Elemental, M.Q.W. Sherlock :-)
El detective de las mil versiones, Sherlock Holmes, revive desde las páginas escritas por Conan Doyle una vez más en la pantalla. Después de que Guy Ritchie lo redujera a mamporrero en la última adaptación cinematográfica, la BBC recupera el estilo británico en una serie que mantiene su denominación de origen en el Londres del siglo XXI: Sherlock. El canal TNT estrenó el domingo una nueva revisión del inmortal sabueso firmada por Steven Moffat, creador de Doctor Who.
La muletilla que universalizaran los guionistas de Hollywood -el repetido “elemental, mi querido Watson”- le llegaría ahora al inseparable ayudante vía smartphone. Holmes está enganchado a su móvil. Es más, mantiene su propia web: La ciencia de la deducción.
En la ciudad del Támesis han desaparecido el alumbrado público de gas y las calesas, la Torre Swiss Re de Foster arrincona al Big Ben pero la capital mantiene en esta entrega una ambientación de postmodernismo victoriano, casi atemporal, con una fría tonalidad a juego con las grises conexiones cerebrales del protagonista.
Sarcástico, observador, ingenioso, maniático y enganchado tanto a las emociones fuertes como a los desafíos intelectuales regresa con el inquietante rostro de Benedict Cumberbatch merced a un guión que adapta al personaje y sus misterios a los nuevos tiempos. Una refrescante dosis de psicología, atento a cualquier pista, más allá de los omnipresentes laboratorios de los CSI.
Martin Freeman, el Bilbo Bolsón de la esperada El Hobbit, ejerce de amigo fiel e inseparable. El buen doctor militar, veterano de la guerra de Afganistán, sirve de contrapunto sosegado a los histriónicos comportamientos de su camarada de lupa.
Si en La vida privada de Sherlock Holmes, Billy Wilder se divertía insinuando algo más que una amistad entre los inseparables compañeros, la serie bromea explícitamente sobre la confusión. Con frecuencia son tomados por pareja de hecho, los camareros les ponen velas para acentuar el romanticismo de sus cenas e incluso la señora Hudson les ofrece un único dormitorio. Los clásicos saben reírse de sí mismos y su legado.
La ironía resiste a los siglos. El sarcasmo acompaña las dotes deductivas del peculiar investigador. Un ejemplo. Cuando los policías tachan de psicópata al genial detective debido a su enfermiza pasión por resolver enigmas criminales, Holmes responde con un gesto sarcástico: Más bien, señala con un elegante toque de cinismo, “soy un sociópata con muchas habilidades”.
Otra toma. Tras perseguir a un taxi en fuga, Watson afirma, asfixiado y cojo por una herida de guerra en la pierna, que es “lo más ridículo que he hecho en mi vida”. Su amigo responde sonriente: “Eso e invadir Afganistan”. No me digan que no se agradece un dardo inteligente de vez en cuando.
Las revisiones han sugerido la tendencia adictiva del investigador así como una clarividencia proporcionada por las drogas. Y Sherlock de nuevo lanza un coqueto guiño a los fanáticos de la saga en sus diversas reencarnaciones. Pudiera tratarse de una cesión la pacata corrección política o un buen chiste. Abandonado su peculiar sombrero (que incorporara el ilustrador de The Strand Magazine, Sidney Paget, y no su padre literario), tampoco fuma en mastodóntica pipa. Ha cambiado el tabaco por los parches de nicotina, de los que abusa en altas dosis con el fin de concentrarse.
Todo un friki, como le califican sus colegas policiales, que vuelve a enfrentarse a su archienemigo Moriarti en el primer capítulo: Estudio en rosa. En el segundo de los tres episodios previstos, El banquero ciego, Holmes y Watson deben descifrar los símbolos mortales que están apareciendo en los alrededores de Londres y que pueden matar en cuestión de horas. En El gran juego, última parte, el detective acabará jugando al gato y el ratón con un terrorista trastornado.
¿Elemental?