Columnistas

Los poetas y la droga

Por Alberto Masa.

Cuando te peleas con una pared de cemento no necesariamente vas a comprender algo. El dolor siempre ha estado muy sobrevalorado. ¿Aún no ha probado usted a meterse unas simples pinzas por la cadena de huesecillos? Bueno, tampoco es que tenga por qué hacerlo, pero tenga muy en cuenta que sólo se vive una vez…

Mis escritos, sorry, son sólo una tuerca que aprieta lo mucho o poco enfadado que ande un oso en el interior de una caverna que no hay ninguna certeza de que exista. Deseo de vivir a sabiendas de que realizas a cambio como ofrenda a (por ejemplo) una vacaburra o ex novia, tu propia vida. Y es también deseo de estar mejor y ser bueno precisamente porque no lo eres.

Adoro los poemas de los niños. Los niños no necesitan que el presidente del gobierno les explique que la luna es un globo que se me escapó para saberlo antes que él. No hay dadaístas antes que niños. Yo estoy loco y una vez que me dejaron dar una conferencia dije que Tristan Tzara era una mierda que había pisado un chicle antes.

Al fin (y al cabo) Albertuchico sólo era alguien que no dormía por las noches, antes de leer (con poca idea para el inglés y también poca para el escrito) los versos de Larkin que dicen: “Think of being them! / Hearing the hours chime, / Watching the bread delivered, / The sun by clouds covered / The children going home / Think of being them”

Yo amé una vez y observé cómo la silla de mi habitación se iba llenando de andenes vacíos. Hoy, según también el amor, nuestro Albertuchico sólo es alguien que busca trabajo a la sombra de una manzana y, cuando esta sombra mengua, permite su pensamiento en un caballito de madera que se llama Martes. La vida, la alegría, aquí cabe hasta el pesadísimo Neruda y su Confieso que he vivido, que, pensó Albertuchico, debió de llamarse Confieso que Albertuchico opina que estoy más vivo callado.

A Walt Whitman yo tampoco lo entendía. Me decían: ¿pero cómo no puedes entenderlo? Y yo decía: que no lo entiendo, coño, que no lo entiendo.
Si todo se metaforiza en todo, ¿cómo distinguir a una persona de una pera? Fue, sin ser primero, al menos una especie de primer desfasado, siempre tan en extinción como advertió Virgilio. Lo único que yo entendía de Whitman era su barba.

Ya lo he dicho muchas veces que a mí, del rock, me gusta Terry Eagleton.

Neruda, creo yo, era un admirador bobo de Whitman, sólo que, a diferencia de Whitman, era tonto además. Procuró vivir en paleto con una boina calada, creyó que no lo fue, sí, pero lo fue. Incluso fue ese escritor del amor, ese gran amante de los carteros y de los perros, que renunció a un hijo suyo porque era mongolo. El chivatazo proviene del blog de Rafael Reig, que nunca sabré de dónde saca esas informaciones.

Los versos más tristes de la noche se perdían en un aguacero manido y de verdad, un jueves, en París, donde el pensador llamaba a su génesis Poemas humanos. Lo que hace enorme el pensamiento de César Vallejo es que, tras un verso, solía venir otro.

Y luego, de la música experimental, me gusta mucho Mestre. Una especie de Rosa León que nació para servir a la imaginación de una peseta dentro de una alcantarilla. En serio, amo a ese hombre extravagante. Fue una sorpresa leer de nuevo su Casa Roja. Si el ya citado en estas memorias Philip Larkin provocaba incendios en una miga de pan amada por las palomas del rascacielos de enfrente, Mestre nos enseña el corazón del árbol que aprendió un día a pedir auxilio. Disculpen la precariedad de las imágenes. Yo, como Ruano, sólo escribo poesía para hacer dedos, para entrenarme con mis tonterías, las de aquí, las de allá, las de mamá y las de papá. Del flamenco me gusta Paco Umbral y del jazz Cristóbal Serra.

Me he levantado temprano para solucionar papeleo en la universidad. Se me da muy bien el campus. Hoy he estado haciendo preguntas en clase. Disculpe maestra tanta pregunta tonta pero ¿en qué consiste un alumno? Por lo visto había que leerse antes un libro para entender las cosas. He ido a buscarlo y un colega con barbas me ha dicho que no lo traían hasta la tarde. Mejor, he pensado, a mí hoy me apetecía John Fante, un novelista genial que explica, a lo ruso, lo que es crecer y regresar y tropezar con la maldita piedra que siempre ha sido uno mismo el que ha puesto ahí.

La tarde-noche la he pasado en AA. Maravilloso. Un paseo por Madrid en el que me he perdido y recuperado horas más tarde ya en el búnker. He puesto un bolero. De los boleros el que más me gusta es Bruno Schulz.

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