Conducta solidaria
Por Michel Alpízar.
Hace algunos días en una reunión, no de amigos precisamente, escuchaba y observaba a la masa “revuelta” comentarios tales como “yo casi nunca le doy la hora a quien me la pregunta”, “yo tampoco doy las direcciones a ciertas personas desorientadas”. El grupo no sólo le hacía coros de risas, sino que también apostaba con sus anécdotas a ver quién era el menos colaborador de la cuadrilla.
En el coliseum de la vida muchas veces suceden cosas como éstas y también peores, y ante la multitud homogénea no solemos hacer nada o peor aún, nos unimos a estas conductas. ¿Qué le puede haber pasado a estas personas supuestamente civilizadas y educadas? ¿Qué ha pasado con la solidaridad, con la humanidad? ¿Será que las cantidades de demandas en nuestro cotidiano vivir, pueden afectar nuestra calidad en la respuesta?
Cuando vivimos en comunidad se nos facilita superar el espíritu individualista, reforzamos la capacidad de comprensión mutua y la inserción en el contexto social, y es en este mismo espacio privilegiadamente humano donde se hace cada vez más necesario practicar la solidaridad y el civismo.
El civismo es la suma de pequeñas cosas, minúsculas acciones que sumadas son realmente fuertes y poderosas. Hay quien a veces pierde estas oportunidades, creen que no son necesarias con el ritmo de la vida que llevamos, y que un pequeño gesto no cambiará la realidad.
Pensar cívicamente es aprender a darse cuenta de que cualquier pequeño acto, por minúsculo que sea, cualquier gesto de solidaridad y de civismo tienen el valor de una aportación personal y de mejorar la calidad de vida del entorno.
En esta era de la información que vivimos es muy fácil acceder a la noticia de aquí y de allá, a lo que debemos ver y escuchar y a lo que no tanto. Sin embargo este cúmulo de realidades que vemos crudamente a diario genera en ocasiones la indiferencia ante el reiterado espectáculo de las calamidades humanas. Y algunas personas más que solidarizarse se encierran dándole un sentido irreal a la información y un hacer egoísta a su conducta, y es entonces cuando escuchamos la maldita y manida frase “no es mi problema”. No es mi problema, no te doy el asiento; no es mi problema, no te ayudo a cruzar la calle; no es mi problema, yo llegué primero.
Y nos equivocamos nuevamente: el problema del otro, como vivimos en comunidad, es también nuestro problema; si el panadero no va a trabajar porque tiene a su hija enferma, usted probablemente no se coma el pan. Existimos gracias a que coexistimos, a que nos relacionamos con los semejantes.
La persona solidaria comienza a existir cuando no se siente indiferente ante la suerte de los demás. No debemos existir más que coexistiendo.