Adicción a las nuevas tecnologías en adolescentes y jóvenes
Adicción a las nuevas tecnologías en adolescentes y jóvenes. Enrique Echeburúa, Francisco Javier Labrador y Elisardo Becoña (Coords.). Pirámide: Madrid, 2009. 269 pp., 19 €.
Por Carlos Javier González Serrano.
¿Qué es una adicción? ¿Tenemos que hablar necesariamente de procesos químico-biológicos para referirnos a ella con rigurosidad? ¿Pueden generar las nuevas tecnologías cierta obsesión o compulsión a causa de lo que su uso esconde? La editorial Pirámide nos ofrece un interesantísimo libro para comprender cómo se acercan los jóvenes y adolescentes a las nuevas tecnologías de la información (NT o TIC), que desde luego han llegado para quedarse y que -paralelamente- han cambiado de manera sustancial el modo en que llevamos a cabo nuestra vida cotidiana: iPhones, Tablets, móviles de última generación, Twitter, Facebook o Tuenti son sólo algunos ejemplos. Por ejemplo, y sin necesidad de ceñirnos al mundo de la Red, de Internet, se estima que la televisión ocupa un promedio de unas dos horas diarias en la vida de una persona, lo que representa casi el 10% del tiempo diario de cada cual.
En la «Introducción» de la obra que nos ocupa leemos que «si consideramos el tiempo total diario dedicado a las principales NT, al menos en España, y en el segmento de jóvenes y adolescentes, es muy probable que supere las seis horas diarias, es decir, la cuarta parte del tiempo». La lectura, el estudio, los paseos, salir por el barrio con los amigos, quedar para ver un partido de fútbol o citarse para tomar una cerveza son actividades, de este modo, que parecen ser sustituidas, y en cierto sentido, «dejadas atrás», por el tipo de acciones que se llevan a cabo a través y en virtud de las nuevas tecnologías. Aunque todos somos conscientes del impacto que tales avances han traído a nuestra vida, tal cambio lo vemos reflejado con mucha más claridad en los menores, que vienen ya al mundo entre aparatos complejos, casi inteligentes. A los que pertenecemos a otra generación, y matizo, a los que por muy poco no pertenecemos a las generaciones más jóvenes, nos parece chocante y tenemos cierto reparo a la hora de comprender cómo muchos chavales prefieren quedarse en casa enganchados al Tuenti o al Facebook en vez de bajar a la calle y encontrarse cara a cara con el otro, un otro que es cada vez más «otro» y menos «sí mismo». La comunidad política de la que hablaba Aristóteles peligra también desde el punto de vista de la tecnología, que lejos de humanizar, crea barreras artificiales cuyo mayor peligro es su disfraz de verdadero nexo entre personas. La tecnología, no hay duda, nos facilita la vida, pero también puede complicarla -hasta llegar al punto de establecerse auténticas obsesiones enfermizas en pos de su consumo.
En el primer capítulo de este libro -que aprovecho para recomendar a padres y progenitores en general- Enrique Echeburúa y Paz de Corral explican que «cualquier inclinación desmedida hacia alguna actividad puede desembocar en una adicción, exista o no una sustancia química de por medio. La adicción es una afición patológica que genera dependencia y resta libertad al ser humano al restringir la amplitud de sus intereses». Y esto, podemos decir, no es «cosa de psicólogos», sino un dato del que todos podemos fácilmente hacernos cargo: los críos pasan muchísimo tiempo delante de la pantalla, sea ésta la del ordenador, la del móvil, etc., y no sólo eso: cuando «desconectan», cuando aparentemente han dejado de lado la actividad que les ocupaba, no es sino una cesación virtual, aparente, puesto que el adolescente medio español queda como desamparado cuando se le priva de aquella pantalla, del escudo que no sólo es escudo, sino vida: tal es el problema.
En el segundo capítulo, «Adicciones a nuevas tecnologías en adolescentes y jóvenes», redactado por Francisco Javier Labrador y Silvia Mª Villadangos, leemos el siguiente párrafo revelador: «algunas de las conductas facilitadas por las NT, en concreto en los jóvenes adolescentes, han generado una importante alarma entre padres y cuidadores. La primera alarma proviene del tiempo dedicado a éstas. Lógico es que este tiempo sea detraído de otras actividades más tradicionales (disfrutar de un paseo, descansar más tiempo, estudiar, jugar con amigos, conversar…). Más aún al observar que el uso de estas NT suponen una gran absorción de tiempo y atención. Es lógico que esta nueva actividad genere cierto miedo de que este tipo de comportamiento sustituya, incluso de forma definitiva, a otros más tradicionales y considerados «positivos», como leer libros o conversar con otras personas». Pondré un ejemplo actual: recientemente he podido visitar FICOD, un foro sobre contenidos digitales celebrado en Madrid durante noviembre de este año 2010, y en el stand en el que una empresa presentaba sus productos, se hablaba de que el usuario, es decir, nosotros, demandamos información cada vez más «inmediata», en el sentido de que no queremos mediaciones (traducido: no queremos texto, es decir, esfuerzo, comprensión, ejercicio hermenéutico), no deseamos -como se dice entre los jóvenes- «comernos la cabeza». Las empresas de contenidos digitales, pues, se centran en brindar una experiencia cada vez más efímera, y a la vez, cada vez más desarraigada: lo de menos es lo que pasa, sino cómo se cuenta lo que pasa. Asistimos a un proceso único de desmembramiento de lo auténticamente humano: la memoria y la palabra.
El adolescente de catorce o quince años (incluso el joven de veinte a veinticinco) cree tener centenares de amigos, posee el convencimiento de no hallarse nunca solo; todos sus conocidos están disponibles a través del ordenador o del móvil durante las veinticuatro horas del día, y su identidad se confecciona exclusivamente a partir de lo que él es para los otros, sin dar en ningún caso preeminencia a lo que de verdad se es. Lo que se posee y lo que se es para los demás constituyen, en este momento, los patrones de medida en los que niños y adolescentes han de contemplarse a la hora de indagar sobre quiénes son. Cierta ideología económica se ha transvasado al ámbito de lo humano, donde precisamente aquéllas dejan de tener sentido y desmerecen lo que realmente nos pertenece como hombres y mujeres: el poder de relacionarnos por algo más que la mera conveniencia, por algo que traspasa los límites de todo interés y vanagloria. Tal potencia desaparece a la vez que olvidamos lo que somos, y en esta medida, lo que podemos dar a los demás.
En fin, dejaré el desarrollo de mi opinión para mejor momento, y me ceñiré a recomendar muy sinceramente este manual que aborda de manera seria los riesgos del abuso de las TIC en los jóvenes, tocando los efectos indeseados del uso de las NT desde diversos puntos de vista y a manos de diversos autores, todos especialistas en la temática que nos ocupa, recogiendo aspectos no sólo descriptivos, sino también preventivos. Una lectura a tener muy en cuenta. Aunque… ¿queda todavía algún lector?