Paisajes
Por Ignacio González Barbero.
Con el otoño, las hojas caducas de los árboles se tiñen de tonos ocres y caen al suelo en un fluido vaivén. El gélido viento lima y remueve las ramas, que, a cada momento, están más expuestas y desnudas. La expresión más visible de la naturaleza árborea, por tanto, se silencia y deja paso a un período invernal que la someterá a un frío indiferente. Cuando la primavera aparezca, nuevas hojas volverán a crecer en todo su esplendor.
Paseando entre la arboleda, me encuentro con un anciano que a duras penas logra mover las piernas y avanzar. Un báculo le sirve de apoyo y le empuja hacia adelante. Su rostro luce tosco, endurecido por la edad, y lleva, para proteger su cabeza, una gorra antigua. Posee un gesto tranquilo y confíado, como si realmente no quisiera ni tuviera que llegar a ningún sitio y esa lentitud fuese un juego de vejez; la versión madura del niño que, travieso, corre sin aparente fin.
No conozco el lugar del cual partió ni hacia donde, aparentemente, se dirige. Su presencia es completa, no hay pasado ni futuro en él. Es, para mí, un ser perenne. Cada paso suyo es, sencillamente, el nacimiento de un nuevo presente y cada descanso que realiza, mirando sonriente los otoñales árboles, una broma que gasta al paso del tiempo. Tras cruzarnos, me doy la vuelta y observo, durante un rato, como su figura comienza a desvanecerse, con una alegre parsimonia, entre la vegetación agitada por el viento.
Quedo en tranquilo silencio. El transcurrir de la vida se convierte, así, en un viaje de principio y final desconocidos y, sobre todo, carentes de importancia para vivir . El caminar existencial nos lleva a encontrarnos con multitud de experiencias que son nada o todo, en función de si las dejamos ir o las agarramos. Independientemente de lo que realicemos, son íntegras en sí mismas. Es más, nosotros estamos también completos, aunque pudiera parecer lo contrario. El recorrido vital consiste, sencillamente, en mirar fuera y confundirnos, poco a poco, con lo que nos rodea.
Yo estoy en esos árboles, en esos vientos, en ese anciano, en ese bastón… Yo ya no puedo contar mi biografía sin ellos, me he extendido en su existencia, me he agrandado gracias a su presencia. He elegido sentirlos como propios,se han mostrado ante mí y no soy el mismo. No quiero serlo. En mí, ese hombre añejo sigue caminando lentamente entre la arboleda y el viento continúa soplando. Ahora, no tengo interior ni exterior. Sólo soy un humilde paisaje, que crece gracias a los paseos que da por los paisajes cercanos.
Pensar nuestra vida a través de las cosas que nos rodean. Sabia elección, Ignacio.