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‘El retrato de Carlota’ de Ana Alcolea

El retrato de Carlota, de Ana Alcolea. Madrid, Anaya, 2003, Espacio Abierto, 104. 184 pp., 8.30 €.

Por Anabel Sáiz Ripoll.

El retrato de Carlota, de Ana Alcolea es una novela de misterio protagonizada por una joven, Carlota, que va a pasar unas vacaciones con su tía Ángela en Venecia. Ahora bien, la historia adquiere mayor emoción porque la tía Ángela es escritora y vive en un palacete remodelado a orillas del canal. Además, la acción se sitúa en febrero, en plenos carnavales. Ana que es una chica de ciencias, a la que imaginar se le da fatal, pero que, gracias a la magia del lugar y al misterio que planea sobre la muerte de su bisabuela, que también se llamaba Carlota, acaba viviendo una aventura emocionante y, además, encuentra el amor en un joven, Ferrando, quien acude a casa de su tía a tocar el piano.

La novela está llena de elementos recurrentes y, de alguna manera, simbólicos, como puede ser la música, la familia,  las máscaras y los disfraces y, sobre todo, la escritura. Ángela que es bastante excéntrica, se encierra a escribir su última novela en el torreón y el resultado no es otro, ni más ni menos, que El retrato de Carlota, cuyo título alude al retrato de la bisabuela que sufre, al menos, en apariencia, distintas transformaciones, aunque, al final todo puede ser explicado de forma razonable y lógica. Carlota escribe en primera persona la novela, lo cual también es un ejercicio de imaginación interesante porque es como si la propia Ángela, al escribir, hubiera cedido el protagonismo a su sobrina.

Ana Alcolea ofrece un atractivo suplementario en la novela, ya que El retrato de Carlota es, por decirlo de alguna manera, el reflejo de lo que intuíamos y no llegamos a saber en su primera novela, El medallón perdido. Si allí era un joven, Benjamín, el protagonista que vivía un viaje iniciático en Gabón, gracias a su tío Sebastián; aquí descubrimos que la escritora de la que estaba secretamente enamorado Sebastián es Ángela. Es ella quien lleva el medallón con el diente de leopardo colgando de su cuello y es ella quien elabora el jarabe de rosas que tanto gustaba a Sebastián y que causaba extrañeza en Benjamín y también en Carlota. Los dos, sin conocerse, hacen las mismas preguntas, indagan sobre la utilidad del jarabe y la respuesta es también idéntica: transmite belleza.

Ambas novelas pueden leerse por separado, por supuesto, pero es emocionante hacerlo por orden y descubrir los cabos sueltos que aparecen en ambas historias para ir atándolos. Ni Sebastián ni Ángela se han casado y ambos parecen estar unidos por una vieja historia que, de momento, se nos escapa.

Carlota, en definitiva, vive también una especie de viaje iniciático por las calles de Venecia y aprende a observar, a extraer conclusiones, a no juzgar alegremente y sobre todo a valorar los secretos y misterios de la familia. La historia de su bisabuela, la otra Carlota, sin duda merecería también una novela.

El retrato de Carlota está muy bien construido, mantiene un ritmo narrativo ágil y da muchos detalles descriptivos del entorno veneciano, que no cansan ni resultan superfluos puesto que se insertan perfectamente en el relato. Lo estructura en distintos capítulos y va consiguiendo que el suspense llegue a su ritmo más alto casi al final, cuando descubrimos los secretos del retrato de la dama.

Una novela entretenida que incluye detalles de la gastronomía veneciana –así el chocolate veneciano es protagonista de más de una escena-,  de las costumbres de la ciudad –cómo se realizan los entierros, por ejemplo- y cuida mucho los aspectos ambientales, así como los diálogos y el retrato de los personajes.

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