«El juego del otro» y su deliciosa impostura

Por Enrique Tillman.

Leo El juego del otro (Errata Naturae, 2010) e inmediatamente me viene a la mente la imagen de nuestro ministro de cultura, Ángel Gabilondo. Sus clases de metafísica y pensamiento francés (divertidísimas) dejaron en aquella versión joven de mi mismo una honda impresión. Pues resulta que el Sr. Ministro tiene un libro llamado La vuelta del otro. Diferencia, identidad y alteridad, que viene al pelo de este otro libro firmado por Paul Auster, Enrique Vila-Matas, Jean Echenoz, Barry Gifford, Paul Klee y Sophie Calle. Estos tipos, por cierto, merecen un aplauso de los lectores, pues parece que todo lo pueden y todo lo hacen bien. Si alguien les diese un instrumento a cada uno seguro que formaban una banda de jazz sin el menor problema de acoplamiento.

En fin, a lo que iba. Recuerdo que la primera frase de aquel libro de Gabilondo decía lo siguiente (cito, aquí, de memoria): “La espalda del otro es el preludio de lo ya ocurrido”. Y esto sólo en la primera frase. Como cualquier estudiante de letras de una universidad patria (tonto, aburrido, drogado) me tiré mis buenos días intentando desentrañar el sentido de la frase. Huelga decir que no lo conseguí, pero hete ahí que nuestros amigos de Errata Naturae (otros que merecerían un monumento a la valentía) me enviaron un librito estupendamente editado que esconde un montón de sorpresas, incluida una posible respuesta a aquella misteriosa frase ministerial, que no revelaré (¿o qué pensaban?).

Como no se trata de hacer una reseña en plan spoiler, sólo les diré que El juego del otro es una juguetona invitación a mirarlo todo a través del espejo o, si prefieren, por su reverso, según queramos ser la Alicia de Lewis Carrol o mi querido Mr. Hyde. ¿Qué hay en el libro? Un montón de cosas, y eso que no es demasiado extenso: una conversación entre Vila-Matas y Echeroz, un apunte memorístico de Paul Klee, una recreación de este último a cargo de un escritor de más fuste del que se le atribuye (Barry Gifford) y un maravilloso juego de identidades entre Paul Auster y Sophie Calle. Es decir: plagio, impostura, sustitución, imitación. Sombras, en definitiva. Agentes dobles. Literatura. Y también esa palabrota llamada metaliteratura.

El libro (ya lo he dicho) invita al juego, a cambiar las historias, a mirar nuestras vidas desde un lugar maravillosamente ficcional. Es también (creo) una invitación a la reflexión. Aparece, por cierto, mencionado en múltiples post como “ensayo”, lo que abre una deliciosa posibilidad: ¿es el propio libro una maravillosa impostura? Léanlo y quizá lo descubran, y miren con detenimiento el catálogo (audaz, gozoso, necesario) de Errata Naturae. Se lo querrán comprar todo. Palabra.

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