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Suomenlinna, de Javier Calvo

Por Eva González Vellón.

Nueves años han transcurrido desde que Javier Calvo (Barcelona, 1973) publicara su primer libro de relatos, Risas enlatadas. El autor, que sigue conservando de sus comienzos esa habilidad para construir mundos terribles y personajes extraños, ha ganado en pericia narrativa, al tiempo que consolida una mirada muy peculiar y un universo propio. Suomennlina, publicada por la editorial Alpha Decay, es el relato de una adolescente finlandesa, perdida en un mundo cerrado y carente de estímulos. Si no fuera por lo terrible de la historia, podríamos hablar de esta obra como de una novela de aprendizaje. Pero el destino que espera a Mirkka Rislakki, condenada por un crimen racista, no es otro que la celda de un correccional de menores.

«El tren arranca de la estación, como de costumbre, pero la mano que saluda no está dentro sino fuera. El mundo arranca y el tren se queda quieto». Eso nos dice el narrador sobre esta historia y no le falta razón. Suomennlina es una pequeña isla, aislada del mundo como lo están sus protagonistas, donde el único aliciente para una pandilla de adolescentes en busca de su identidad, que ven la vida pasar ajena a ellos, será el alcohol y el black metal.

Con una voz personalísima y a través de un narrador cínico y autorreflexivo, Calvo nos cuenta la historia de Mirkka, una adolescente que forma parte de una banda de black metal sin recursos, Las Cabras del Joulu; una chica regordeta e inadaptada que suspira por el reconocimiento del grupo y por la atención del chico más guapo de la banda. Pero esa búsqueda de la aceptación de los demás la llevará más lejos de donde se hubiera atrevido a llegar ninguno de ellos. Lo dramático de la historia no es el hecho de que Mirkka termine, a causa del crimen, en un correccional, sino el hecho de que la adolescente se encuentre bien allí. En un mundo cerrado y endogámico, el adentro y el afuera se confunden: la celda de un correccional es un lugar donde nadie te juzga, nos dice Mirkka.

A través de una estructura propia de un libro de relatos (la novela está compuesta por diez capítulos breves, nombrados de una forma sugerente) Calvo construye una historia de una extraordinaria unidad, circular y claustrofóbica: la joven pasa los dos días de permiso por Navidad prácticamente encerrada en su habitación, contemplando dos pósteres que enmarcan su cama y también el libro: el de la película The Wicker Man y el del grupo de black metal noruego Mayhem. «Lo ya vivido lo inunda todo. Todo cobra sentido en la familiaridad». Desde su cama, Mirkka rememora la historia de lo sucedido un año atrás.

En Suomennlina, Calvo nos sorprende con una fusión entre la estética del black metal y la mitología nórdica, entre el cine de culto más siniestro y los cantos populares, las raíces del Norte y la pureza de sangre. Los personajes quedan atrapados entre discursos del pasado y la amenaza de un futuro incierto para la isla, incapaces de sustraerse a ninguno de los dos. La mirada del narrador sobre ellos no es compasiva: en ocasiones, la cámara congela la acción y los reduce a meros arquetipos, humanos pero delirantes. La protagonista, atrapada en el interior de The Wicker Man, perseguida por elementos de la mitología nórdica, sintiéndose una de ellos, increpa al narrador. El extrañamiento es una constante en la novela e intensifica esa atmósfera claustrofóbica del relato. Pero el crimen racista tampoco nos redime como lectores. El único discurso que transita la narración, además de una suerte de épica de lo cotidiano, es la Estética: una estética que sublima la belleza del frío blanco de la isla de Suomennlina.

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