300 años de enfermedad
Por Manu Tomillo.
El enfermo imaginario, de Molière.
Dirección y adaptación: Paco Obregón.
Teatro Victoria (Madrid)
El Enfermo Imaginario vuelve a representarse en el Teatro Victoria de Madrid, y aunque la obra original de Molière tenga más de 300 años de antigüedad, sigue completamente vigente por su crítica atemporal a las costumbres impuestas y a las relaciones de poder y vasallaje única y exclusivamente por rango social.
Pero esta adaptación de Paco Obregón presenta una gran diferencia respecto a otras versiones de este clásico del teatro universal, la puesta en escena resulta innovadora, se elimina el escenario y la representación se lleva al patio de butacas, lo que acerca al público a la obra, la hace más cercana y contagia el humor que en esta interpretación es una constante.
Una puesta en escena diferente y una interpretación de los actores y actrices que constantemente buscan la complicidad con el público, a escasos centímetros de lo que ocurre en el centro de la sala, consiguen que no sólo la interpretación de Argan, el “enfermo” protagonista, cobre relevancia bajo los focos del Teatro Victoria, sino que también son los secundarios, los que hacen de correa de transmisión de la historia, los Tonina, Angélica, Belina o el Doctor Purgón, los que hacen pasar al protagonista por los distintos estados por los que va evolucionando a lo largo de la obra, desde ser un pobre enfermo a las puertas de encontrarse con la muerte, a ser un doctor más que con grandes dosis de palabrería y un aura de importancia, busca lucrarse de las patologías, reales o no, de sus pacientes.
Esta adaptación resulta a la vez una buena mezcla entre modernidad y tradición, o si lo prefieren, entre el siglo XVII y nuestros tiempos. Es un síntoma claro de que la obra no ha perdido actualidad, pero también es un acierto por parte de la compañía que ahora la representa, de entender que la inclusión de algo tan sencillo como un vestuario más moderno, también crea en el público más lazos de unión, y de esto la camiseta de Pau Gasol que aparece en la obra es un claro ejemplo.
Aunque quizás, esta representación se olvida del carácter musical de su obra original, pero aún así la ambientación sigue siendo muy importante en esta adaptación para identificar especialmente a los personajes, cada uno con un estado de ánimo, con una energía más o menos positiva, con un papel, si lo reducimos mucho, de buenos y malos.
Y esa idea de buenos y malos, de aprovechados e inocentes, es de la que Molière quería dejar constancia en esta obra, entendamos que el Doctor Purgón, el que mantiene enfermo al protagonista para su propio beneficio, no es sólo un médico, traspasémoslo a cualquier otra profesión, a cualquier cargo social, o al menos a cualquiera que sólo por el hecho de poseer un determinado rango, parezca que todos sus juicios de valor son más importantes que el del resto de los mortales. El mero hecho de ser doctores en cualquier ámbito de la vida, no da para Molière valor moral para sentirse por encima de otros que no lo son.
No deja de ser una crítica a la sociedad de su tiempo, a la de nuestro tiempo, que en eso tampoco hemos cambiado, y que afecta desde a las relaciones sociales como al problema del consumismo y las necesidades creadas, quién sabe desde qué esferas, para que sin este o aquel artilugio o aparato no podamos seguir con nuestras ajetreadas vidas. Pulseras que nos mantienen nuestro cuerpo en equilibrio o frutos orientales que nos curarán de todas nuestras dolencias, todos parece que no nos escapamos a ser enfermos imaginarios, y esta obra nos lo enseña además con una sonrisa en la boca.
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