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God bye, Mr. Berlanga

Por José Luis Muñoz.

Desapareció definitivamente el día 13 de noviembre de 2010, aunque para el cine lo hiciera en 1999 con París Tombuctú, un film crepuscular y triste interpretado por uno de sus actores fetiche, Michael Picoli, como su alter ego de ese viaje que nunca llegaría a la mítica ciudad de Mali y era su despedida en toda regla con ese grafiti pintado en una roca: Tengo miedo. A envejecer, a perder la memoria, a, finalmente, dejar de existir.

Fue un director de cine inusual, el último sobreviviente de nuestras tres B de oro (los otros fueron Buñuel y Bardem), con una enorme personalidad y del que siempre se podía decir que era el autor de sus películas, porque imprimía un sello especial en ellas que las hacía inconfundibles.

Maestro del plano secuencia (La escopeta nacional, Patrimonio nacional, Moros y cristianos, Todos a la cárcel), del que era un extraordinario virtuoso, sus películas siempre fueron corales, con muchos y variopintos personajes, quizá porque le gustaba estar rodeado de amigos. Era hispano y austrohúngaro, pero, sobre todo, mediterráneo y amante de la paella, y estaba en posesión de un humor socarrón que utilizaba de forma demoledora para sacudir lo más sagrado: el mito de los americanos (Bienvenido, Mr. Marshall) (la guerra civil (La vaquilla), el matrimonio (Viva los novios), la caridad cristiana (Plácido). Por sus películas desfilaron todos los tópicos de nuestra sociedad, porque la España que retrató y vivió estaba repleto de ellos: curas castrenses, militares, marqueses arruinados, empresarios tacaños, beatas…

Contó siempre con un guionista de excepción, Rafael Azcona, que le escribía los chispeantes diálogos de sus personajes, y con él rodó la más demoledora película contra la pena de muerte, El verdugo, la obra maestra del humor negro, posiblemente su mejor película, que burló a la censura franquista.

En el plano personal Berlanga se declaró siempre, sin rubor, erotómano y fetichista ─ fue siempre defensor del tacón de aguja para las señoras ─ y rodó en Francia, cuna del erotismo, Tamaño natural, con su amigo Michael Picoli..

Se olvida, y no hay que obviarlo, que Luis García Berlanga, anarquista a su manera que fintó con habilidad al franquismo que le tocó vivir ─ alguien, tan poco disciplinado como él marchó voluntario a la División Azul ─, fue el impulsor de la más exquisita colección de literatura erótica de nuestro país, La Sonrisa Vertical de Editorial Tusquets, que dirigió durante muchísimos años y en la que tuve el honor de publicar mi novela Pubis de vello rojo que él elogió con suma amabilidad.

La colección literaria sigue y sus películas están para recordarnos el privilegio de los artistas: su inmortalidad.

José Luis Muñoz es escritor. Sus dos últimos libros son La Frontera Sur (Almuzara, 2010), La mujer ígnea (Neverland, 2010) y Marea de sangre (Erein, 2010).

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