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Antonio Tabucchi, El tiempo envejece deprisa

Por Juan Carlos Fernández.

El tiempo envejce deprisa, de Antonio Tabucchi.

Que un escritor tan polifacético y consagrado como Antonio Tabucchi recale en el cuento después de cuatro años de silencio es, sin duda, una buena noticia para el género. Se trata, además, de una obra que no se desvía de su anterior producción narrativa. El tiempo envejece deprisa, título carismático y expresivo hasta el hartazgo, es un libro que insiste en explorar sus temas de siempre, los que caracterizan la prosa y el ideario moral de Antonio Tabucchi: el tiempo y el viaje. Por lo tanto, no hablamos, ni mucho menos, de una obra menor, sino de un paso más, de una nueva tentativa por engordar sus obsesiones, esas recurrencias temáticas que van, poco a poco y con sigilo, formalizando el corpus de un escritor de relumbrón, uno de esos autores que quedarán inscritos en el molde gelatinoso de la historia literaria.

Según sus propias palabras, El tiempo envejece deprisa supone un tributo a los Nueve cuentos de Salinger. Es por esta causa que la matemática del libro elija nueve relatos, nueve historias que tienen en común con las de Salinger la descripción del estado de otros tantos países del Este después de su derrumbe ideológico. Si Salinger analizó en sus magníficos relatos la situación de la clase media norteamericana tras la II Guerra Mundial, Tabucchi centra su mira telescópica en la Europa del Este. Países como Alemania, Hungría, Polonia o Rumania son los escenarios por los que transitan los personajes de estos cuentos, ancianos, moribundos o desarraigados que reflejan la añoranza de un mundo y una época más razonable, sin duda un tiempo mejor por el lógico motivo de que por entonces eran mucho más jóvenes. La tristeza es el sentimiento que abunda en el libro, una melancolía que germina sin voluptuosidades desproporcionadas, sin llamar mucho la atención, como si estos personajes y el propio Tabucci aceptaran la derrota y la ruptura del hechizo de aquellos ideales, que en el presente de los relatos (nuestro presente) aparecen ya resquebrajados como la diana de un espejo. Para confirmar el homenaje a Salinger, Tabucchi se inspira en Un día perfecto para el pez plátano, el cuento que todos quisimos escribir y que nunca nos atrevimos a hacerlo, una de esas raras genialidades que dejan el corazón del lector para el arrastre. En el relato Nubes, el de Pisa se imagina una conversación a orillas del mar entre un militar afectado por el uranio empobrecido y una niña pizpireta, otro veterano de otra guerra que está de vuelta de un mundo problemático y se topa inesperadamente con la ingenuidad de esa niña, igual que sucede en la historia de Salinger, aunque si bien la comparativa entre uno y otro cuento es abominable. A Tabucchi le sobran buenas intenciones y le falta esa dosis de maldad perversa que poseía el ingenio de Salinger. Estamos ante un ejercicio que brota del venero de la admiración. Ante el reto de un escritor por emular los resultados de otro escritor al que idolatra.

Ya lo hemos adelantado, como era de esperar, sabiendo del talante nómada de su autor,  El tiempo envejece deprisa es un libro cosmopolita, cuyo propósito es comprimir el contexto europeo y convertirlo en un espacio variadísimo, necesario para evitar la monotonía y ensanchar así su campo de operaciones. Cada uno de los relatos del libro se desarrolla en un país distinto, aunque todos estén trufados por el relámpago de la fugacidad de la vida, por la pérdida de las ilusiones y por el claustrofóbico avance de la trituradora del capitalismo. Son relatos de final abierto a la americana, pero con un estilo minucioso que confluye con el lirismo, historias morales con cierta vocación de fábula y de evidente alcance trascendental. No debemos omitir que Tabucchi es uno de los tantos intelectuales hostigados por la maquinaria fascista de Berlusconi.

Un libro nostálgico como el que reseñamos, una reflexión sobre el paso del tiempo, precisa de unos personajes doloridos, tanto física como moralmente, ancianos, en su mayoría, que han dejado irremediablemente a la espalda sus mejores años y que disfrutan, como pueden, de lo que les resta de vida, arrojados al fango de la soledad, pensando o hablando en alto sobre lo que fue su pasado y su presente ya no es, personajes que se autoengañan y consuelan con la providencial presencia de la belleza y la juventud.

El tiempo envejece deprisa podría haber sido un libro terrible, pero no lo es. Son historias dulces que no empalagan, que no advierten ni aconsejan sino que presentan de una manera sencilla los crueles estragos del tiempo, todo aquello que ya conocemos de su letal y perfecta tramoya y que con demasiada frecuencia olvidamos. Lo olvidamos porque no nos corre prisa. Lo olvidamos porque tenemos prisa. Aunque es indudable que el tiempo envejece deprisa. Palabra de Tabucchi.

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