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Polillas en busca de refugio

Por Antonio Ubero.


Título: El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan

Autor: Patricio Pron.

Editorial: Mondadori (2010)

Páginas / Precio: 220 págs. / 18€

Acaba de entrar por la ventana una polilla gordísima. Ha volado directa hacia la lámpara y luego de dar un paseo por la librería, ha desaparecido. Creo que se ha colado por la salida del aire acondicionado, buscando algún lugar umbrío, y volverá cuando se marche la luz. Se le notaba inquieta y apurada. No son estas horas de la tarde el momento más propicio para que una criatura de la noche ande zascandileando por ahí como si tal cosa. Ahora es una presa fácil para cualquiera que, a diferencia de mí, no soporte a los insectos audaces. Pero ha tenido suerte y quizás viva el tiempo que suelen vivir las polillas, si es que no decide emprender otra aventura y comete la insensatez de visitar un lugar menos acogedor. Es el riesgo que salir a campo abierto sin las debidas precauciones; puedes llevarte un disgusto o demostrar pericia y esquivar el fuego cruzado hasta que alcances el refugio. Y allí volverá a ponerse en marcha el contador que marca el momento de iniciar un nuevo episodio en esta permanente huida. Ningún abrigo es perpetuo. Son sencillos parapetos que permiten un respiro, un momento para revisar el hato, ordenar las ideas y diseñar una nueva táctica que permita sobrevivir mientras permaneces expuesto a las circunstancias. Hasta encontrar la siguiente trinchera: para la polilla, la bocana del aire acondicionado; para el escritor, la escritura.

Patricio Pron invita al lector a visitar dieciocho de las trincheras que le sirvieron de protección en sus caprichosos vuelos por Europa. Y al conjunto le ha colocado un título elocuente: ‘El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan’. Esta es quizás la colección de relatos más impresionante que he leído en mucho tiempo. Tendría que obligar a mi memoria a realizar un monumental esfuerzo para reseñar aquí alguna obra que me haya llamado tanto la atención como la que me ocupa, sin contar, claro es, con las elevadas a los altares literarios. Y no me apetece, porque el buen sabor de boca que me ha dejado este trabajo al comprobar con alivio que la literatura tiene remedio, no debe ser alterado por un empeño que obliga a expurgar los recuerdos de toda esa medianía que deleita a la luz y los taquígrafos, pero que sólo me produce decepción.

El escritor argentino ofrece una personal y descarnada perspectiva del comportamiento humano. Sus personajes deambulan por una geografía embelesada (Alemania de una forma más o menos explícita en casi todos los relatos, pero podría ser cualquier otro lugar), buscándose desesperadamente a sí mismos y entre sí. Un campo de batalla incierto bombardeado por la decepción, la esperanza, el miedo, la enfermedad y cuantas pruebas de vida han de enfrentar las criaturas que se debaten entre la realidad y sus expectativas. Y todo narrado con un estilo vigoroso aunque complejo, cargado de esquinas oscuras que, sin embargo, no dificulta jamás la lectura aunque sobrecoja por la crudeza con la que presenta Pron las escenas aparentemente cotidianas, que esconden un autentico torbellino de emociones contenidas unas veces, desatadas otras, pero siempre certeras y expresivas. Unas historias cercanas impregnadas de esa melancolía que surge cuando se observa el pasado desde la distancia impuesta por las circunstancias.

En conjunto, todos los relatos contenidos en este volumen son auténticas gemas talladas por una mano firme que conoce a la perfección los secretos de la literatura, pero brillan con más fulgor si cabe los titulados ‘Es el realismo’, ‘Una de las últimas cosas que me dijo mi padre’, ‘El estatuto particular’ y el que da título a la colección. El primero es una demoledora narración especular del negocio literario a través de las peripecias de dos escritores que se siguen los pasos en París; el segundo presenta la enfermedad como redención, cuando el hijo vuelve a ver al padre estragado por el alzheimer y comprueba que sólo queda aquello que los une cuando el olvido forzado ha diluido todo lo que les separó; con el tercero, que narra la peripecia de un matrimonio que combate el aburrimiento inventando un juego que consiste en viajar por separado a una ciudad sin saber nada el uno del otro y dejar que el azar los reúna, repite el esquema de los dos personajes que se buscan en un laberinto perfecto; y el cuento homónimo es una sencilla y brutal viñeta del descenso a los infiernos de una mujer que sigue siendo niña porque le robaron su infancia, y la busca en las fotografías que echa a otras niñas mientras orinan en la calle. Polillas en busca de un  refugio esquivo.

Muchos hay que hablan del relato como un género demasiado arriesgado para un común de los consumidores (escaso) que prefiere novelas de larga duración a libritos de apenas doscientas páginas que se leen (piensa) en un santiamén. Tanto es así que, si por ensalmo aumentara el número de lectores en España (improbable), ya veo a los suecos de IKEA reforzando las baldas de las estanterías para soportar tanto tocho baldío. Y ante la cínica negación de la evidencia, basta hablar con editores cautelosos, autores atribulados y libreros recelosos para que esa realidad se muscule y luzca palmito.

Por eso, pequeñas obras maestras como las de Pron deberían bastar para que el relato reciba la atención que merece por méritos propios y esta composición literaria se sacuda las sombras que la eclipsan, apareciendo ante el lector como ese bocado exquisito que proporciona placeres mucho más intensos que muchas de esas novelas llenas de nada. A tiempo estamos.

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