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Venecia, la mirada del agua

Por Alfredo Llopico.

 

A primera vista Venecia no es pintoresca, es algo más, ¡es fascinante! Nos sorprende y anonada lo sobrenatural que hay en ella que provoca que no sepamos si estamos despiertos o si, al contrario, todo es un sueño. Y así, al llegar a la laguna, todavía sin góndolas, surge del agua, de repente, una superficie de torres y más torres, cúpulas y más cúpulas, columnas y más columnas y un bosque de mástiles, apretujados palacios, la torre de San Marcos, su dorada cúpula, el esplendor de Santa Maria della Salute y de la Dogana y por fin, en toda su amplitud, la gigantesca ciudad. Nuestros ojos, habituados a ver barcos en el mar, no lo están sin embargo para ver una ciudad que flota oscilando con sus torres, iglesias y palacios en el movible espejo de las aguas que configuran un cuadro que nos hace admirar las fuerzas naturales y el poder del genio humano. Pues sólo dioses o gigantes pudieron haber concebido la idea de fundar una ciudad tal sobre las olas.

A pesar de la decadencia que también sufre desde tiempo inmemorial, por la que ha llegado a ser llamada la Palmira del desierto marino, es preciso penetrar en su interior para percibir en su esencia este ocaso. Sin embargo, vista desde fuera y de lejos, sigue siendo Venecia una ciudad que irradia un resplandor mágico… El primer impacto de su aparición –y Venecia semeja realmente una aparición- sigue siendo impresionante, casi conmovedor y provoca que no nos parezca una morada humana, sino una ciudad de los dioses y nereidas del mar que se sumergen en él. De este modo, fascinados por la primera vista de Venecia, al navegar por el Gran Canal, que atraviesa la ciudad y sobre el que cabalga el atrevido Rialto, apreciamos en seguida que aquí todo es diferente, todo al revés de lo que la costumbre y  usos urbanos cotidianos nos tiene habituados.

Si queremos ver de un solo vistazo sus palacios y rodrigones, sus calles acuáticas y sus casas, sus canales, islas y puentes, sus lagunas y sus Lidos, sus puertos, la Veste Malghera, el Canalazzo que divide en dos mitades la ciudad, su Rialto y la Guidecca, la soberbia plaza de San Marcos, las lejanas islas y las masas urbanas a nuestros pies –el mar, el verde sonriente de la Tierra Firme y las nevadas cimas de los Alpes Friáulicos- hemos de ascender al campanario de San Marcos, una admirable obra edificada entre 888 y 1148 adornada con la hermosa loggieta de Sansovino. Desde aquí se nos presenta el “milagro de Venecia” en toda su disonante peculiaridad. La plaza de San Marcos no tiene igual en el mundo. Palpita en ella todavía el antiguo y poderoso corazón veneciano. Afluye aquí toda la vida ciudadana en esta plaza que ha sido el escenario de su preñada historia: escenario de lucha de los partidos, mercado, paseo, recinto de reuniones, teatro, patria y hogar de los venecianos, resplandeciente a la abigarrada luz del día y retándonos de noche, ofreciéndonos comercios y relucientes cafés bajo sus arcadas a modo de gigantesco pabellón popular. En esta plaza revive ante nosotros la historia de un poderoso estado. Aquí se encuentran Oriente y Occidente; el Palais Royal y Constantinopla están aquí. Aquí se halla el café de Florian, bolsa y punto de cita de los antiguos venecianos. Y en el medio se mueve una agitada multitud que se dirige a la catedral de San Marcos, resplandeciente del lujo de Oriente a través del arte griego, bizantino y neoitaliano… Las paredes y bóvedas doradas, quinientas columnas de los más costosos mármoles, alabastro y lapislázuli y las obras de la antigüedad, botín traído de Oriente, nos invitan a ver en este fabuloso templo toda la vieja historia de Venecia. El singular exterior de esta iglesia, comenzada en el año 967, con sus entradas angostas y altas cúpulas, sus atrios con mosaicos del siglo XI con fondo de oro y las puertas de Santa Sofía de Constantinopla nos atraen de un modo irresistible, del mismo modo que los incontables tesoros artísticos que alberga y que encuentra en Sansovino, Ticiano y Aretino una particular trinidad veneciana.

Porque evidentemente, y como se encarga de recordárnoslo Eugenia Rico, la ciudad de Venecia es mítica, una ciudad tejida de puentes, hilvanada por pequeñas puntadas de piedra. Una ciudad que es como un decorado de teatro, tan hermosa como irreal donde también las pasiones y las mentiras flotan, del mismo modo que los muelles y los palacios.

Venecia, afirma nuestra escritora, no es de cartón-piedra pero a veces lo parece. Las campanas se echan a volar canal abajo y las miradas se escapan campanile arriba. Suele decirse que ésta es una ciudad para venir con la persona de la que estás enamorado y no es cierto, porque cualquiera que venga a Venecia se enamorará para siempre pero no de quién está a su lado, sino de la ciudad.  Y la ciudad es una amante celosa. Te atrapará con su belleza y sobre todo con el reflejo de su belleza que se escapa entre las manos como el agua y la vida. 

La escritora Eugenia Rico ha vivido el último año en la ciudad de Venecia donde ha iniciado la escritura de su próxima novela. El día 1 de diciembre participa en el ciclo de charlas-coloquio “Punto de destino” con su personal visión de la ciudad de los canales. A las 19.30 horas en el Salón de Actos del Edificio Hucha de la Fundación Caja Castellón.

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