Banderas protagoniza el comienzo de la Seminci
Hace 21 años, Antonio Banderas era premiado en Valladolid por La blanca paloma. Al poco tiempo iniciaba la aventura americana. Ahora regresa al cine europeo de la mano del director con quien mejores papeles ha firmado, Pedro Almodóvar, y es de nuevo galardonado por la Seminci con una Espiga de Honor por su trayectoria. “La casualidad o el destino han querido que este festival marque el principio y el final de una etapa. He vuelto a casa”.
Cercano, rápido en las respuestas, irónico y fresco pese al agotamiento de empalmar el fin de la sesión de rodaje con el manchego y el viaje a la capital del Pisuerga, Banderas confiesa que “el cansancio es mi estado natural desde hace tiempo”, aunque resiste con energía.
Cuando le preguntan si no es demasiado temprano, a sus 50 años, este reconocimiento a su carrera, el malagueño bromea con humildad: “”En San Sebastián me premiaron con 48. A lo mejor saben más que yo y me quieren premiar antes de que se acerque lo inevitable”. En todo caso, “me siento joven. Es más, no creo haber hecho todavía la obra por la que se me reconozca”.
Proyectos, proyectos y más proyectos en una agenda completa a corto y medio plazo. Cuando termine su esperada colaboración con Almodóvar, viajará a Túnez para ponerse a las órdenes de Jean-Jacques Annaud en la filmación de Black gold.
Lejos de tomarse unas vacaciones, inmediatamente después, en septiembre de 2011, se enfrentará al reto de dirigirse a sí mismo en Solo, de la que se encarga su propia productora, Green Moon, con 10 millones de euros de presupuesto. Después de dos adaptaciones de novelas (Crazy in Alabama y El camino de los ingleses), se pone tras la cámara con una historia original en la que interpretará a un coronel del ejército español que padece un síndrome postraumático en una ambientación que “toca la ciencia ficción”. La película estará rodada en inglés, “el idioma del cine”, para competir en el mecado internacional aunque el reparto será nacional.
Volviendo al presente, considera que el realizador de Mujeres al borde de un ataque de nervios es “un planeta con una gravedad enorme. Hay que saber agarrarse a su órbita para no salir disparado ni estrellarse contra él. Su forma de narrar es muy personal. Ha creado un estilo propio”.
Átame, reconoce, es su mejor trabajo por lo que a pocos extraña que decidiera volver de la mano de su director fetiche, que le reserva papeles intensos. Si en aquella encarnara a Ricky, un admirador perturbado que secuestra a la actriz que da vida Victoria Abril, en esta ocasión interpreta a un psicópata con una inmejorable imagen externa, “como aquellos cuyos vecinos dicen que siempre saludaba en la escalera y luego mata a su mujer de 84 puñaladas”. Todo un profesional de éxito, un médico, con una cara oscura que le está obligando “a un enorme ejercicio de contención para no caer en los clichés del genero”.
Conociendo a Almodóvar, el personaje será de todo menos arquetípico. En este reencuentro, Banderas observa cambiado a su amigo “menos barroco que en los 80. Ha profundizado en el contenido, con mucha reflexión. Y se muestra más escueto, más minimalista en la forma. Eso también lo traslada a la dirección de los actores”.
Lo que no cambia es su control total de la película, al estilo europeo frente al star system de Hollywood, donde los actores disfrutan de mayor libertad e incluso el resto del equipo se pone a su disposición. “Woody Allen, cuando me envió el guión, me escribió una carta en la que me señalaba que podía cambiar los diálogos si no modificaba la intención de la escena. Eso es impensable aquí”.