Feliz, feliz en tu día
Al igual que cada día tiene su santo (o más de uno), el calendario también se ha cargado de otro tipo de conmemoraciones que nos recuerdan la importancia vital del agua, el respeto de los derechos humanos o lo mucho que nos queda por hacer para acabar con enfermedades como el sida, la esclerosis y el lupus. El 21 de noviembre, además de San Gelasio y San Marino de Parenzo, celebramos el Día Mundial de la Televisión. Así viene siendo desde 1996, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó esta fecha en recuerdo del primer foro mundial de televisión organizado por la ONU.
La jornada invita a los estados miembros a observar el día alentando intercambios mundiales de programas de televisión referentes a cuestiones de la paz, la seguridad, el desarrollo económico y social y la profundización de los intercambios culturales.
Basta encender el aparato para ver que, como tantas otras resoluciones de la ONU, ha tenido poco éxito. Parafraseando a Fellini, “la televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural”. La globalización bien pudo nacer con las primeras transmisiones experimentales de finales de los años 20 del siglo pasado. También con los primeros ferros de Gutenberg, vale.
Pero no seamos tan derrotistas. Gracias a este electrodoméstico hemos asistido alucinados al día en el que la ciencia ficción se hizo presente con el alunizaje de Amstrong, disfrutamos del gol mundialista de Iniesta, contemplamos horrorizados uno de los hitos de la historia postmoderna como fue el atentado contra las Torres Gemelas, lloramos emocionados al ver caer el muro de Berlín y decepcionados al asistir al levantamiento de otros nuevos, descubrimos maravillas y desastres en recónditos rincones, nos solidarizamos con los padecimientos de lejanos congéneres e incluso despertamos al erotismo adolescente (burdo por definición) con la nochevieja de Sabrina. Un torrente de imágenes en las que, como dijo la escritora Barbara Probst Solomon, repasamos la cultura local a través de la programación. Qué opinaría de nuestro país…
Pensábamos enviarle un ramo de rosas en su día a Doña Televisión con una bonita dedicatoria en la tarjeta pero, como diría mi abuelo, los sesos se te han hecho agua de pasar tantas horas ante la pantalla. Así que recurrimos a las palabras de otros y, aunque las mejores citas son poco alentadoras, descubrimos que, al menos, la mal llamada caja tonta ha inspirado frases tan elocuentes como divertidas.
La gran diva Bette Davis ya dijo hace tiempo que “la televisión es maravillosa. No sólo nos produce dolor de cabeza, sino que además en su publicidad encontramos las pastillas que nos aliviarán”. Otro cineasta, Vittorio de Sica, le descubrió más utilidades como “único somnífero que se toma por los ojos”. ¿Quién da más? Pues Groucho Marx la encontraba muy educativa porque “cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”.
Margaret Thatcher dio una idea de su poder cuando afirmó que “vivimos en la era de la televisión. Una sola toma de una enfermera bonita ayudando a un viejo a salir de una sala dice más que todas las estadísticas sanitarias”.
Los más críticos le achacan que acabó con la comunicación en los hogares, pero Isidoro Loi, escritor chileno, la recomienda ya que “los matrimonios jóvenes no se imaginan lo que le deben. Antiguamente había que conversar con el cónyuge”. No en vano, según el televisivo David Frost, “es un invento que permite que seas entretenido en tu salón por gente que nunca tendrías en casa”.
A todos se nos ocurren unos cuantos nombre propios que corroboran lo anterior y que animaron a Umberto Eco a sostener que “hoy no salir en televisión es un signo de elegancia”. Sin embargo, el mismo pensador nos recuerda que “se nos aparece como algo semejante a la energía nuclear. Ambas sólo pueden canalizarse a base de claras decisiones culturales y morales”. En este sentido, Jaime de Armiñán la defiende: “No es culpable de nada. Es un espejo en el que nos miramos todos, y al mirarnos nos reflejamos”.
Que el mando a distancia nos juzgue. Soplemos las velas y fomentemos el cambio climático entonando un entusiasta “feliz, feliz en tu día”.