El tiempo de la desmesura. Silencio y… ¡Boom!
Por Silvia Campillo
En 1935, el espíritu de la Guerra Civil ya merodeaba por la capital española. Ese mismo año, la francesa Marlene Grey, conocida como la Venus Rubia, dejaba boquiabiertos a los señores de la época al protagonizar un espectáculo circense en el que se paseaba desnuda junto a una jaula de leones. Un empresario catalán pronto vio aquello un negocio con el cual hacerse rico, y propuso a Armand Guerra, un director de la CNT, una película con ella de protagonista. Carne de fieras terminó de rodarse a duras penas a principios de septiembre de 1936, cuando las bombas ya habían materializado el alzamiento de Franco. Un estrafalario filme (que nunca llegaría a estrenarse) cuyos pormenores rescata el historiador Juan A. Ríos Carratalá en El tiempo de la desmesura (Barril&Barral).
No es otro libro sobre la Guerra Civil
Ríos Carratalá cuenta los inicios de la industrial del cine en España durante la contienda bélica. Pero en esta ocasión, la Guerra Civil no es más que el escenario que creará las particularidades y añadirá las circunstancias a unas películas más propias de la posterior época del destape que de los años treinta.
El historiador se centra en Carne de fieras, El genio alegre y Rojo y negro, que tienen en común la desmesura de aquel tiempo. Películas descontextualizadas, bizarras y malditas que, de no haber sido víctimas del franquismo, se habrían convertido en testimonio de los aires de modernidad que soplaron durante los años de la Segunda República, que no sólo azotó al cine. “El impulso modernizador de la República se extendió a los más diversos ámbitos. Los modelos de la belleza femenina no constituían una excepción. Las «mujeres de bandera» de los años treinta habían empezado a estilizarse para amoldarse a los iconos cinematográficos», explica Ríos Carratalá en su libro.
Las actrices de la guerra
Tras esas películas se esconde la historia de un grupo de mujeres que despertaban las fantasías eróticas masculinas de la época. No sólo la francesa Grey, que “provista de un tanga como única defensa alimentaba [para el costumbrismo español] la leyenda erótica de «las francesas»”, sino también la vedette catalana Tina de Jarque, cuyo romance con Álvaro Retana nutriría la leyenda de su misterioso final, o de la madrileña Rosita Díaz Gimeno, que no tuvo problemas en declarar: “A mí me parece magnifico que se otorgue el voto de la mujer. El divorcio me entusiasma. No porque piense ponerlo en práctica, sino porque me parece una cosa, más que justa, necesaria para dar situación legal a tantos matrimonios separados, unos moralmente y otros moral y afectivamente”, en 1931.
Ellas y muchas otras son el hilo conductor de El tiempo de la desmesura, un libro interesante y divertido que bien podría llevarse a la gran pantalla ahora que la censura no es más que un mal sueño. O eso dicen.