No hace tantos años
Por José Vaccaro Ruiz.
No hace tantos años. Antonio Arráez. Ediciones Atlantis. 174 páginas. 17 €.
Antonio Arráez nos lleva en su novela “No hace tantos años” a tres momentos de la reciente historia de España: la Guerra Civil, la Transición y finales de los años ochenta. De la mano de sus dos personajes principales, Aniceto y Antón López, el nombre de su rebautizado abuelo, el autor nos ofrece un recorrido por las tripas de los últimos decenios de la Piel de Toro sufriendo y sobreviviendo entre revueltas, ostracismo y nuevas profesiones de manipuladores de ERES y mercaderes de conciencias. Un abuelo que, como un tributo o un último resabio hacia lo “atado y bien atado”, tiene que estar cuatro días de cuerpo presente esperando a que lo entierren porque muere el mismo día del Caudillo y, naturalmente, el luto oficial declarado hay que respetarlo hasta para dar sepultura a los difuntos.
La novela está bordada de frases certeras y vitriólicas dejadas caer aquí y allá como cargas de profundidad (cuando volvíamos a las trincheras un proyectil alcanzó a Raúl. Murió sin matar, como se debe morir en una guerra), cuando no de humor (la sobrina del marqués, que tenía sangre azul pero cara de chufa) o de comprimida lección magistral de historia (nos encontramos defecando en una playa francesa donde habían ido a parar los restos de la República). Un verdadero deleite para el lector que aporta a la novela un valor añadido de complicidad inteligente.
Hay un hilo conductor en la historia que cuenta Arráez que a mí particularmente me cautiva: la herencia del abuelo para con su nieto en forma de una maleta de libros que este va recibiendo a medida que crece. Es una clara metáfora de la entrega, la transmisión de conocimientos, vivencias y cultura de una generación a otra en forma de letra impresa. Es también un intento, por parte del abuelo, de dotar a su descendiente de un bagaje de ética, honradez y solidaridad hacia los demás. Dejo al lector de la novela la tarea de averiguar si esas buenas intenciones finalmente se cumplen, o no, en la persona de Aniceto.
La hábil y mesurada utilización del feedback permite a Arráez encarar pasado y presente de los personajes y del país en esos tres momentos de la historia reciente, en una labor que, sin pretenderlo, es a un tiempo pedagógica, poniendo cara a cara formas y sucesos de una manera que evidencia las contradicciones y los cambios de mentalidad de la sociedad. Las últimas páginas de la novela contienen la clave de bóveda de la historia y nos aportan ese resabio, entre amargo y dulce, trascendente y atemporal, que tiene la buena literatura.
No puedo dejar de citar, para concluir esta crónica, y permitiéndome el lujo de practicar la iconoclastia, el diferente tratamiento que Arráez da a los libros a través de Antón López como elementos de transmisión de sentimientos y cultura, al compararlo con otro personaje literario, Pepe Carvalho, que se dedica una vez y otra a quemarlos.
Hace viento, en la calle. Y, yo, me despido.
Se refresca, el aire.. y no hace luz, en este momento de ida y vuelta. Aniceto.. la Luz, de el saber como perdonar. Representado, y, visto… y, nadie, lo interpreta como un servicio, de nadie. Especialmente, es así.
El cuenco, cabe , en tus ojos, como
cremallera, desde el desdén a el deseo, lo mismo daría igual el viento, que el cielo, porque el cuenco, cabe, en tus ojos. Fin. Etc, etc, etcétera. Fin… FIN..