Teoría del cuerpo enamorado. Por una erótica solar
Por Gonzalo M. Barallobre.
Teoría del cuerpo enamorado. Michel Onfray. Pre-textos(2008). 234pp. 18euros.
No hace mucho hablábamos en esta sección, a propósito de otra reseña, del olvido del cuerpo en nuestra tradición intelectual. Primero, el platonismo que lo tomaba, en sentido literal, como la cárcel del alma. Un alma que había contemplado las esencias puras y, por una culpa, había caído presa en él olvidando todo lo visto. En segundo lugar, tenemos al cristianismo y su persecución a la carne. En el cuerpo anida el pecado. En él está, en potencia, la culpa. El buen creyente es aquel que lo teme y, por eso, lo mantiene dormido. Donde hay sueño no hay pecado. Los labios, las manos, la piel, la saliva… todo vibra en contra de nuestra salvación. Y es que el cuerpo vive del deseo, del querer otros cuerpos, y ese querer es el nido perfecto para demasiados vicios. En ellos, o mejor dicho, a través de ellos, el alma se corrompe y se vuelve pesada y, por tanto, cada vez más lejos de su ascensión al cielo del que vino y que la espera.
Pero en los márgenes de esa tradición intelectual de la que hablamos, esa que sataniza al cuerpo, hay otra que lo reivindica, que lo reclama como la raíz misma del hombre. Cínicos, epicúreos, cirenaicos o libertinos barrocos rompen con todo tipo de dualismos y entienden que el cuerpo es el centro de nuestra existencia. Es en él, a propósito de él, que vivimos y que pensamos. Por eso, todo intento de oscurecerlo se convierte, de inmediato, en un intento de oscurecer lo humano. El cuerpo, a través de nuestros sentidos, nos entrelaza con el mundo, nos pone en conexión directa con él y nos permite captarlo lleno de colores, olores y sonidos, y de esta manera pensarlo.
Teoría del cuerpo enamorado. Por una erótica solar. Ya el título lo deja todo claro. Onfray sabe lo que quiere y en las primeras páginas la ruta queda decidida: “Esta teoría del cuerpo enamorado procede, pues, del trato con los filósofos de la Antigüedad y también del trato con los autores de esa época que merodean en torno al universo de los pensadores: poetas, fabulistas, médicos, historiadores y naturalistas. Bajo el signo de un bestiario elaborado tanto por Arquíloco como por Aristóteles, Eliano, Plinio, Esopo y Fedro, la platija platónica, el elefante monógamo y la abeja gregaria me permiten proponer una deconstrucción del ideal ascético, mientras que el pez masturbador cínico, el cerdo epicúreo y el erizo soltero me autorizan a descristianizar la moral desde la perspectiva de una formulación de un materialismo hedonista”. Deconstrucción del ideal ascético, esto es, romper con las propuestas de esos pensadores dogmáticos que nos obligan, con el fin de mejorar la salud del alma, a luchar contra el deseo y su materialización en líquidos perfumados. Nada se puede derramar. La carne debe ser olvidada a favor del intelecto. Pero olvidan que en él también se da el sueño y que el deseo participa de sus construcciones. ¿Cómo iba a ser de otra manera? ¿Acaso el pensamiento flota sobre el éter o surge de un cuerpo? La respuesta es, para nosotros clara, nace de un cuerpo al que se debe. Y es que toda idea florece de una fisiología, de un orden químico que se mezcla e interactúa con el mundo.
Una vez que el cuerpo ha sido liberado, autorizado a existir sin tener que sentirse culpable, sin tener que pedir permiso, es necesaria una nueva moral, una nueva manera de entenderlo y de vivir en función de sus necesidades. Por ello, Onfray, propondrá un materialismo hedonista. Cada persona debe ser entendida como un fin en sí misma y ponerse en relación con los demás dejando bien claro qué va a demandar y qué va a ofrecer. Por ello, cada pareja decidirá cómo entender y vivir su relación. No habrá normas establecidas ni instituciones con las que cumplir, nos referimos a la familia. La fidelidad será tan sólo algo que se decida y no un imperativo. El matrimonio, en este compromiso flexible, carecerá de sentido. Y es que dos personas se deben unir con lazos que ambos sepan deshacer.
Teoría del cuerpo enamorado es un ensayo exquisito tanto por el contenido como por la forma. El estilo de Onfray es suave y elegante, y a través de él uno se desliza por las páginas como si de seda se tratará. Cuando te quieres dar cuenta el texto se ha acabado y el principio articulador del materialismo hedonista ha echado raíces en tu pecho: goza y haz gozar sin hacerte daño ni ti ni a los demás.