CríticasPoesía

ELEGÍA, de Mary Jo Bang

ELEGÍA, de Mary Jo Bang

Por Ernesto García López

Bartleby Editores, septiembre 2010

132 páginas

ISBN: 978-84-92799-02-2

Elegía supone el debut literario en España de la norteamericana Mary Jo Bang. Primer libro traducido y publicado en nuestro país de una autora que cuenta ya con una más que notable carrera en EEUU, de la mano de títulos como Apology for Want (1997), The Eye Like a Strange Balloon (2004) o The Bridge of E (2009). Elegía fue concebido entre junio de 2004 y junio de 2005, a caballo de dos continentes (América y la Liguria italiana) y, tal como nos adelanta en la contraportada su traductor, Jaime Priede, nace tras la muerte de su hijo por sobredosis. Estamos, pues, ante un poemario que intenta traducir en acontecimiento simbólico una de las más dolorosas experiencias que se pueden sufrir en la vida.

El poeta D. H. Lawrence decía que «la esencia de la poesía debe ser la franqueza descarnada; la soledad hecha poesía.» Y utilizaba el adjetivo stark (descarnado) para referirse a lo agreste, lo inhóspito, lo crudo. No se trataba (a los ojos del británico) de buscar la verosimilitud ni la verdad (recordemos el lema pessoano: el poeta es un fingidor), sino de recrear y proyectar la dimensión puramente animal, matérica, febril incluso, de toda existencia. En cierta medida esta forma de observar la poesía se incardina con algunas de las búsquedas del expresionismo alemán que, siguiendo la estela del post-impresionismo, persiguieron con empeño la recuperación de lo primitivo y lo incontaminado por el juego de espejos de la sociedad burguesa. En cierta medida, tras ese reclamo de “franqueza descarnada” se ocultaba y aún se oculta un linaje literario que, frente al formalismo esteticista, apuesta por la contundencia de las emociones y la reflexión existencial. Pues bien, a mi juicio, este libro de Mary Jo Bang transita por esta senda y se erige en potente representante de ese anhelo perseguido por Lawrence. La poeta norteamericana, sin perder un ápice de fuerza lírica, se muestra “descarnada”, huera: “Ya no puedo entender más el mundo como escenario / de mí misma, atrapada como estoy / en este echarte de menos. La añoranza se ha casado / con la llovizna. Por supuesto, las lágrimas / son sólo un aspecto / de la escenografía del dolor.” Y esa crudeza de la ausencia de un hijo se transustancia en hilo conductor para abordar otros muchos aspectos de la condición humana (siguiendo la estela de la mejor literatura elegíaca). Veamos algunos de esos otros aspectos.

La Aporía. El crítico y poeta norteamericano Wayne Koestenbaum  (al hablar de este libro) señala que todo su recorrido desemboca en aporías. Recordemos que el término aporía (del griego απορíα, dificultad para el paso) hace referencia a los razonamientos en los cuales surgen contradicciones o paradojas irresolubles. Efectivamente, la experiencia de la ausencia del hijo desencadena en cada poema un conjunto de rupturas interiores que abandonan al yo poético a las puertas de una realidad desenfocada, imposible de asir por medio de las categorías del pensamiento establecidas. Mediante la expresividad de unos signos cuyos significados quedan ocultos, Mary Jo Bang nos da cuenta de “La drogada asperidad de la mente”, de esos “sencillos elementos / de experimentación singular” que, sin embargo, no pueden ordenarse: “Ahora sólo / eres un aspecto / de mi cerebro. Mis ojos / te ven. La balanza entre lo que eres / y lo que haces –la sintaxis / de la inación versus la sintaxis / de la acción deliberada / se ha distorsionado hasta llegar a un estado semi-consciente.” El intento racional por asumir la desaparición del hijo produce un extrañamiento lírico de la realidad, un descentramiento del modo de aprehender el mundo.

Poesía indagatoria. Y es que, frente a la aporía, Mary Jo Bang proyecta un doble movimiento. Por un lado una aproximación de corte objetivista que trata de conquistar dicha objetividad por medio de la capacidad de formar inter-subjetividades. No se trataría, sólo, de establecer un diálogo desnudo entre un yo enunciativo (la propia poeta, la madre) y un tú que responde (el hijo ausente), sino de asumir a través de la palabra poética un estado intersticial, inter-subjetivo, que permita ir más allá de la aparente evidencia de lo desaparecido. De ahí que la poesía de esta autora tenga un fuerte componente heurístico, pues sus recursos estilísticos permiten abrir procedimientos para identificar nuevos problemas, nuevas indagaciones en la estructura de un problema (el de la ausencia). Su poesía pone en cuarentena la idea de enunciación poética, abre fisuras en el yo, desestabiliza el concepto de “confesión” para enraizarse en un discurso más inconsciente, abstracto, que pueda representar lo espeluznante del vacío: “¿Qué es hoy? ¿Dónde estoy? / ¿Qué naturaleza cruel pone los cables de un cerebro como éste? / ¿Para darle placer / y luego dejar que el placer se vuelva dolor? Decir que amaste a una persona. / Decir que esa persona ya no existe. / Trágico destino indefenso que sigue y sigue y sigue.”

Herencias filosóficas en el pensamiento poético de Mary Jo Bang. Y es que el carácter heurístico e indagatorio de su poesía encuentra sólidos referentes no sólo en la obra de otras escritoras a quienes ella admira (como Sylvia Plath o Ingeborg Bachman), sino, sobre todo, en diversos autores filosóficos que posibilitan el “humus” conceptual sobre el cual germina su trabajo. Elegía, y su desconcertante asunción de lo inter-subjetivo, intenta rastrear en parte de la filosofía occidental contemporánea asideros desde donde encajar una experiencia tan terrible. Ahí estarían el pensamiento nietzscheano; el segundo Husserl (el de la fenomenología constitutiva) para quien la intersubjetividad es un dato constitutivo de la conciencia; Heidegger y su “dasein”, es decir, ese “ser-ahí” que implica interacción con otros seres y otras cosas (el “dasein colectivo”); el segundo Wittegenstein para quien el juego lingüístico (entendido como forma de vida) queda regulado por reglas de carácter público y, por extensión, también intersubjetivas; e incluso autores de corte existencialista como Merlau-Ponty en cuya arquitectura intelectual lo físico y lo mental tienen una conexión directa, al igual que en Mary Jo Bang lo físico (la propia materialidad de un cuerpo vivo, el suyo, otro desaparecido) y lo mental (la idea del hijo muerto y sus efectos ideacionales) se entrecruzan de manera dolorosa. Todo se erige en soporte de una escritura agitada, lucida, trágica incluso. Un texto donde se vinculan, tal y como señala su traductor, la lucidez emocional con el talento poético. “Estos florecimientos terrenales han arraigado / como los trenes plateados del maquinismo. / No oigo nada a ciegas en la noche salvo el sentido del movimiento. / El dolor exquisito para quien / medio se esconde en el árbol, hojas a sus pies. / Hojas caídas y sensaciones perdidas.”

No se lo pierdan, estamos ante un libro que dará que hablar.

Ernesto García López

Según palabras del traductor:

Este libro es una elegía que no se resigna ante la muerte ni ofrece consuelo a los vivos. Este libro duele. Es una herida que no acaba de cerrarse. La herida del desamparo que causa una pérdida y el sentimiento de culpabilidad por no haberla evitado. Mary Jo Bang compone Elegy entre junio de 2004 y junio de 2005, tras la muerte de su hijo por sobredosis, pero el libro no fue publicado hasta 2007, año en que recibiría el prestigioso National Book Critics Circle Award. El tiempo parece medido por la escritura durante ese primer año, un tiempo helado e impasible yuxtapuesto a otro irreversible y agitado.  Cuando se cruza un dolor como éste con un talento poético como el de Mary Jo Bang, provoca la lucidez emocional de eso que identificamos como arte. En mi opinión, este libro es una pequeña obra de arte.

Jaime Priede

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