Decir «no»
Por María Antoranz.
Teatro Alfil (Madrid)
Desde el 15 de septiembre
No es la última obra de teatro de Yllana, puesto que ya tiene nuevo montaje, Sensormen, de gira por España. Brokers se estrenó en Madrid hace unos meses en los teatros del Canal y no es su mejor obra, desde luego. Esto no significa que sea mala, ni mucho menos, porque los espectáculos de Yllana llevan ya su inconfundible sello de calidad en el que el espectador puede confiar ciegamente : diversión sana y risa constructiva están aseguradas. Y aquí, no señalaré el modo tan sorprendente en que, esta vez, hacen subir al espectador al escenario, sino en cómo le dejan bajar de nuevo a su asiento. Sólo daré una pista : “Chicas, temblad !!!” Lo que quiero decir es que el tema, en esta racha de “crisis” tan angustiosa, se merecía algo más que una simple parodia. Porque Brokers no llega a ser una sátira del mundo financiero, sino una parodia un pelín más irreverente de lo habitual en un escenario, y poco más.
Claro que, a veces, un poco ya es mucho (parafraseando un viejo eslogan publicitario de brandy Magno) y ya se sabe que no hay nada más represor, en tiempos de deslocalizaciones capitalistas, como el teatro. El espectáculo presenta las ridiculeces de cuatro corredores de bolsa : su temperamento infantil, su adicción al juego, al sexo y a las drogas, su ausencia de ética y de altruismo, su pasión por las nuevas tecnologías (simples, aunque carísimos, gadgets de consumo) y su desaforada afición al lujo. Nada nuevo bajo el sol, es cierto, pero yo creo que Yllana tampoco pretendía ofrecer una nueva tesis acerca de los males del milenio. Como mucho, unos pocos apuntes sobre la globalización (interesante es la presencia de la India) o sobre el desfase latente y flagrante entre viejas y nuevas generaciones, en paralelo con lo que el erudito Javier Ugarte califica de segunda y tercera etapa del capitalismo, cuando la segunda se estructuraba en torno al ahorro (hasta los años 1960) y la tercera lo hace ahora en torno al despilfarro. No, Yllana más bien parte de una constatación de los hechos para mostrar sus propias opiniones al respecto, siempre sin palabras, siempre expresándose a partir de las sensaciones que suscita en el espectador. Con ese estilo tan democrático, diría yo, donde no se afirma nada y sólo se razona. Muy aguda me pareció, de hecho, la forma en que Yllana juega con las reacciones del público que, como bien sabemos quienes vamos al teatro, se ha convertido en un borreguito o en un conejo de Indias que todo se lo traga y todo lo aplaude si se lo piden. En este espectáculo, Yllana, en efecto, nos hace comprender que, a veces, es mejor opinar por cuenta propia y no seguir a la manada aunque los líderes (ya sean brokers, ya sean teatreros) te lo pidan con glamour y aparente sinceridad.
Por último, como apunte personal, destacaré el uso que hacen de la peluca que a mí me pareció genial. Genial porque nos catapulta a aquellos viejos tiempos de monarquías europeas colonizando al resto del globo, y fueron siglos, en que los hombres llevaban pelucas a partir de cierto estatus social, aunque probablemente Yllana alude sólo a la peluca de la justicia. Pero a mí me trasladó al siglo XVIII, a aquel primer siglo de las luces en que los llamados hacendistas eran dueños del mundo y lacayos de los reyes. Y esto, no sé, pero yo casi afirmaría que no ha cambiado. Quizás porque, hasta la fecha, ninguna revolución ha sido capaz aún de “tomar” la Bolsa.