Los días del maíz, de Miguel Ángel García Argüez
Los días del maíz
Miguel Ángel García Argüez
Por Alberto García-Teresa
Una vibrante pulsión mítica impulsa Los días del maíz, un «libro poema» en palabras del propio Miguel Ángel García Argüez, quien continúa evolucionando en su trayectoria poética.
Efectivamente, estos textos poseen un aliento antropológico, pues se explica la esencia del mundo y del ser humano desde un enfoque mítico, también para hablar más adelante, en la tercera sección, de su destrucción y de sus vías de salvación. Esto resulta especialmente patente en el modo de enunciación que emplea el escritor y en la profundidad e intensidad que obtiene en la construcción de las piezas. No en vano, el «yo poético» (que se sitúa en el ámbito del poeta juglar, revelador de la Historia y portavoz de una comunidad) califica el contenido del libro de «versos antiguos».
El volumen consta de tres partes, compuestas de poemas numerados, y cuatro poemas previos, a modo de pórtico. También incluye una nota final donde el autor explica el origen del libro y también revela sus referencias a la mitología maya y a algunos personajes históricos que aparecerán en el último tramo.
En todas las piezas abundan las referencias a lo elemental, con un valor simbólico, que bien representan a la naturaleza (una naturaleza sagrada) o bien a una cultura respetuosa con (y devota de) aquella. Pero pronto se aprecia una cuidada disposición de los textos que da sentido a todo más allá de los efectos parciales.
De este modo, la primera sección se articula en torno a la descripción de Caribe, que aparece como personaje divino. Se le ubica en una relación orgánica con la naturaleza, y por ello se encuentran muchísimas descripciones de paisajes, que suelen encerrar una valoración moral positiva. Ese detenimiento en ellos se produce en mayor grado en cuanto revela su dimensión misteriosa, y entonces se hace patente su admiración y devoción («la agridulce y precisa jerarquía / en que conviven todas las criaturas»). También se produce una relevante corporeización del Caribe, pues remite a una percepción material de lo místico.
Sin embargo, fusiona en ocasiones ese plano mítico a aspectos contemporáneos, con una actitud de denuncia, que se agudizará en la tercera parte del poemario, y construye así piezas que alcanzan grandes cotas de intensidad en sus desarrollos. Además, ponen de manifiesto resonancias épicas y surrealistas a la hora de nombrar esa realidad primigenia.
También se muestran ya estructuras paralelísticas, que utiliza el autor con abundancia, incluidas las anadiplosis, que configuran textos completos con notables resultados, en busca de una encadenación que, igualmente, se produce también a un nivel sintáctico. Esto está acrecentado, además, por la ausencia de signos de puntuación.
Por otro lado, la segunda parte de la obra juega con los ángeles como sujeto, aunque los separa de toda connotación cristiana, que recorren todo ese fantástico paisaje natural ya presentado incrementando su magia. Del mismo modo, aparecen nombradas muchas especies de animales, con lo que la esfera biológica se amplía.
Sin embargo, la última sección habla de la destrucción de todo ese mundo (en todos los planos: físico, moral, ecológico, cultural) a través de la colonización mediante la imposición del cristianismo. Utiliza para ello símbolos cristianos para explicar ese avance, y se hace mención a las masacres, a la hipocresía y a la barbarie traída por los «civilizados». De hecho, se lleva a cabo una denuncia muy concreta contra, según explica García Argüez en el epílogo, «Efraín Ríos Montt, militar guatemalteco (y pastor evangélico de la “Iglesia del Verbo”) que encabezó como implacable dictador los más sangrientos episodios (1982-1983) de historia reciente del país, con especial saña hacia la población rural indígena», transmutado aquí en «El Gran Predicador», quien protagoniza muchos de los poemas de esta parte.
Se pone de manifiesto entonces la estudiada estructura y evolución de la obra, que desemboca en estos hechos en una progresión notable y sólidamente coherente. Se contraponen, de este modo, la construcción física, social y espiritual de ese mundo autóctono con la aportada por los conquistadores y los colonizadores, de quien especifica que «su corazón es de barro / Y sus ángeles no vuelan / Y sus sacerdotes mienten / Y sus dioses son muñecos de palo». Así, asistimos a un proceso y, al mismo tiempo, a una justificación interna de lo recreado anteriormente en la obra.
El tramo final de la sección y del volumen corresponde a una plegaria a Maximón, una «enigmática deidad k’iché de origen incierto» (según el epílogo), que también resulta una proclama de lucha y resistencia: «porque todo se pierde / Si olvidamos las fosas comunes (…) / Porque es la ira el método / De hacer frente a la amnesia». Ahí se recogen actos concretos representativos de la represión («por los cadáveres ocultos en el lodo de la historia»).
Y se cierra con una proclamación de integración en la comunidad, de recuperación de la conciencia colectiva, que abre nuevos caminos de esperanza entre el dolor y el sufrimiento: «Mi cuerpo está encendido con la sangre de los indios (…) / La gente corre a gritos por mis venas».
De este modo, Miguel Ángel García Argüez aporta con Los días del maíz una obra muy sólida, construida de manera muy precisa, que mantiene un tono mítico muy bien logrado y una potencialidad épica destacable, sin dejarse arrastrar por el exceso que un planteamiento como el que él presenta pudiera haber dado lugar. Por el contrario, el poeta logra (re)construir un universo propio, permitirnos navegar por él y también asistir a su disolución de una manera meritoriamente muy contenida, con una búsqueda expresiva y formal también destacable.
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Los días del maíz
Miguel Ángel García Argüez
62 páginas
Baile del Sol, 2010
ISBN: 978-84-92528-84-4