La red social
Por Daniel García Rodríguez.
Cualquiera que se enfrente a esta nueva ocurrencia de un Hollywood en crisis al saber que las historias de superhéroes no van a durar para siempre, se le pasa en algún momento por la cabeza la duda por cómo habrán conseguido sacar una película de una historia como esta. La respuesta se aclara a los pocos minutos de su comienzo, tan ágil como el resto del metraje. No hay duda que el tándem David Fincher – Aaron Sorkin es garantía de calidad.
El primero aporta un pulso firme, curtido en complicadas historias como aquel Zodiac. Del segundo poco más hay que no se haya dicho ya. Su barita ha vuelto a agitarse dando como resultado sus brillantes personajes y diálogos que consiguen acercar al espectador jergas profanas hasta hacerlas interesantes. Sí, es el mismo que hizo de las historias del backstage de un late-night en Studio 60, o de la también parte trasera de aquella Casa Blanca dirigida por, un espejo en el que se vería reflejada gran parte de la sociedad.
Primera duda resuelta. Pero cuando ya estás cómodo en tu butaca, dispuesto a disfrutar con un cine de calidad como ya sólo se hace cuando se aproximan los premios de principios de año, en algún respiro de la película te da por pensar por cómo acabará todo aquello. No me refiero a la historia, portada de numerosas editoriales hace no tanto. Es más bien un desazón por sopesar que el citado tándem hubiera inclinado su historia hacia el aleccionamiento hollywoodiense, ese que realmente se acaba premiando. Pero ninguna proclama paternalista se acabará colando en mi cabeza.
Desde una distancia de seguridad se nos muestran los hechos desde el glorioso momento que arranca la cinta hasta las consabidas pugnas judiciales. Y es esa primera secuencia la que mejor describe toda la película. Tan sencillo como una chica dejando a su novio. Y la reflexión final es tan demoledora como que estos nuevos usos de la red que nos están subyugando a todos nosotros, hijos de la inmediatez, nos han sido ofrecidos cual manzana envenenada por un puñado de adolescentes, empollones de buena familia, que acabaron litigando por millones de dólares mientras que lo único que querían era echar un polvo.