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Tiempo de vida

Por Jorge Díaz.

Tiempo de vida. Marcos Giralt. Editorial Anagrama. 208 páginas. 17 €.

Leí esta novela hace unos meses, de hecho he olvidado los detalles, debería buscarla en la estantería, releer algunos párrafos y echarle un vistazo más, pero no lo voy a hacer. Desde que la terminé estuve seguro de que escribiría una reseña sobre ella. He abierto muchas veces un documento en el ordenador y he tecleado el título: Tiempo de vida, de Marcos Giralt. He pensado unos minutos cómo empezar y después he cerrado: ¿quiere guardar los cambios efectuados en el documento?, botón del centro, no.

Si la releyera, tendría que seguir dándole al botón de no guardar, por eso no lo hago, aunque volveré a leerla cuando no tenga hablar sobre ella sino disfrutarla.

En estos meses, cuando alguien me ha preguntado por una novela que me hubiera gustado, la he recomendado y la mayor parte de los que la han leído me ha dado las gracias. Cuando a los amigos les gustan las novelas que les recomiendas, sientes como si fueran un poco tuyas, ya me gustaría en este caso.

Me encantó la novela de Giralt, me parece una de las mejores entre las que se han publicado este año y me alegro de que vaya por un par de ediciones, de que haya recibido buenas críticas y de que a los lectores les guste. Yo lo pasé bien y mal leyéndola, me dio envidia Giralt como escritor y a la vez me alegré de no haber escrito algo parecido.

¿Por qué me costaba tanto redactar esta reseña? Creo que es porque Tiempo de vida es literatura buena y además, lo más importante, de verdad. Y cada vez que me ponía a escribir me daba la sensación de que lo que yo conseguía decir sobre ella era mentira.

Cuando leí la novela sentí pudor en algunos momentos. Pudor, no vergüenza. Me sentí violento como lector y como escritor, pero mucho más, me sentí violento como hijo. ¿Sería capaz de juzgar a mi padre como Giralt hace con el suyo? ¿Sería capaz de escribirlo? ¿Sería capaz de darlo a leer? Creo que no, pero me da envidia cómo lo hace él.

Marcos Giralt destripa la relación con su padre, supongo que sin dejarse nada porque cuenta cosas que pocos se atreverían a confesar: encuentros, desencuentros, pequeñas y grandes mezquindades, cariño, rechazo, amor, incomunicación…

Creo que no hay nombres propios en el libro: el padre pintor, la madre, el abuelo materno escritor, la amiga que conoció en Brasil, la chica de la boca pintada de rojo… No hace falta porque en ningún momento se pierde de vista de qué se está hablando, de la relación entre un padre y un hijo distantes físicamente pero más cercanos de lo que los dos creen sentimentalmente.

Imagino que habría que conocer la versión de los demás personajes de la novela para saber si la relación con su padre era como la cuenta Giralt. La carta que el narrador guarda en la manga desde el principio es esa, será su visión la que permanezca: haced lo que queráis, pensad lo que os parezca, que la verdad que quedará será la mía. De cualquier manera, eso da igual, no es lo acertado de su análisis lo que hay que analizar sino la valentía con la que la hace.

No soy dado a las afirmaciones de este tipo, quizá tenga que ver con la edad, con la inminencia de enfrentarse al mismo momento al que se enfrenta Marcos Giralt, pero creo que es una novela imprescindible.

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