El alcalde de Zalamea, Teatro Pavón de Madrid
Por Carlos Javier González Serrano.
La Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta, desde el 30 de septiembre hasta el 19 de diciembre 2010 en el Pavón de Madrid, El alcalde de Zalamea (Calderón de la Barca), que, junto con La vida es sueño puede presumir de ser la obra más universalmente reconocida de nuestro teatro clásico. Casi ningún otro drama ha sido tan estudiado por la crítica especializada, y a la vez, tan alabado en todo tiempo de manera unánime.
Calderón optó por la confección de personajes dotados de una profunda personalidad, sinceros y, en palabras del director de este montaje (Eduardo Vasco), “asombrosamente apegados a la realidad”. Eduardo explica que “don Pedro elige aquí una forma que transmite una extraordinaria sensación de realidad. Narra una historia de tal potencia, que, aun tomando como eje fundamental el tema tan español del honor, nos sigue conmoviendo, porque comprendemos y compartimos sin obstáculos el drama en su contexto”.
El autor de El alcalde de Zalamea es hombre de su tiempo, pero escribe, sin embargo, para el nuestro. El tema del honor (el “honor del alma, que es cosa de Dios”, dirá a lo largo de la obra Pedro Crespo, interpretado por un magnífico Joaquín Notario), tan candente en la actualidad, inunda cada intervención de todos y cada uno de los personajes.
Y es que, como he apuntado, no se trata del honor de los títulos y las condecoraciones, del honor de lo que representan insignias y doblones; no se habla, así, del principio del “honor caballeresco”, que podríamos decir tiene por fin inmediato hacerse otorgar (normalmente por medio del recurso de la fuerza física), los testimonios exteriores de estimación que, por lo regular, se cree muy difícil adquirir real y efectivamente.
El gran personaje de Pedro Crespo echa por tierra tales aspiraciones de vanagloria, reconociendo tal código caballeresco como extraño a él, bárbaro incluso y desde luego, ridículo. El honor “del alma”, el verdadero honor no puede depositar su fuente en la adquisición de bienes perecederos, de consignas y títulos efímeros, sino que ha de consistir en la presuposición de que respetaremos absolutamente los derechos de cada uno y que, además, jamás emplearemos en ventaja nuestra medios injusto o ilícitos.
Por eso, por la enorme fuerza del personaje de Pedro Crespo, “nada será lo mismo –explica Eduardo Vasco-, después de los cuatro días de agosto en los que [su] familia se ve obligada a convivir con la milicia real”.
Un montaje absolutamente recomendable, en el que habrá momentos para reír y, sobre todo, pensar en la actualidad del contenido de un drama escrito allá por el año 1636…