Scott Pilgrim contra el mundo: Manga, videojuegos y desfase
Por Sergio C. Fanjul
Puede que los personajes sean algo planos, que el final se demore un pelín demasiado, que el argumento y los diálogos no sean muy shakesperiano, que, en definitiva, sea un filme naif pero, sin duda, Scott Pilgrim contra el mundo (Edgard Wright) es una forma 100% eficaz de pasar un buen rato.
El creador de la serie de novelas gráficas en las que se basa la película, Bryan Lee O’Malley, dice que el mundo de esta historia es el mundo normal pasado a través de la imaginación hiperactiva de su protagonista. En efecto, lo que empieza como una de esas pelis indie-csotumbrista-teen estadounidense (es decir, joven medio pringao enamoradizo con banda de rock n roll en el garage cuya batería, por cierto, es la prota de Juno en una interpretación bastante peor) se convierte en un desfase visual y argumentístico que mezcla manga, videojuego, efectos especiales y giros de trama sorprendentes.
La cosa va como sigue: el joven Scout Pilgrim, 22 años, (interpretado por un Michael Cera, que recuerda poderosamente a Berto de Buenafuente) sale con una chica china de 17 años, cuando, de pronto, se enamora de la misteriosa Ramona Flowers (tiene tela el nombre) interpretado por Mary Elisabeth Winstead, una chica neoyorquina recién llegada a Toronto (donde se desarrolla la historia), que cambia de color de pelo cada quince días. Es dura, inexpresiva, está como de vuelta de todo… y eso a Pilgrim le gusta. Pero, cuidado: para estar con ella tendrá que derrotar a sus “siete malvados ex´s”. Es entonces cuando la peli se transforma en una suerte de Streetfighter en el que los ex´s y Pilgrim pelean con sus superpoderes, sus magias secretas, sus espadas luminosas, y sus volteretas y golpes destructivos por el amor de Ramona Flowers.
Esta peli nunca para, el ritmo es frenético, el derroche de efectos que le dan aspecto de videojuego, el colorido, incluso la banda sonora, con buenos temas indies y rockeros. Salvando las distancias, esta recuerda a las dos entregas de Kill Bill, de Quentin Tarantino, por lo freaky, colorido, excesivo y audaz.