Fracasos de la razón: entrevista a Carmen Segura Peraita

Tuve el placer de conocer a Carmen Segura Peraita en sus clases de Metafísica y hoy hemos quedado para charlar a propósito de uno de sus libros: Fracasos de la Razón (Gatoverde.2002), un texto que, en mi opinión, muestra cómo debe ser el trabajo de un buen filósofo: lanzarse al corazón del problema sin miedo al vértigo ni temor a las complejidades que lo animan.

Desde Culturamas le agradecemos su participación e invitamos a nuestros lectores a conocer de primera mano alguna de las cuestiones centrales del actual panorama filosófico.

Su ensayo tiene como título Fracasos de la razón. ¿Nos podría explicar cuáles son esos fracasos?

 Se trata de los fracasos que ha experimentado la razón humana cuando se ha considerado a sí misma como centro, como el fundamento absoluto de la verdad. Esta razón, con pretensiones “absolutistas” ha visto frustradas sus aspiraciones a dar razón suficiente de la totalidad de lo que existe; ha visto naufragar sus desmesurados proyectos de control y mejora de la realidad humana y social. Con expresión ya acuñada, “ha engendrado mostruos”, fruto de su desmesura. La razón humana no puede controlarlo todo, no puede sistematizarlo todo, y ello porque es finita

¿A qué tipo de razón está haciendo referencia?

Ya he dicho algo al responder a la pregunta anterior, pero puedo precisar más. Es la razón que concibió y gestó la Edad Moderna a través de sus defensores más acérrimos, los denominados “filósofos racionalistas”. Unos pensadores que, por ejemplo, desdeñaban la realidad empírica, lo que de hecho hay y ocurre, para centrarse en las esencias. El racionalismo ignora la contingencia, la historia y la temporalidad. Su razón es la de un sujeto o conciencia absolutos; un sujeto que ya no es el ser humano con su corporalidad, con su historicidad. Creo que el adjetivo, “absoluto” ilustra bien de qué tipo de razón se trata.

¿Podemos salvar algo de este viaje fracasado?

Pienso que siempre es posible rescatar algo de la experiencia pasada. En la razón “racionalista” late un fuerte deseo de verdad, aunque lamentablemente este se expresó como afan de certeza. La búsqueda de certeza es la búsqueda de seguridad, de control y, en definitiva, de dominio. Aunque sea lógico y humano aspirar a algunas certezas, es menester reconocer que la verdad y la certeza son dos cosas distintas y que la verdad no siempre viene acompañada de seguridad. De cualquier manera, ese deseo de verdad, que ha caracterizado a toda la filosofía occidental (porque es una característica del ser humano) es lo que, liberado de “impurezas” puede ser rescatado.

Por vía negativa, un camino errado acerca a la senda “adecuada”. ¿Cuál cree usted que es esa senda y que corriente filosófica está perfilándola mejor?

Es difícil y quizá hasta pretencioso determinara cuál es la senda “adecuada”. Es cierto, a mi parecer y como ya he dicho, que siempre se puede aprender de la experiencia. Así, por vía negativa, sabemos ya unas cuantas cosas: que hay que renunciar a las pretensiones “absolutistas” o “totalizantes”, que hay que dar cabida al tiempo, la historia, la corporalidad, que el ser humano no es el centro del universo ni la fuente de su constitución. Por lo que respecta a la pregunta acertad de la corriente filosófica que esté perfilando mejor esa senda “adecuada”, he de contestar que no creo que se trata de una sola corriente. Tal y como yo lo entiendo, los seres humanos buscamos, siempre algo a tientas, la verdad; las diferentes corrientes filosóficas se acercan más o menos (ya he dicho que no creo que haya un acercamiento total y definitivo) a esa verdad. Normalmente cada corriente, urgida por sus propias preguntas, acentúa un aspecto, destaca una dimensión, se sitúa en una determinada perspectiva. Es posible que por esta razón ninguna alcance lo que Aristóteles llamaba “el justo medio”. Ya he dicho que somos finitos. De cualquier modo, si se me pregunta por mis intereses, diré que me siento atraído por la corriente hermenéutica. Esto no significa, sin embargo, que comulgue con todas sus propuestas. Lo que me atrae de ella es que proporciona una alternativa, una salida, a esa “razón fracasada” de la que estamos hablando. Así, reconoce y destaca las dimensiones, a las que ya he aludido en un par de ocasiones, que el racionalismo ignoraba. Ahora bien, la corriente hermenéutica no es una sola, es muy plural. Por lo que a mí respecta, no puedo estar de acuerdo con quienes adpotan una postura nihilista ni relativista. Ya he dicho que, como a tantos, me mueve la búsqueda de la verdad; considero que tal búsqueda es posible y también que es posible acercarse a ella. Algunos representantes de la corriente hermenéutica han centrado parte de su trabajo en recuperar el diálogo con los pensadores griegos; en particular con Platón y Aristóteles. A mi juicio esto constituye un gran acierto. Estoy persuadida de que tal diálogo es enriquecedor y fructífero. Tanto Platón como Aristóteles se constituyen como interlocutores especiálmente válidos y actuales para nuestro presente.

Todos creemos saber la diferencia entre razonar y pensar, pero en mi opinión, corríjame si me equivoco, no creo que así sea. ¿Nos podría hablar de esa diferencia?

Tampoco yo creo estar en condiciones de establecer esa diferencia. Supongo que cada cual, desde su contexto filosófico, entiende de maneras diversas qué sea razonar y pensar. De cualquier manera, algo parece claro, razonar es una actividad más estricta, más rigurosa, una actividad intelectual que tiene que someterse a sus propias leyes. Pensar es algo más amplio, menos “definido”. Martin Heidegger quiso renunciar al “razonamiento”, si entendemos por tal la actividad conceptualiante y representativa de la razón, especialmente de la moderna. Como “lo otro” de aquella actividad en cierto modo coercitiva, tanto para el ser humano como para el ser, optó por el pensar. Este último sería respetuoso, estaría a la escucha del ser, no sería impositivo ni sistematizante; habría en este pensar una actitud de “abandono”, que es precisamente lo contrario. Comparto con Martin Heidegger la crítica a la razón moderna; sin embargo, esto no me hace renunciar a la necesidad de un pensamiento riguroso y coherente.

En su obra se defiende la vinculación entre metafísica y ética. ¿Nos podría dar algunas pistas de dicha vinculación?

Esa vinculación es, por decirlo del algún modo, natural; ambas, metafísica y ética, se implican mutuamente. En nuestra cultura moderna estamos acostumbrados a establecer diferencias y distancias entre todas las disciplinas, entre todas las ciencias. De hecho, se acostumbra a creer, también entre algunos de los que se dedican a la filosofía, que metafísica y ética son dos actividades bien distintas y lejanas entre sí. El tópico enseña que la metafísica se ocupa de cuestiones abstrusas que poco o nada tienen que ver con la realidad; por su parte, también según el tópico, la ética se ocupa de las cuestiones humanas sin vinculación real con la metafísica. Lo cierto es, sin embargo, que la pregunta por lo que es, que es la pregunta metafísica, conduce y se relaciona con la pregunta por lo que debe ser. Si se me pide una pista que muestre tal vinculación, yo remitiría, por extraño que inicialmente pueda parecer, al libro IV de la Metafísica de Aristóteles, a los capítulos en los que su autor hace la defensa y mostración del Principio de no contradicción. Se trata, como sostiene su defensor, del más alto de los principios. Ahora bien, lo que está implicado en su defensa es la posibilidad misma del entendimiento entre los seres humanos, del lenguaje significativo, y con él, de la posibilidad de la polis (de la convivencia humana) y, por tanto, de la justicia. De esta manera, invalidar el metafísico principio de no contradicción conduce a la imposibilidad, ética, de la justicia.

Cuando Heidegger iba a impartir su curso sobre la Metafísica de Aristóteles, comenzó dando la siguiente biografía del pensador griego: “nació, vivió y murió. Lo demás son anécdotas”. ¿Es posible separar la filosofía de un autor de su biografía?

Yo misma he referido esta anécdota en alguna de mis clases. Me parece buena. A mi parecer, lo que Heidegger quiso decir es algo como esto: nos interesa lo que Aristóteles dijo y escribió, sus ideas y aportaciones, lo que nos interpela; nos interesa “el asunto mismo del pensar”; las cuestiones psicológicas, sociológicas, historicistas son secundarias. También en el caso de Martin Heidegger esto se cumple. Su biografía es, sin entrar más en la cuestión, “oscura”. Si a lo que tuviéramos que atender es a la historia personal de cada filósofo, hay algunos a cuya aportación tendríamos que renunciar. Salvo en el caso de que la “obra” de alguien sea propaganda ideológica, esa obra puede ser estudiada con independencia de la historia personal de su autor. Es cierto, sin embargo, que la bilografía de un autor puede ayudarnos a comprender algunas de sus motivaciones o de sus afirmaciones.

Para Russell el filósofo es un “funcionario de la humanidad”. ¿Para quién o para qué hace usted filosofía?

Empecé “haciendo filosofía”, es decir, empecé a estudiar filosofía para mí misma. Tenía una serie de preguntas e inquietudes “filosóficas” y eso es lo que me llevó a hacerlo. Desde el primer momento, casi visceralmente, adquirí un compromiso con la verdad. También desde hace mucho tiempo, me siento identificada, en la medida de mis posibilidades, con la idea de ser “funcionaria de la humanidad”. Sé que mi aportación será muy humilde, pero eso no significa que no me sienta a gusto con el “título”. Particularmente, tengo la convicción de que el mío es un servicio público, como el de las enfermeras, los bomberos, los barrenderos o los médicos. Trabajo en la universidad y sé que me debo, en primer lugar, a los estudiantes que se matriculan en mis clases. A su vez, muchos de ellos llegarán a ser profesores y prestarán el mismo servicio. De esta manera se difunde la filosofía. Desde luego, trabajar en la enseñanza (ya sea en la media o superior) es un servicio público de primera magnitud y yo me siento muy honrada de poder prestarlo. Además de la docencia, quien se dedica a la filosofía realiza su aportación a la sociedad a través de lo que escribe. En ocasiones nuestras monografías son textos arduos, sólo aptos para especialistas; pero no siempre es así. Esto es precisamente lo que ocurre con mi libro Fracasos de la razón.

En su obra, encontramos que los capítulos están precedidos por unos versos de Rainer María Rilke. Para usted, ¿cuál es la relación entre poesía y filosofía?

A mi parecer hay una estrecha y vital relación entre filosofía y poesía, aunque se trata de dos actividades de muy diversa índole. De cualquier manera, Rilke es, como todo el mundo sabe, un poeta filósofo. Pues bien, todo parece indicar que este poeta conocía bien aquello que a ambos nos une. Se trata de la palabra, del lenguaje. En este medio nos movemos ambos y ambos confiamos en el poder, pacífico pero incontestable, de la palabra.

¿Qué consejo le daría a una persona que inicia su viaje filosófico?

Si estuviera en condiciones de dar consejos, le diría que fuera honrado, que siempre y en cualquier circunstancia fuera horado. Con horadez intelectual y humana; la primera para buscar siempre la verdad; la segunda para no “vender” la búsqueda de la verdad por intereses profesionales oportunistass. Estoy convencida de que quien decide dedicarse a la filosofía lo hace movido por un noble afán; mantenerlo a lo largo de toda una vida es algo grande y hermoso que no se puede hacer sin honradez.

Estamos haciendo un “Bosque de los Pensamientos” y nos gustaría que aportara uno.

Una vez más repetiré la cita de Rilke, de la Novena Elegia de Duino, aunque me permito modificarla quitándole la interrogación:

“Quizá estamos aquí para decir: casa,

puente, manantial, puerta, cántaro, árbol

frutal, ventana,

y todo lo más: columna, torre…; pero decir, compréndole,

decir así, como las mismas cosas nunca creyeron

ser tan entrañablemente.”

 

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