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De profundis

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

De profundis. Oscar Wilde. Siruela(2010). 208pp. 11,95euros.

Reino Unido. Finales del siglo XIX. En una pequeña celda, Oscar Wilde escribe una carta llena de dolor y sabiduría. Una carta con la que pretende exorcizar la pasión que le ha destruido. Pero la pretensión aviva aún más el fuego y el escritor arde iluminando la noche con una resignación que es pura rabia y pura rebeldía. Su vida, una vida extraordinaria, se ha roto en pedazos, y ahora toca coserla del único modo que él conoce: escribiendo.

La carta tiene como remitente a lord Alfred Douglas. Un hombre cuya vida tiene como sentido odiar a su padre. Un odio profundo que dibuja, indirectamente, el perfil exacto del amor. Así, Wilde le dirá: «El amor se alimenta de la imaginación, que nos hace más sabios que lo que sabemos, mejores que lo que sentimos, más nobles que lo que somos; que nos capacita para ver la vida como un todo; que es lo único que nos permite comprender a los demás en sus relaciones así reales como ideales. Sólo lo bello, y bellamente concebido, alimenta el Amor. Pero el Odio se nutre de cualquier cosa. No hubo copa de champán que bebieras, no hubo plato exquisito que comieras en todos estos años, que no alimentara tu Odio y lo cebara».

Pero el amor, como la justicia, es ciego, y Oscar se empeña en trasformar a un ser que no es de su naturaleza, cometiendo el peor error en el que un amante puede caer: te quiero por lo que quiero que seas y no por lo que eres. Esa tensión impregna cada palabra de la carta y ejemplifica la violencia que el deseo puede llegar a ejercer. Wilde quiere lo que Alfred no es, y Alfred, esto es lo que más le duele a nuestro escritor, exhibe, con chulería, que su manera de ser nunca cambiará.

Pero según avanza la carta y, en paralelo, los días dentro del presidio, Wilde extrae una joya del corazón mismo de su hundimiento: una metafísica del dolor. Detrás del sufrimiento hay un alma, y a través de él, ésta encuentra el sendero que la puede llevar a las entrañas mismas de lo real y, esto es lo importante, a su sentido. Pero lo más interesante de esta metafísica del dolor, es la interpretación, tan personal y lúcida, que Wilde hace de la figura que la preside: Jesucristo. De él sacará la fórmula que dará luz al resto de su vida: «vivir para los demás como objetivo concreto y deliberado no fue su credo. No fue la base de su credo. Cuando dice: “Perdonad a vuestros enemigos”, no lo dice por el bien del enemigo sino por el bien de uno mismo, porque el Amor es más bello que el Odio».

De profundis es el diario de un naufragio. Un naufragio que tiene como causa la soberbia de creer que al otro se le puede cambiar sin que él lo desee. ¿Hay una forma de odio más sofisticada? Y es que amar es abrazar aquello que hemos elegido tal y como es. Aprenderlo es aprender una de las lecciones más sutiles, y útiles, de la vida. ¿Y qué mejor que aprenderlo de la mano de una de las inteligencias más elegantes de la historia?

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