“Uno de los problemas del escritor es su dificultad para generar discurso”
Por Cristina Consuegra.
Ricardo Menéndez Salmón acaba de publicar La luz es más antigua que el amor (Seix Barral, 2010), un libro incendiario que afianza la ideología de su autor y apuesta por el poder de la palabra, que no escatima en riesgo a la hora de cuestionar, dejando a un lado tendencias editoriales, la situación de la relación obra-autor. Siguiendo el horizonte filosófico de la (ahora) denominada Trilogía del mal (una profunda reflexión sobre la vigencia y condición del ser humano y sus partes, la relación con el Otro, el peso de la tradición en nuestro sistema de valores, la presencia/ausencia de la Belleza, la interpretación e idea de vida), este escritor asturiano ha facturado una novela, con vocación de ensayo, que le ha permitido distanciarse de proclamas generacionales y generar un espacio propio en la tan maltratada narrativa española. La luz es más antigua que el amor es un libro difícil que nos hará sentir privilegiados, por la inteligencia del trato, cómplices de una obra que cuestiona nuestro horizonte de expectativas y que, por lo tanto, configura una nueva forma de hacer literatura, con cierto rumor clásico, basada en la premisa “amarás a la obra más que a ti mismo”, premisa poco conocida en la escena literaria española.
La luz es más antigua que el amor ofrece una historia diacrónica sostenida por las vidas de cuatro protagonistas, uno real y tres ficticios, que comparten una clara admiración por la melancolía y la belleza, personajes que se dejan arrastrar por pasiones cuyo origen se encuentra en los instintos primarios, en el pathos cósmico; personajes verosímiles cuyas vidas se ven interrumpidas, cuestionadas por el sentido de la realidad; existencias que confluyen en el alegato final del escritor Bocanegra, en un futuro que puede ser tan cercano como remoto, quien tras recoger el premio Nobel de literatura, muestra el porqué de la obra que es, en definitiva, el porqué del sufrimiento, sufrimiento que siempre yace al borde de la Belleza.
- 1. Desde que se publicara La luz es más antigua que el amor, diversas reseñas sobre su libro insisten en afirmar que es esta su obra crucial. ¿Tiene, realmente, esa sensación?
No. Sólo considero que es un peldaño más en una trayectoria que creo coherente y en la que cada título se compadece de los anteriores. Me tengo por un autor «de obra» antes que por un autor «de libros».
- 2. Tanto a nivel personal como profesional, ¿cómo ha sido el cambio de registro de los tres libros anteriores, los que componen la denominada Trilogía de mal, al actual?
No he notado ese cambio, quizá porque desde mi punto de vista existe una continuidad bastante mayor que la que los críticos están advirtiendo entre este libro y los anteriores. Si acaso, puedo confesar que esta novela ha sido más placentera de escribir que las anteriores.
3. ¿En qué instante percibe que La luz es más antigua que el amor está adquiriendo forma?
Cuando redacté el capítulo sobre el nacimiento de la vocación de Bocanegra, el escritor que acompaña en su peripecia a los tres pintores. Todo empezó a cobrar sentido en ese instante, mientras recapitulaba un asunto no verídico, pero sí verosímil, de mi relación personal con la literatura.
4. ¿Por qué motivo decide hacer de Mark Rothko, al menos de su idea de él, uno de los protagonistas del libro?
En primer lugar, por una razón subjetiva, de gusto: Rothko es, junto a Egon Schiele, mi pintor predilecto del siglo veinte; en segundo lugar, por una cuestión objetiva: la vida y la muerte de Rothko, su triunfo y tragedia personal, ejemplifican con enorme fuerza el conflicto permanente con el que choca la creación: el conflicto entre deseo y realidad, ambición y fracaso, anhelo y obra.
5. Para que exista la Belleza, ¿debe existir el sufrimiento?
No lo sé. Lo cierto es que no me interesa la Belleza en mayúscula, sino sus encarnaciones, sean vírgenes del Trecento, un caballo salvaje o el Tadzio de La muerte en Venecia. Lo que sí pienso es que, como decía Platón, lo bello (al menos lo bello estético) es difícil y exige tiempo, paciencia y esfuerzo, mucho esfuerzo.
6. En los últimos años parece que la figura del escritor se desvanece, se diluye, entre asuntos que poco tienen que ver con la realidad o la literatura. ¿Cree que el escritor ha perdido cierto compromiso con la realidad, con la sociedad?
Uno de los grandes problemas del escritor hoy es su dificultad para generar discurso. La sociedad demanda opinadores, porque poseer un discurso suele resultar incómodo, y la mayoría de los escritores que ocupan posiciones de privilegio, en prensa o en otros canales de comunicación, me parecen opinadores casi siempre alejados de cuestiones éticas o significativas, en beneficio de mantener su posición de privilegio, en el peor de los casos como las voces de su amo. Extraño enormemente la vieja y desprestigiada figura del intelectual.
7. En el libro se percibe, como pequeños latidos, la tradición que nos hace ser lo que somos en la actualidad. Una tradición que, en su libro, reposa en el pensamiento de Bernhard, Faulkner o Nietzsche, por ejemplo. ¿Cómo percibe esa tradición en otros libros de la narrativa actual?
Hay de todo. Si cito a los dos narradores españoles que más admiro —Chirbes y Vila-Matas— ese influjo es obvio. Me parece difícil leer a Chirbes sin, por ejemplo, pensar en Broch; o leer a Vila-Matas sin, por ejemplo, pensar en Kafka. Pero del mismo modo hay otros autores cuyas tradiciones y genealogías son distintas. Lo importante, en todo caso, no es tanto mostrar de dónde se procede, sino demostrar que ese viaje no se hace en vano.
8. El peso del tiempo irrumpe en su novela como un protagonista más; de hecho, si comparásemos la relevancia de éste en La luz es más antigua que el amor y en la Trilogía del mal, la balanza se inclinaría de forma instantánea hacia el primero. ¿Por qué aparece con tal trascendencia en el último?
Una de las ideas capitales de la novela es la pequeñez del hombre enfrentado a la Naturaleza. Esa pequeñez se percibe con especial intensidad si atendemos a las categorías temporales. El hombre es un instante en el mar del tiempo. Pero otra de las ideas centrales del libro es que, a pesar de los pesares, a pesar de su insignificancia, el hombre posee una capacidad obvia para trascender el tiempo biológico que le toca en suerte. Y esa trascendencia se encierra en la obra de arte. De este conflicto entre lo que somos y lo que podemos, entre nuestra temporalidad biológica y nuestra eternidad creadora, surgen algunas de las páginas decisivas de La luz es más antigua que el amor.
9. ¿Cree que una obra puede llegar a aniquilar a su autor o superarlo?
Una obra puede aniquilar a un autor, bien por la exigencia que le ha supuesto llevarla a término o bien por los resultados que esa obra genera. El fracaso o éxito de una obra pueden llegar a destruir a su creador. También considero, sin embargo, que todo creador, en el momento que entrega una obra a la sociedad de su tiempo, en cierta forma se desprende de ella. No quiero decir que la obra haya dejado de pertenecerle, pero desde el instante en que se hace pública y se democratiza, se convierte en otra cosa, en un bien común.
10. La luz es más antigua que el amor, ¿le ha exigido una mayor tarea como lector frente a sus anteriores novelas?
No. Lo que ha exigido de mí ha sido una atención si cabe mayor al lenguaje. Para mí el libro planteaba un reto evidente: escribir sobre pintura, un arte del que no soy experto, sino sólo espectador, y hacerlo manejando categorías no profesorales, desde un lenguaje ajeno al de los especialistas.
11. En este libro apuesta por la transversalidad de géneros, y no creo que lo haga por tendencia o moda, sino porque encuentra en ella la mejor narración posible. Dicha transversalidad, ¿surge de manera espontánea?
El tema escogido se prestaba a la digresión, al ensayo si se quiere, de modo que esa espontaneidad estaba implícita en el asunto elegido, aunque en el fondo, y por encima de cualquier otra cosa, me gustaría que el lector supiera que La luz es más antigua que el amor es una novela, con todos los calificativos que se le quiera poner (metanovela, novela de ideas, künstlerroman), pero una novela.
RESEÑA DE “LA LUZ ES MÁS ANTIGUA QUE EL AMOR”
Por Guillermo Ortiz. Exorcizar el mal, un tema recurrente en la literatura universal y muy especialmente en la literatura post-Auschwitz. Exorcizar la realidad, de paso. Transformarla en algo nuevo, radicalmente distinto, mediante la pintura o la escritura o el montaje. Si no es posible, como hace Menéndez Salmón, simplemente retratar mal y realidad tal como se perciben, sin edulcorantes, Lisboa temblando en tiempos de filosofía.
Hay en “La luz es más antigua que el amor”, igual que en anteriores obras del autor, una batalla constante contra Leibniz y el principio de razón suficiente, aquel que dice que “nada ocurre sin razón” y que, por consiguiente, vivimos en el mejor de los mundos (lógicamente) posibles. Los personajes de Menéndez Salmón desde luego no lo sienten así. Su relación con el mal –la Inquisición, la peste, el cáncer, la angustia vital, el estalinismo…- es compleja: por un lado, una especie de resignación en el día a día. Acepto el mal como parte de lo que me ha tocado y siguiendo a Nietzsche afirmo: “¿Era esto la vida? Bien, otra vez”. Por otro, una batalla interna que arrasa con todo. La batalla del inconformismo, de inventar salidas, cualquier salida para mitigar el dolor.
La estética, en definitiva.
“La luz es más antigua que el amor” es un tratado de estética como escondite. El creador, el artista como alma solitaria que ilumina el mundo. Su mundo. Digo estética y no ética porque en ninguna parte del libro se advierte que ese nuevo mundo sea algo más que un alivio necesario. La palabra “salvación” no aparece por ningún lado y la verdad es que se agradece porque de mejoradores del mundo ya estamos un poco hartos. Simplemente, es una necesidad, un recurso frente a la desesperación.
El autor nos cuenta cuatro historias distintas pero relacionadas: tres pintores y un escritor. De los tres pintores sabemos que dos son inventados. El escritor se insinúa como real, aunque al lector eso deba resultarle intrascendente. Los cuatro topan con el mal absoluto en algún momento de su vida y lo toleran hasta que estallan, hasta que optan por el suicidio –la influencia de Thomas Bernhard sobre Menéndez Salmón es tal que ni él mismo se preocupa en ocultarla- o la condena en vida. Catarsis.
No es un libro alegre, desde luego, ya se habrán dado cuenta. Sí es tremendamente honesto y su estilo, ligeramente recargado en ocasiones, se hace llevadero precisamente por su falta de impostura y pretenciosidad. Si algo molesta, y hay que decirlo, es el narrador. A veces, se pierde en disquisiciones que ya quedan muy claras en la propia narración y las acciones de los personajes. Del mismo modo, determinadas referencias metaliterarias, incluyendo la que da nombre a la novela, se podrían obviar perfectamente.
Esos momentos en los que te das cuenta de que hay alguien moviendo los hilos y durante un rato chasqueas la lengua, molesto. Luego te olvidas y sigues, gustoso, a lo tuyo.