Latinoamérica

Madridcine en Buenos Aires (III)

Por Luciana Carlopio.

En esta última entrega, una película que dejó huella y que es la única que anda paseándose por las calles porteñas (en esos puestos que no hacen gracia a ninguna distribuidora de cine) y que la gente ojalá tenga el placer de darle marcha, si es que este Madridcine se le escapó del panorama.

ALLÁ ELLOS: `CELDA 211´

La ganadora de ocho premios Goya, `Celda 211´ (Daniel Monzón, 2009) es una película de paralelas cruzadas.
Ya al comienzo se establece una marcada separación de las fronteras: los que están de un lado o del otro de las rejas. Líneas que no se juntan, vidas que parecieran no cruzarse, pero que, sin embargo, están más ligadas de lo que se desearía.

“Estos cabrones acaban saliendo pero tú te vas a pasar aquí toda la puta vida”. Es imposible no reírse ante semejante verdad, especialmente viniendo de un funcionario de la penitenciaría. Se lo dice a Juan Oliver (Alberto Amann) que está por tomar su cargo en la cárcel de Zamora. Es justamente este personaje el que le sirve a su director, Daniel Monzón, como nexo a estos dos mundos. Por esta razón, para marcar significativamente las diferencias y para que la metáfora de la mancha de mostaza en la camisa de seda blanca sea exacta, nos presenta a Juan Oliver como un niño educado que decide ir a su trabajo un día antes para ponerse al corriente y así hacer buena letra. Luego la fatalidad hará que no pueda salir del otro lado, pero esto no es más que un hecho fortuito que le vale de excusa para dar el puntapié inicial de lo que se intenta desarrollar. ¿Qué pasaría si te sucede a vos? ¿Sobrevirías? ¿Cómo lo llevarías?

Interrogantes que se plantean en una primera instancia cuando el umbral recién es traspasado, cuando la identificación con un joven inexperto (criminalísticamenta hablando, se le nota que no mató ni a un mosquito), que está temblando de miedo, es posible. Por eso su mentira –ser un preso más– se transforma en una especie de acto heroico, pero no por el hecho de haberse plantado frente a miles de tipos que no tienen nada que perder, sino porque a partir de ahí se inicia para él la difícil tarea de dejar de ser uno para convertirse en otro. Así es como Juan Oliver muta en “Calzones”, un tipo que mató, según él, a un camello por haberse cargado la vida de su hermano. De esta manera, ingresa al otro lado para quedarse.

Y en ese otro lado, como rey en la selva, aparece Malamadre (Luis Tosar), al que lo vemos al principio de espaldas a la cámara y le notamos su nombre tatuado en la nuca. Sin dudas él es la contracara de este niño bueno que se mete en el lío de su vida “sin beberla ni comerla”. Al principio parece evidente que nada los une más que la circunstancia de estar del mismo lado, al menos geográficamente. Malamadre ni bien lo ve intuye esta diferencia: Juan o Calzones, como lo bautiza él mismo, es el nuevo, el extranjero, el que menos tiempo hace que dejó lo que está más allá de las rejas. Y además es inteligente. Le sirve, sus comentarios son acertados (la idea de dejar sólo una cámara para negociar con los policías, el cuidado en no matar a los etarras, el petitorio a las autoridades).

Mientras tanto los funcionarios de la penitenciaría se preguntan qué hacer con la toma de la cárcel, cómo liberar a Juan Oliver –aunque este último dilema se vaya diluyendo con el correr de las horas. El director a cargo es terminante: “Son ellos o nosotros”. Explicita lo que tienen estas historias de cárceles o bélicas en común: un tira y afloje de fuerzas opuestas. En ésta, sin embargo, sabemos de antemano cuál será la vencedora. Daniel Monzón presenta la problemática carcelaria con una visión que, lejos de ser maniqueísta o simplona, denuncia a la vez que humaniza a personajes tantas veces estigmatizados. Nada se dice acerca de lo que los llevó a esos reos a estar tras las rejas; la única confesión es la de Juan Oliver, la cual es falsa. Gracias a esto no nos sentimos tentados a conjeturar un entramado de causas y consecuencias. El foco de atención es entonces el ámbito de un ellos, reunidos en el patio del predio que nos recuerda a un anfiteatro griego. Es el otro, la fiera observada, como desde un panóptico por cámaras de seguridad, lo que captura la atención. El escrutinio, por lo tanto, es doble: los funcionarios de la prisión de Zamora y nosotros, en este caso, el público.

Algo más tiene de bueno `Celda 211´ y es que las fronteras se desbordan. Si bien al comienzo se percibe una clara división entre los de un lado y del otro, a partir de que los familiares de los presos van hasta la cárcel a pedir por su seguridad uno se pregunta nuevamente de qué hablamos cuando hablamos de ellos. Elena (Marta Etura), a punto dar a luz al hijo de Juan Oliver, pide por su pareja, pregunta por él a un guardia del otro lado de las rejas, pero luego el motín es reprendido por el jefe de la prisión. Hecho significativo: este hombre no tiene idea de que la mujer embarazada que deja tirada en el piso es la mujer del funcionario que intenta liberar. Ni ella es consciente del lado en el que se encuentra Juan; ignora que durante todo el día se la pasó intentando escaparse con vida, disfrazado de un reo más. Es que hasta ahí es eso lo que es.

Porque para convertirse en uno de ellos falta. Tachuela (Vicente Romero), uno de sus compañeros y aliado de Malamadre, le exige que sea él quien corte la oreja al etarra como prueba de vida. Por la imagen del espejo roto vemos fracciones del rostro de Juan Oliver, y luego sus manos manchadas de sangre. Es el comienzo de la metamorfosis. Luego le llega la noticia: Elena y el bebé han muerto, y junto a ellos el mismo Juan Oliver. Y si bien no logra ahorcarse en la celda 211, el joven a punto de ser padre y de trabajar como funcionario en la penitenciaria deja de ser posible. Entonces aquel asesino ficticio del camello se corporiza en toda su magnitud: ante el negociador, enviado por el Ministerio del Interior, exige lo que les corresponde no sólo a ellos, sino a él. “Somos basura y lo que se hace con la basura es apartarla para que no huela”, le grita Calzones. Y hace otra cosa: mata. Pero antes de que Calzones le corte la yugular a Utrilla (Antonio Resines), el asesino de Elena, éste les grita a todos que Juan Oliver (ya devenido en Calzones) es, como él, un funcionario.

Posiblemente este develamiento no deja de ser una ironía. O una estrategia para que los presos abandonen al nuevo líder revolucionario, que pide que se los trate como seres humanos. La fuerte denuncia a los encargados de mantener el orden es evidente: Una hoja impresa con el C.V. de Juan Oliver aparece en un pasillo para Malamadre. Para que vean que no es uno de ustedes (o vosotros), dirían los funcionarios de la cárcel, no teniendo en cuenta que Malamadre es, paradójicamente, “un hombre de ley”. Que pelea hasta el final, que se queda intentando salvar a su amigo, al que conoció de su lado de las rejas y que había escrito en la 211: “Aquí murió Calzones”. El adverbio usado no es casual: aquí, para él, es nuestro y su antiguo allá. Del otro lado, donde están ellos.

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