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Lágrimas y sonrisas

Por Ignacio González Barbero.

En multitud de ocasiones llegamos a llorar de risa. La alegría y la despreocupación son tan elevadas que las lágrimas no pueden más que reír. No hay nada en nuestro corazón que pueda perturbar esta sensación de desdén jocoso hacia lo real.La intensidad progresiva de este risueño sollozo nos deja, a veces, sin respiración y  su falta nos obliga a volver , poco a poco, a nuestro temple rutinario y cotidiano,  limpiando nuestros ojos y descansando nuestra boca. El rostro nos duele, gracias a la violencia de la embestida emocional que acabamos de padecer.

Por otro lado, muchas personas muestran su caridad colaborando en países muy empobrecidos económicamente. Lo que más les suele impresionar es la sonrisa de sus gentes, especialmente la de los niños. Cuentan que la genuina felicidad que transmiten estas personas no tiene comparación. La tranquilidad de ánimo es plena y va acompañada de un confíado agradecimiento que inunda el espíritu del visitante. Es una muestra de serena alegría, un abrazo sin cuerpo.Es la expresión de lo real en su dimensión más concisa y devastadora.

Alguna de estas grandes personas relatan que han llegado a llorar al contemplar esa dicha.Estas lágrimas parten de un lugar emocional ignoto, de una mezcla indistinguible de pesar y contento, pero lo más importante es que son manifestación de un ser humano viendo a otro ser humano que, en su miseria, enriquece a los demás con su alegría. La energía emocional inherente a toda esta situación provoca que algunos necesiten volver a estos países, mas, también, que otros no quieran retornar de nuevo.

Así, parece que la sonrisa y la lágrima son formas de mirar a los demás, es decir, representan nuestra reacción al entrar en contacto existencial con otro hombre. Un movimiento interno con demostración externa que nos dice quienes somos y, especialmente, quienes son los demás para nuestro corazón, qué lugar ocupan en él. Hay muchos semejantes que son invisibles para nosotros, aunque los hayamos mirado, aunque los hayamos visto plañir o reír. Hay otros muchos que viven en nosotros con apenas haberlos atisbado un momento sufriendo o alegrándose.

A través de nuestras emociones, nos conmovemos con los demás o nos alejamos de ellos. Un simple mecanismo de entrada o salida que nos muestra que quizás todos estamos unidos y, en cierta manera además, todos estamos solos. La manera en qué afrontamos esta doble condición nos define y nos iguala al resto de seres humanos. Sentir tristeza o alegría, en definitiva, expresa con qué y con quién nos comprometemos en esta vida.

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