Un homenaje a Carlos Monsiváis
Objetos diversos y coloridos son los que se entremezclan, se completan y dan un significado a esta obra particular. Parece ser una obra vanguardista, arte atrevido sacado de un museo contemporáneo del que resaltaremos una búsqueda rotunda de la originalidad, una luminosidad distinta o, incluso, un efecto provocador o absurdo, pero no lo es. Todo lo contrario. Es un altar al más puro estilo mexicano, parecido a los que se suelen organizar en los espacios domésticos y públicos para dar belleza y calor al duelo. Está repleto de objetos variopintos recolectados por la Casa América de Barcelona, detalles, comentarios, fotografías, ideas que caracterizan y realzan a una persona, sus gustos, sus logros, su influencia, sus manías. Todo está aquí para homenajear la memoria de una persona que no ha dejado a nadie indiferente: el famoso cronista mexicano Carlos Monsiváis fallecido el pasado 19 de junio.
Ahora entendemos la presencia de una máquina de escribir en el centro, pero también la de una multitud de gatitos. El hombre era un amante de los gatos. Tenía 22 en su casa. A los alrededores aparecen elementos que evidencian el compromiso del homenajeado con la cultura popular. Figurinas de comics, ejemplares del periódico La Jornada, una bandera del movimiento gay, el pasamontañas y discos de sus artistas predilectos: Chavela Vargas, José Alfredo, Agustín Lara, Elvira Ríos y Chelo Silva. Más arriba, relucen algunas obras originales de artistas cercanos a Monsiváis como José Luis Cuevas, Naranjo o Rodrigo Moya. Finalmente, llaman la atención en la primera línea, unos platos culinarios al estilo tex-me que compiten por un duro protagonismo: salchichas, frijoles, molletes, coca-cola light, tamales y limonada. En eso consistía la dieta de Carlos Monsiváis.
El reflejo del compromiso y de la inquietud periodística
El cronista mexicano era en palabras textuales del escritor Juan Villoro un hombre que se burlaba de la alta cultura y de la burguesía. Un periodista que reivindicaba un humor dentro de un panorama periodístico dominado por la solemnidad. “El humor es un sentido de la reflexión”, cita Villoro en el acto organizado en su memoria para describir un estilo que combinaba la ironía, la simpatía y la cultura. El humor le llevó casi a todas partes. “No se perdió casi ningún fenómeno cultural de su tiempo”, explica el autor mexicano con una visible admiración. Ensayista, actor, periodista, novelista. Fue un hombre polifacético en su más extenso sentido, un precursor en los estudios culturales, que escribió de cosas que los demás no veían interesantes. Le encantaba la música y, entre los múltiples artículos que llevan su firma, Juan Villoro resalta una crónica destacable sobre Bola de nieve, un virtuoso pianista cubano que bien podría haber pasado desapercibido en México si no lo hubiera eternizado en su crónica. Y así era Monsiváis, un periodista entregado a su trabajo de información, inquieto e incansable, abierto a todos los temas. “Era como el periodista japonés que ya había tomado fotos antes de que llegaran los demás. Ya había escrito una crónica y comprado todos los souvenirs de la zona”, explica con ironía Juan Villoro.
Auténtico volcán de información, presente en todos los frentes que podían significar algo para la cultura de su país, Carlos Monsiváis también era un ejemplo de compromiso social. “Nunca se olvidó de la lucha por el desarrollo”, comenta Juan Villoro y ese compromiso se refleja en su concepto del periodismo. Según él, la realidad existe dos veces, primero con el hecho y luego con la narración del hecho. Carlos Monsiváis tenía en cuenta todos los elementos de una noticia. “Podía estar narrando un festival de rock, describiendo la técnica de los músicos, y, al mismo tiempo, estar hablando con todos los testigos”, dice Villoro nostálgico. Como consecuencia, esa capacidad de estar en todas partes, de hablar de todo y con todos, le transformó en un verdadero oráculo. Un referente intelectual. Supo dar importancia a géneros tan distintos como la fotografía, la caricatura, las historietas… ¡Cosas que otros no valoraban!”, explica el escritor mexicano y, subyugado por la apertura del homenajeado, Juan Villoro subraya que era capaz de leer homilías de grupos ultras del catolicismo por el simple hecho de informarse. Las analizaba con ironía y encontraba en ellas nuevos temas para redactar.
Entre la avalancha de crónicas y la escasez de obras publicadas
Su curiosidad e ironía contribuyeron seguramente en construir esta figura inagotable que ahora se rememora. Tan prolífico como intranquilo, así era Carlos Monsiváis. “No sabemos cuántos libros escribió ––explica Juan Villoro––, y no sabemos cuántos libros van a surgir de esa vasta galaxia creativa”. No obstante, poniendo de lado sus numerosas crónicas y algunos ensayos, Carlos Monsiváis publicó relativamente poco, es un hecho. Muchos de sus escritos se perdieron, pero también es cierto que su obra completa está por llegar, sostiene el autor mexicano. Entre las obras que le han valido un gran reconocimiento se encuentran la antología definitiva de la poesía mexicana del siglo XX (publicada en 1966), el ensayo sociológico “Escenas de pudor y liviandad” que le valió el premio Mazatlán de literatura en 1988 o el libro ilustrado “Los rituales del caos” en el que desentraña ciertos puntos polémicos de la identidad mexicana y la manera en que se comportan los individuos al convertirse en masa. Estudios muy profundos y novedosos que consolidaron la imagen de un intelectual implicado y exigente.
Sobre el motivo de esas relativamente pocas publicaciones, el editor Jorge Herralde se ha referido a algunas experiencias que tuvo en el pasado para entenderlo. En los primeros años de la década de los ochenta, Carlos Monsiváis le dijo a Jorge Herralde que había acabado un libro sobre música popular. Según él, era un libro interesante que podía aportar algo al panorama cultural de aquel entonces. El editor expuso su total acuerdo y le pidió que se lo entregara. “¡Dámelo!”, pronunció él con resolución, pero la respuesta del cronista mexicano fue elusiva: “Aún tengo que retocarlo un poco… Más tarde te lo entrego”. Jorge Herralde intentó contactar por teléfono con el periodista seis días más tarde pero le contestó una mujer con una voz cascada para decirle que el señor Monsiváis no estaba disponible, que por favor llamara en otro momento. Según el editor, no cabía duda: esa mujer era Carlos Monsiváis. ¿Cómo se las ingeniaba el hombre? Y cuánto misterio. Pese a todo, Jorge Herralde volvió a llamarle un par de veces, le mandó un fax, pero nada. “Aquí se acabó la historia del libro sobre la música popular”, concluye el editor. El tema no volvió a comentarse.
Los desencuentros no faltaron entre Jorge Herralde y Carlos Monsiváis. No por falta de ganas sino más bien por una incomprensible tendencia del cronista mexicano a desaparecer o cambiar de idea. Así pues, el editor español también hace referencia a un encuentro que tuvo con el homenajeado en 1996. “Nos citamos en un bar ––explica él sonriendo––. Y me dio el índice de un manuscrito que pensaba mandarme”. El índice se constituía de numerosos capítulos, todos con títulos llamativos, que tenían que ver con el contexto cultural y político en que vivía el autor. Entre ellos, un capítulo dedicado a los zapatistas y otro a la desaparición de lo privado. Jorge Herralde firmó el índice con entusiasmo, le pareció una buena propuesta, y acordó con el autor la pronta entrega del manuscrito. Sin embargo, tras volver a Barcelona y esperar unos días, entendió que jamás lo recibiría. ¿Qué pasó? ¿Por qué ese inapagable desdecir?
Existe, según el editor español, una doble explicación a estos desencuentros. Primero y antes de todo, era por definición difícil extirpar a Carlos Monsiváis una obra literaria y, luego, resultaba también complicado sacarle de su país. En este constante desdecir, podemos imaginar la gran exigencia que tenía Carlos Monsiváis para con sus obras. No le resultaba fácil acabarlas o entregarlas, y en medio de su torbellino periodístico y esa constante búsqueda por una crónica significativa, el autor acababa cediendo más importancia a nuevos temas y proyectos. También explica el editor español a modo de justificación que Carlos Monsiváis era un gran maestro de la crónica y que, finalmente, la crónica viaja muy mal. Sin embargo, estos desencuentros no impidieron su reconocimiento en el extranjero. Recibió, entre muchos otros, el premio Juan Rulfo en 2006 y el de Anagrama en el año 2000 por su obra Aires de Familia.
Un estilo irreverente y sincero
“Podía ser tremendamente despiadado”, reconoce el escritor mexicano Jordi Soler con una vaga sonrisa, como si este dato también hiciera parte de su encanto. Evidentemente, la imagen de Carlos Monsiváis pervive en su memoria como el perfecto símbolo de la polémica. Quizás esto deba a que él también fue una víctima de esa crueldad. Una anécdota interesante nos traslada a un coloquio organizado en Berlín. Monsiváis no paraba de regañarle a él y a otros acompañantes por las idioteces que decían. Se sentía con la superioridad moral de reprenderles e indicarles los buenos usos. También recuerda cómo Monsiváis le dijo a otro presente que su único talento era su seudónimo. El criticado respondió que no era un seudónimo, se trataba de su nombre real. Entonces la respuesta de Carlos Monsiváis fue tan dura como lacónica: “Pues, ¡no tienes ningún talento!”.
Ese gusto por la confrontación dialéctica también la ilustra otra historia que incluye al grupo de música irlandés U2. Antes de que empezara un concierto, apareció el cantante Bono en el escenario vestido de verde, con su aspecto campechano y sofisticado a la vez, y de repente, sin dudar un solo instante, Carlos Monsiváis empezó a criticar el excesivo uso de la tecnología que, según él, relegaba el talento humano a un segundo plano. “Le echó un rollo entero a Bono y éste le escuchó todo el tiempo como si se tratara de su propio manager”. Para hablar y cuestionar ciertos planteamientos, Carlos Monsiváis no temía enfrentarse a las reglas y a los protocolos. Esto le valió problemas con muchos medios y personalidades pero de ahí nació también el gran respeto por su figura.
Hoy, ese respeto es casi unánime y, para ilustrarlo, Jordi Soler comenta que recurre al discurso de Monsiváis como el músico recurre al LA para entonarse”. Es una referencia absoluta. Otros escritores como Adolfo Castañón han llegado a llamarle “el último escritor público en México” y esto se debe quizás a su omnipresencia en la vida cotidiana y en los medios. El propio Carlos Monsiváis lo dijo: “Ya que no me dejaron tener niñez, déjenme al menos, tener currículum”.