«Corpus», Jean-Luc Nancy
La editorial Arena Libros nos presenta un libro que hasta el año 2003 tuvo que esperar para ser traducido a nuestro idioma; se trata de un ensayo imprescindible para comprender las teorías contemporáneas sobre estética, así como la corriente francesa abanderada por Deleuze y Derrida.
¿Quién más en el mundo conoce algo como «el cuerpo»? Es el producto más tradío, el más largamente decantado, refinado, desmontado y vuelto a montar de nuestra vieja cultura. Si Occidente es una caída, como pretende su nombre, el cuerpo es el último peso, la punta extrema del peso que se vuelca en esta caída. El cuerpo es la gravedad. Las leyes de la gravitación conciernen a los cuerpos en el espacio. Pero ante todo el cuerpo pesa en sí mismo: en sí mismo ha descendido bajo la ley de esta gravedad propia que lo ha empujado hasta ese punto en que se confunde con su carga. Es decir, con su espesor de muro de prisión, o con su masa de tierra amontonada en la tumba, o bien con la pringosa rigidez de ropa usada, y para acabar, con su peso específico de agua y de hueso -pero siempre, ante todo, a cargo de su caída, venido del éter, caballo negro, bestia de carga.
Arrojado de muy alto, por el Altísimo en persona, en la falsedad de los sentidos, en la malignidad del pecado. Cuerpo indefectiblemente desastroso: eclipse y caída fría de los cuerpos celestes. ¿No nos habremos inventado el cielo con el solo fin de hacer que los cuerpos decaigan?
Sobre todo no creamos haber acabado con ello. Hemos dejado de hablar de pecado, tenemos cuerpos a salvo, cuerpos de salud, de deporte, de placer. Pero quién no es capaz de ver que con ello el desastre se agrava, pues el cuerpo está cada vez más sumido, más abajo y su caída es cada vez más inminente, cada vez más angustiosa. «El cuerpo» es nuestra angustia puesta al desnudo.
Sí, ¿qué civilización ha podido inventar eso? El cuerpo tan desnudo, el cuerpo en fin…