El revolucionario arrepentido
Por Silvia Campillo
La sinceridad me obliga a confesar que empecé la lectura de Caoba (Veinsieteletras), de Boris Pilniak, con cierto recelo. Estaba segura que mi afición a la litera rusa, surgida tras la continúa lectura de los clásicos, impediría que un autor (casi) desconocido me impresionase. Sin embargo, pocas páginas después descubrí que, como es habitual, estaba equivocada y que tenía entre mis manos una joya, que requería mis dotes y mi talento como lectora, que me otorgaba las claves no sólo para descubrir los entresijos de la Revolución Rusa sino, también, a un escritor asesinado de manera prematura (e injusta) cuando se encontraba en el numen de su creación artística.
El ruso, en un primer momento, vio la Revolución como una manera de que su país se separase de las veleidades occidentales. Sin embargo, no tardaría en darse cuenta de la deriva autoritaria de los dirigentes soviéticos, lo que le llevaría a posicionarse en contra. A pesar de que era uno de los escritores más populares y prestigiosos de la época, se ve obligado a emigrar a Berlín, donde será detenido (acusado de terrorismo y espionaje) y asesinado en abril de 1938.
Caoba requiere ser leído despacio, degustando cada una de sus metáforas y analizando cada una de sus referencias. Nada es escrito por casualidad, sino que está plasmado con una intencionalidad crítica y de denuncia a los abusos cometidos por parte de Stalin. “… cuando todo se poseía en común, tanto el pan como el trabajo, cuando no existía ni pasado ni futuro, cuando reinaban las ideas y no el dinero; un periodo histórico vuelto de pronto inútil”, escribía Pilniak.