociedad: las relaciones personales, que mueven el mundo y ahora, EL SILENCIO.

Todo ello hecho de narrativa clásica con toques de modernismo aportados por los guiones cinematográficos que se incluyen y el uso de palabras “de hoy” como sms, ipod o la concepción de internet -en toda la historia- como una parte importantísima, donde se apoya el protagonista a cada paso. Un aporte muy personal por parte del autor lo conforman los dibujos del comic de Pertierra.

Fernando consigue aunar todo. Lo ha mezclado -no agitado- y el resultado es “El Silencio se mueve”, una novela convertida en literatura multimedia.

Yo he sacado mi propia conclusión tras la lectura: El presente es el futuro de nuestro pasado, ¿no? Así…cuidémoslo  porque será nuestro futuro el presente siguiente.

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