Columnistas

De superhéroes y otros villanos de este siglo.

Por Guillermo Aguirre

Han sido necesarios 28 años para que le dieran el Nobel a Vargas Llosa, 28 años desde que se lo dieron a García Márquez, se entiende. Durante todo este tiempo, lo decía el peruano ya no recuerdo dónde, su peluquero, cada vez que iba a cortarse el pelo, le decía: “¿Estará usted contento con el Nobel, no es así?” Y Vargas Llosa debía de recordarle que el Nobel no era suyo, sino de un tal García Márquez, que él no era García Márquez y que, en fin, le cortara el pelo por las puntas y dejara el servicio de inteligencia.

Desconocemos si acaso, los dos dinosaurios del Boom se afeitaban en el mismo barbero; lo que sí sabemos es que aquí nadie es nadie sin su archienemigo y que, para tener uno, héroe y villano tienen que jugar en la misma liga. Vargas Llosa y Gabo ya lo hacen. Lo decía Stan Lee: lo uno no es nada sin lo otro y la cara oscura debe de ser tan atractiva como aquella que recibe toda la luz, la del poder del bien. Ahora bien, Stan Lee nunca ha trabajado en un mundo que no fuera el de los cómics y, aunque sus relatos y sus superhéroes tengan problemas comunes (amores jodidos y crisis existenciales de identidad), en este mundo nuestro “no rabiosamente entintado”, como rezaban las cubiertas de la Marvel, no tenemos ni superhéroes ni archienemigos, ni existen ligas en las que jugarse el todo por el todo por más que muchos quisieran que así fuera. No hay héroe en ZP (pese al nombre) ni villano en Rajoy. Lo mires por donde lo mires, no dan en celulosa ni en celuloide.

No hay superhéroe en Obama (pese al vídeo) ni oscuridad en Hillary Clinton, aunque la mujer parezca un poco arpía y sea lista como los zorros. Ni siquiera existe intrínseca maldad en Hu Jintao y su enorme campo de adiestramiento oriental, pese a las amenazas (quizá textiles) proclamadas contra Suecia, como tampoco existe una bondad intrínseca en el encarcelado y reciente Premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo (me juego el todo por el todo) por más que muchos nos alegremos de su elección. Además, ninguno viste capa y espada ni tanga del revés, todas cuestiones necesarias para una heroicidad sin tacha.

Lo del villano extraviado y el correcto superhéroe que, en su tierna infancia, fueron amigos del alma no tiene nada de raro y, además, resulta narrativamente adecuado. Pasaba con Spiderman y El Duende Verde, y también con Magneto y el calvo de Charles Xavier, y así con otros que ahora no me vienen a la mente; pero en el mundo de la literatura las rencillas no se arreglan en una lucha final que destroce el Upper West Side, y por eso ahora Vargas Llosa hará el prólogo a la reedición de Cien años de soledad (o 34 de cabreo), contrato en mano y editor mediante. Héroe y archienemigo, o al revés, se quedarán el uno sin el otro para siempre y al garete con Stan Lee. ¿Con quién va a beber un Nobel si no es con otro Nobel? Y es que, de todos los cómics, los que más se acercaban a nuestra realidad quizá fueran los de La Masa contra Hulk o los míticos crossovers entre Marvel y DC), donde dos superhéroes se liaban a tortazo limpio en un escenario árido y existencial por el que nunca asomaba villano alguno. Como dice Günter Grass, en este mundo  “hay que celebrar la miserable belleza de todos los matices del gris” y, si es necesario (y lo es), pues coño, premiarla y hacer las paces. Que para eso somos seres mediocremente humanos con problemas que parecen de Superman.

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