ColumnistasLa literatura hikikomoriNovelaOpinión

Gore el apóstata

Por Eugenia Rico.

Ahora ya sé quién mato a Kennedy, sé cómo amaba Tennesse Williams, no desconozco las penurias de Juliano el Apostata. Después de pasar una semana en Pompeya, desayunando, comiendo y cenando con Gore Vidal, con Muzius su Filosófico asistente y Fabián el ex–marín que guarda sus sueños, la vida me parece un lugar distinto. Gore Vidal cambia de voz y de modales, se interpreta a sí mismo e interpreta a Shakespeare, me da buenos y buenísimos consejos para seguir escribiendo y todo esto sucede a la sombra del reloj de la iglesia de Ravello, donde durante tanto tiempo Eugene Gore Vidal habitó la Villa Rondinaia. como ahora habita el Hotel Carusso y el Hotel Rufolo. Hasta aquí llegó André Gide a lomos de un burrito y aquí he llegado con Gore desde el Gran Teatro de Pompeya. Gore sube y baja la voz, aprieta mi mano y me cuenta sus recuerdos sobre su hermanastra Jacqueline Kennedy, de John Kennedy, de Fellini, de Lilibeth la reina de Inglaterra y de su hermana Margarita que tanto hizo por la Firma. Pero sobre todo hablamos durante horas de literatura, de cómo la antigüedad clásica cambió el mundo, del arte de soñar novelas y escribir sueños y de la cualidad amarga de los despertares.

Después de nuestra quincena en Ravello, donde Bocaccio situa un cuento del Decameron, Gore Vidal partió hacia Praga para ver a su amiga la Condesa. Gore Vidal dice que los que quieren vivir eternamente merecerían ser convertidos en pirámides. Los únicos monumentos a los muertos que los dos aprobamos se escriben con palabras. Nunca podré agradecer bastante a Gore todo lo que me enseño y cómo me lo enseño.

¡Buen viaje Gore Vidal, a ti y al querido Muzius! Hasta muy pronto.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *