Tecnocultura

Aristarco de Samos: un heliocentrista del siglo III a. C.

Por María Pardo Arenas.

¿Por qué cambian las teorías científicas? ¿Qué hace que la contemplación de los mismos hechos, con los mismos medios, dé lugar a diferentes teorías a lo largo del tiempo?
Thomas S. Kuhn postuló la teoría de los paradigmas científicos, según la cual los meros hechos observacionales no son el único determinante a la hora de cambiar de teoría. Todos los presupuestos e ideas que envuelven las observaciones tendrían más importancia que las observaciones mismas. De manera que la concepción del mundo que subyace, los fundamentos epistemológicos y ontológicos, juegan un papel sustancial a la hora de explicar la persistencia en un determinado paradigma o su cambio por uno nuevo.
Hay varios experimentos mentales que nos pueden ayudar a entender esta idea. Por ejemplo: ¿qué pasaría si mostrásemos a Aristóteles un microscopio? Podríamos pensar que rápidamente, al ver los bichitos moverse, tendría que renunciar a la teoría de los diferentes humores y aceptar la incidencia de factores externos, las bacterias y los virus, como causantes de la enfermedad. Según Kuhn esto nunca ocurriría. Aristóteles miraría por el microscopio y, al oír nuestras explicaciones nos objetaría que el hecho de introducir techné (técnica, por oposición a physis) entre dos elementos de la naturaleza (el ojo y la sangre infectada, pongamos por caso) modifica la visión, de manera que esos “bichitos” no serían más que fallos de ese aparato tan raro que se interpone entre quien ve y lo visto. Y es que para nosotros parece muy intuitivo considerar que los instrumentos que utilizamos para hacer ciencia son fiables y nos muestran “la verdad”, pero esta idea no es más que uno de los parámetros que constituyen nuestro actual paradigma. De igual manera, las manchas observadas en el sol gracias a primitivos telescopios fueron en un principio interpretadas como fallos de las lentes, y no como un hecho que resquebrajaría todo el sistema ptolemaico, que consideraba al sol como algo perfecto por encontrarse en el mundo supralunar.
Otro ejemplo histórico es el de Aristarco de Samos (310 a. C. – 230 a. C), discípulo del Liceo aristotélico en Atenas. El geocentrismo vigente y la división del mundo en sublunar y supralunar había obligado a sostener una teoría astronómica complicadísima, donde todos los movimientos supralunares tenían que ser circulares (la figura más perfecta). Cualquier movimiento de un cuerpo celeste que se saliera del circular (como el de los planetas, o “estrellas errantes”) había tenido que ser explicado añadiendo esfera sobre esfera, de manera que la teoría se componía de un tremendo galimatías, aunque, eso sí, perfectamente compuesto de círculos, y por tanto, respetuoso con los presupuestos metafísicos del momento.
En este contexto propuso Aristarco una teoría heliocéntrica, en la que la tierra efectuaba el doble movimiento de rotación sobre su eje y de traslación alrededor del sol: ya no era la esfera de las estrellas fijas la que se movía alrededor de la tierra, sino ésta la que giraba sobre sí misma. Popper propuso la simplicidad como una de las variables que impulsan a la aceptación de una nueva teoría, y, si éste fuera el único parámetro a considerar, la teoría de Aristarco habría tenido que ser aceptada sin pestañear. El caso es que no fue así: su teoría no fue rechazada, de hecho apenas se discutió sobre ella. Se le propusieron, así por encima, varias objeciones. La primera, la ausencia de paralaje: si la tierra gira alrededor del sol, la esfera de las estrellas fijas debía observarse, a lo largo del año, desde diferentes puntos, con lo cual se observaría un movimiento en ellas. Tal movimiento no se observaba, lo que, a ojos de los astrónomos ortodoxos, era razón suficiente para rechazar la propuesta de Aristarco. Se cree que éste contestó a la objeción aduciendo que la tierra y las estrellas se encuentran a una distancia tan inmensa que el efecto del paralaje no podía ser observado. (Estaba en lo cierto: sólo gracias al telescopio puede observarse el fenómeno del paralaje, es imposible hacerlo con el ojo desnudo). Otro argumento que se esgrimió en contra de su teoría fue el de que la violencia de la tierra al girar (la fuerza centrífuga, diríamos ahora), arrojaría fuera de la superficie de la tierra todas las cosas. Esta razón ligada a la imposibilidad de la caída vertical de los cuerpos pesados sobre una tierra móvil, dio por zanjado el asunto. No se posee suficiente información sobre las respuestas que pudo dar Aristarco a tales objeciones, si es que dio alguna, pero el caso es que todas ellas fueron posteriormente utilizadas por Ptolomeo para cerrar el paso a cualquier teoría heliocentrista que pudiera surgir.
¿Eran estas razones suficientes? Si, como se cree, Aristarco pudo defenderse contra la objeción del paralaje aduciendo una mayor distancia entre la tierra y las estrellas, es casi seguro que podía haberse defendido de las otras objeciones aumentando el tamaño de la tierra. Podríamos preguntarnos, entonces, hasta qué punto esas objeciones físicas fueron las que lograron dar carpetazo a la nueva teoría. Tales obstáculos físicos tenían fácil solución, si de lo que se trataba hubiera sido de encontrar la mejor teoría que explicara los fenómenos. Lo importante aquí es que bajo todos esos argumentos se escondían otros, tan arraigados que formaban parte de la propia manera de ver e interpretar el mundo, y por tanto, muy difíciles de ser puestos en tela de juicio. Tales son la división del mundo en sublunar y supralunar, la categorización de este último como perfecto e inamovible, y la consideración de la perfección como su noción rectora. Como se verá, no podía situarse, así como así, a la tierra en un mundo tan plagado de perfección. Ese lugar de armonía no podía verse contaminado por la tierra, lugar de cambio, de nacimiento y muerte. Subir la tierra a la esfera de las estrellas fijas suponía un sacrilegio, un gesto de impiedad con el que en ese momento ni siquiera se consideró bregar.
El ejemplo de Aristarco pone de relieve la importancia que han tenido (y que tienen, aunque no queramos o no quieran verlo los científicos actuales) elementos no estrictamente científicos a la hora de continuar con una misma teoría o cambiar el paradigma científico.
Sin las ideas que conforman nuestra visión de la realidad, como que el mundo puede ser instrumentalizado y mediatizado, que podemos hacer uso de todos sus elementos como nos venga en gana, que la naturaleza no es sagrada, sino que está ahí para servirnos, que el hombre es superior al resto de los animales, y no uno más… ¿estaría alguien leyendo esto ahora mismo?

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