El gran novelista americano
Por Paula Lapido.
Hace nueve años, días antes del 11-S y el atentado de las Torres Gemelas, salió a la venta la tercera novela de un escritor americano relativamente poco conocido, residente en Nueva York. Esta novela se titulaba Las correcciones y hablaba de la historia de la familia Lambert, de la enfermedad de Parkinson que le diagnosticaban al padre, Alfred, y de cómo su esposa Enid y sus tres hijos (Gary, Chip y Denise) se enfrentaban a ella y a sus propias vidas. Dicho así, con esta simplificación, podría parecer que estamos hablando de cualquier telefilme de los que ponen después de comer y que son tan buenos para dormir la siesta (“basado en hechos reales”, el nuevo somnífero), pero nada más lejos de la realidad. Las correcciones adquirió inmediatamente el estatus de Gran Novela Americana, y no precisamente por su longitud (setecientas páginas y pico). Primero en E.E.U.U., luego en el resto del mundo, los críticos y los lectores sucumbieron (sucumbimos). Le concedieron el Premio Nacional de Literatura de Ficción el mismo año 2001, y muchos otros. La revista Time incluyó a la novela entre los 100 mejores libros escritos en inglés de toda la historia.
No fue ni una estrategia de marketing ni un cúmulo de casualidades mezcladas con buena suerte, sino el fruto merecido de un trabajo duro. Las correcciones es un gran libro que nos traslada al mundo de la familia americana, que profundiza en los sentimientos y en la forma que tenemos los seres humanos de gestionar las crisis, con mayor o menor fortuna. En la novela hay dolor, silencios, incomprensión, amor, desamor, esperanza, tantas cosas como en cualquier vida. Hay frases que incomodan y escuecen hasta el hueso, que hurgan en lo miserable que todos llevamos dentro, más allá de la fachada de normalidad burguesa que la sociedad nos impone como idea de lo que significa ser felices.
Justo después de la publicación de Las correcciones, llegaron tiempos oscuros. El atentado del 11-S, la guerra de Irak, los atentados de Madrid y Londres, la guerra de Afganistán. El mundo había cambiado.
Hace pocos días este escritor americano, aún residente en Nueva York pero ya nunca más desconocido, ha publicado una nueva novela, después de nueve años de larga, larguísima espera para aquellos que le admiramos. Esta nueva novela se titula “Freedom” (libertad). De nuevo la familia americana y su entorno: Patty y Walter Berglund, matrimonio ejemplar, vecinos concienciados y amables, entran en crisis. Cambian o, mejor dicho, empiezan a manifestar las insatisfacciones e inseguridades que han llevado dentro durante años. Todo se mueve entre ellos y a su alrededor: es otra radiografía precisa y concienzuda no solo de la familia americana, sino del mundo que les rodea. Un mundo distinto al de Las correcciones en muchos aspectos, una historia en la que su autor nos hace preguntarnos qué significa realmente la palabra “libertad”.
Ahora este novelista americano, un tipo que en las fotos parece sencillo y sereno, que tiene fama de tranquilo y de no estar particularmente interesado en la fama, es de pronto aclamado como el Gran Novelista Americano, igual que otros antes que él (Melville, Faulkner, Salinger, etc.). Pero quedarnos en las mayúsculas no nos explicaría quién es. Quizá nos diría más más saber que era el mejor amigo de David Foster Wallace y que el mismo día de su sepelio empezó a mascar tabaco como hacía DFW, al tiempo que se esforzaba con ahínco por terminar la novela que ahora se ha publicado. También, tal vez, enterarnos que en su día causó un gran revuelo su negativa a aparecer en el “Club del libro” del archifamoso programa de Oprah Winfrey. Su novia, Kathryn Chetkovich, también escritora, nos hizo ver en un espléndido artículo para Granta cómo se sentía al compartir su vida con el Gran Escritor Americano, mientras ella sufría por producir un texto que mereciese la pena. Él no es el novelista experimentador, no es el que busca nuevas formas y estilos con las que asombrarnos. Es el tipo al que le gusta ir a observar pájaros para relajarse y que inutilizó la tarjeta de red de su portátil para no sufrir tentaciones de conectarse a internet mientras escribía. Es el escritor que, cuando se concentra en su trabajo, es capaz de profundizar hasta niveles a cientos de metros “bajo tierra”, para mostrarnos eso de lo que estamos hechos una y otra vez, lo que cambia en nosotros con el mundo y lo que no.
Esta nueva novela ha generado una expectación considerable. Incluso parece ser que Obama ha pedido una copia “de estrangis” antes de que saliera a la venta. Tal vez Oprah se atreva a invitarle de nuevo a su “Club del libro”. Tal vez inventen para él el título de Aún Más Grande Novelista Americano porque el anterior se les quede corto. Tengo la sensación de que todo eso a él le da bastante igual porque lo que le importa está en otro sitio: en las historias, en el ser humano y lo apasionante que es zambullirse en sus miserias y grandezas.
Para quien no lo haya adivinado ya, este gran novelista americano (con mayúsculas o minúsculas, qué importa eso) se llama Jonathan Franzen.