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La familia, ¡qué locura!

Por Ángel Domingo.

La platea ríe, pero no tiene gracia aunque provoque carcajadas. Agustí Vila ha presentado La mosquitera, su segundo largometraje, en la Semana Internacional de Cine de Valladolid. La familia parece ser un tema recurrente en esta edición del festival. También inspira otros títulos de la sección oficial como Una familia (evidentemente), Copia certificada, La misión del director de Recursos Humanos, Cyrus…

En esta tragicomedia Vila nos mete hasta la cocina ajena, sin dar tiempo a descalzarse, de una familia catalana a la que el apelativo de disfuncional se le queda más que corto. Las heridas emocionales  y psicológicas son el denominador común de un grupo humano que hace bueno el “ni contigo ni sin ti” pese a que eso suponga la mayor de las soledades en compañía.

Emma Suárez es Alicia, una ilustradora incapaz de intimar con su esposo Miquel (Eduard Fernández), dominado por su cónyuge y el hijo de ambos. Él acaba buscando compañía, algo de calor humano, con la sirvienta. Se consuela con una simple caricia mientras que su mujer, ajena a sus sentimientos, consiente absolutamente a un hijo adolescente, hipersensible y apático que se refugia en las drogas de un mundo que le duele y del que trata de proteger a cuantos animales callejeros encuentra aunque eso suponga convertir el hogar en un zoológico.

En el retrato familiar también aparecen retratados la hermana de Alicia (Anna Ycobalzeta) -a la que su propia hijita le atemoriza y prefiere castigarla con todo tipo de torturas psicológicas, por crueles que sean, antes que darle un cachete-, los padres de Miquel (Fermí Reixach y Geraldine Chaplin) en un grave proceso de senilidad, un compañero de instituto más salido que el pico de una plancha (Àlex Batllori)…

El título es debido, explica el realizador, a que “una mosquitera es algo muy leve, protege de pequeños peligros, y es lo que anteponen los personajes a la realidad, sin ser conscientes de que no les servirá de nada frente a los grandes dramas que les atenazan”.

“Pretendía hacer una comedia que apretara las tuercas”, explica Vila, que confiesa haberse movido entre Woody Allen y Todd Solondz.

A nadie ha dejado indiferente esta propuesta, acogida con aplausos y pataleos, en la que gran parte del público ríe. Cuando acaba la proyección, abandona la sala quizá con cierto dolor de estómago que achaca a las agujetas de la hilaridad. La digestión aposenta las ideas y el espectador ya sabe que esos retortijones vienen provocados por el puñetazo que le han colocado camuflado de comedia. Las sonrisas se quiebran al mirar las miserias cercanas, íntimas y nunca confesadas. Tal vez se reconozca, pero esa sería otra película

Copia certificada

Abbas Kiarostami, Espiga de Oro con A través de los olivos, presenta a concurso Copia certificada en la que narra un encuentro aparentemente inocente, al sur de la Toscana, entre un escritor inglés (William Shimell) y una galerista francesa (Juliette Binoche).

Cuando la cita, a raíz de una conferencia del autor en una localidad italiana, parece discurrir por los cauces más o menos convencionales, la historia da un giro inesperado a partir de un café que se enfría, con una camarera celestina. A partir de ese instante, ¿tan causal como casual?, el realizador iraní nos sumerge en una nueva realidad insospechada. La pareja cobra una nueva virtualidad que nos acerca a situaciones habituales en otro contexto.

Inspirada en Te querré siempre, de Rossellini, de pronto ya no nos hallamos ante dos desconocidos sino ante un matrimonio mal avenido que celebra de una particular manera su decimoquinto aniversario de bodas, que no juntos. En ese tiempo, la intimidad del amor ha sido dispersada por un telón de acero de incomprensión, distanciamiento y otros intereses.

Alternan el inglés de él con el francés de ella en territorio italiano. Binoche, premio a la mejor actriz en Cannes, lucha por mantener una llama que él apaga con el alejamiento. El trabajo como refugio. Ya no se entienden. No disfrutan de las mismas cosas. Las agujas del reloj giran en sentido contrario para cada uno de ellos.

¿Juegan, fingen, se han vuelto locos, pretenden volvernos majaras a nosotros?, se pregunta el espectador. Una ventana se abre, un campanario, una pareja en la habitación de una pensión… Que cada uno piense (imagine) lo que quiera.

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