+Actual

La huelga es una musa fotogénica

Por Ángel Domingo.

Las movilizaciones de los trabajadores han inspirado al séptimo arte dejando escenas memorables. La convocatoria de paro general en este 29 de septiembre es una buena excusa para repasar algunos títulos que dejan en segundo plano las estadísticas de participación. Desde que los hermanos Lumiere asombraran a los asistentes a una sesión de la parisina Société d’Encouragement à l’Industrie Nacional, en 1895, con La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir (Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir), el cine ha mantenido en su objetivo a los trabajadores desde diferentes perspectivas.

En el inconsciente colectivo ha quedado grabada la matanza de la escalinata de Odessa, uno de los capítulos de El acorazado Potemkin (1925), en la que Eisentein narra en clave propagandística la sublevación de unos marineros hartos de las vejaciones de la oficialidad. El patriarca del cine debutó con Huelga (1924), donde narra la rebelión de los obreros oprimidos en una fábrica zarista.

Fritz Lang, contemporáneo de Eisentein, denuncia, con la obra cumbre del expresionismo, la deshumanización de las fábricas capitalistas. En Metrópolis (1927), el realizador alemán describe una ciudad-estado de un siglo XXI industrialmente draconiano en la que los obreros malviven hacinados en colonias subterráneas mientras las clases dirigentes disfrutan del lujo de las plusvalías en sus rascacielos sobre la superficie. Más allá de su carácter propagandístico, la división de clases y la denuncia de la alienación proletaria, esta joya artística proyecta los ismos que convulsionarían Europa unos años más tarde.

Chaplin ironiza con el tema en Tiempos modernos (1936) cuando su personaje, un metalúrgico agotado por los sistemas de producción en cadena, se encuentra liderando por accidente una manifestación al recoger un inocente trapo rojo del suelo. Anécdota que recuerda a alguno de los episodios de La vida de Brian.

Saltando en el tiempo, Germinal (1993), adaptación de la novela homónima de Emile Zola con Gérard Depardieu en el reparto, denuncia las duras condiciones de trabajo que padecieron los mineros galos.

Y es que los mineros atesoran una apabullante filmografía. Hoy que la Marcha Negra ha completado en León su peregrinación a pie por las cuencas bercianas, puede rescatarse un título español: Pídele cuentas al Rey (1999), dirigida por José Antonio Quirós. En este título, Antonio Resines es Fidel, un minero que recorre andando con su familia la distancia entre Asturias y Madrid para reclamar al monarca que haga cumplir el derecho constitucional a un trabajo digno cuando cierran su pozo.

Un clásico también protagonizado por mineros es ¡Qué verde era mi valle! (1941), de John Ford, drama costumbrista sobre la separación entre un padre acusado de esquirol y sus hijos. El maestro norteamericano firmó otro clásico inmortal en Las uvas de la ira (1940). Basada en el libro de John Steinbeck, nos sumerge en la Gran Depresión en compañía de una familia de jornaleros que recorre California, a bordo de una destartalada camioneta, recolectando cosechas por un poco de comida.

La sal de la tierra (1954) ha sido declarado uno de los filmes más importantes sobre huelgas. Herbert J. Biberman, incluido en la nefasta lista negra del Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy, no sólo denuncia la injusticia laboral sino el machismo. La película muestra la paradoja de unos mineros mexicanos en huelga para reclamar la equiparación de derechos con sus compañeros anglosajones. Ellos mismos acaban, además, enfrentados a la revuelta de sus propias esposas, quienes se niegan a cumplir sus órdenes de quedarse recluidas en casa.

La cara oscura

El cine negro también se ha fijado en el peculiar movimiento sindical norteamericano,  al que ha llegado a vincular en unos cuantos títulos con las organizaciones mafiosas y huelgas de oscuros intereses. En ocasiones, el cine ha servido de ariete contra los movimientos de izquierda.

La serie Los Soprano, que reflejaba esta vinculación, se une a una larga lista de títulos memorables como La ley del silencio (1954). Elia Kazan, acusado de delator, cosechó ocho Oscar con un soberbio guión al que dio vida Marlon Brando, en el papel de un estibador arrepentido y arquetipo del antihéroe. En la retina permanecen Infierno negro, Blue collar, FIST o el biopic de Hoffa (1992) con Jack Nicholson y Danny DeVito.

De trapos sucios también se ocupa Los traidores, en la que, mezclando ficción y documental, Raymundo Gleyzer habla de las traiciones en el movimiento sindical argentino de los años 60 y 70. Este periodista despareció durante los años del terrorismo de Estado.

En Europa, el abanderado sindical es el siempre comprometido Ken Loach. Su cine ha abordado las huelgas mineras de los 80 (Which side are you on), las luchas intestinas entre organizaciones (Tierra y libertad, 1995) o las condiciones de un grupo de trabajadoras de la limpieza (Pan y Rosas, 2000). La cuadrilla (2001) denuncia la privatizaciones de los ferrocarriles ingleses en la década de los 90 mediante despidos voluntarios, flexibilidad laboral, precarización del trabajo y la reducción de costes a cambio del mal menor del aumento de la siniestralidad.

Otro autor implicado socialmente es Fernando León de Aranoa que, en  Los lunes al sol (2002), consigue meter al espectador en la desesperada piel de los parados que orillan las reconversiones industriales. El Santa de Javier Bardem es aquí denunciado por romper una farola durante las movilizaciones contra el cierre de los astilleros.

La cinta blanca (2009), de Michael Haneke, en una de sus subtramas recoge el malestar de los granjeros sometidos al cacique local, que explota con el incendio de un granero.

Vergessene Heldin (Heroína olvidada, 2005), dirigida por Volker Schlíndorff, relata la creación del sindicato Solidarnosc (Solidaridad), en 1980, como consecuencia de la huelga iniciada en protesta por el despido de una empleada de los Astilleros Lenin. En clave de comedia, el italiano Luciano Salce rodó El sindicalista (1972).

El campamento de los 1.500 trabajadores de Sintel, filial de Telefónica, en pleno Paseo de la Castellana durante 187 días (del 29 enero al 3 de agosto de 2001) sirvió de escenario a sendos documentales: 200 Km. y El efecto Iguazú. En este género también conviene destacar Harlan County USA y American Dream, de Barbara Kopple.

Muchos títulos para infinidad de causas. La huelga es una musa fotogénica.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *