Barcelona en la literatura española
Por Johari Gautier Carmona.
Sentada en una costa atractiva, acariciada por los aires europeos y poseída por un constante afán de superación, la ciudad de Barcelona no sólo es el centro de atención de arquitectos, políticos, deportistas y pintores que ven en ella un simbolismo, un reflejo o una sensación. También suscita el interés de escritores que la consideran como un escenario idóneo para sus historias más originales y sorprendentes, sus desvaríos, amores o conflictos. Sin ser la capital del país, la ciudad Condal atrae las miradas de todo el mundo por su riqueza y proyección cultural, sus iniciativas y su patrimonio. A través de seis obras literarias españolas, descubriremos lo que atesora esta ciudad mediterránea y lo que, finalmente, empuja a escribir sobre ella.
En su novela “La claque”, Juan Miñana retrata una ciudad eminentemente burguesa que a punto está de celebrar su primera exposición universal en 1888. El protagonista principal, un francés adinerado empecinado en recuperar un amor imposible, ha creado una compañía de “aplaudidores” profesionales que da vida a las obras teatrales de la localidad y garantiza sus éxitos. En esta novela muy estética, transluce el cosmopolitismo de la ciudad Condal, su refinamiento y preocupación por el buen gusto. Al puerto marítimo llegan a diario cruceros que esparcen sus viajeros por las ramblas y los barrios cercanos al mar. En su cuadro romántico, el autor habla de una ciudad con rostro cambiante que, en las horas menos concurridas, es el escenario de encuentro de trabajadores, recaderos, carros de abastecimiento y criados. Más adelante durante el día, la zona de las ramblas se convierte en un bulevar elegante para el recreo de una clase muy distinta de ciudadanos.
Ese mismo acercamiento entre dos mundos distintos, Eduardo Mendoza lo describe en su novela “La ciudad de los prodigios” pero con una consonancia mucho más conflictiva. En ella se destaca un joven provinciano, Onofre Bouvila, que llega a Barcelona con la firme intención de mejorar su condición económica y remediar a la ausencia de un padre emigrado a Cuba. Ante la dificultad de encontrar un trabajo, el muchacho integra un grupo de anarquistas que difunde sus ideas revolucionarias en las obras de la primera exposición universal. Más allá de los enormes cambios que conoce la ciudad a finales del siglo XIX (con los avances tecnológicos, las divisiones sociales, los ampliaciones urbanísticas…), el autor describe un aspecto interesante de la relación de Barcelona con el resto del país y más precisamente con la capital. La ciudad Condal aparece en una continua y enredada competición con Madrid. De ella depende muchas decisiones y esa misma dependencia sirve también para cubrir ciertos vacíos o incoherencias locales. Así pues, la ambigüedad de las relaciones es a la vez un problema y una solución según el contexto.
Por otro lado, Carmen Laforet relata en su novela “Nada” (premio Nadal de 1945) la precaria situación de la ciudad tras la guerra civil. Andrea, una joven estudiante recién llegada a Barcelona, descubre el aspecto más desolador de la vida ciudadana y un panorama familiar desazonador. Todo rezuma vacío, soledad, angustia y tristeza en la vida de una joven que perderá a duras penas la ilusión de los primeros días. Nada es lo que parece pero todas las apariencias han de preservarse y pocos son los motivos para el regocijo en la urbe que retrata la autora. La ciudad Condal es la imagen del aislamiento que padece España y, en un contexto de estancamiento y de hambre, prevalece la oscuridad de las calles, la tristeza de los pisos, la suciedad, la violencia y el odio que la protagonista sólo logra olvidar en sus horas de estudios en la universidad. A través de “Nada”, Carmen Laforet transforma Barcelona en la viva ilustración del desengaño y marca el inicio del estilo existencialista en la literatura española.
En la famosa novela de Juan Marsé “Ultimas tardes con Teresa”, la ciudad mediterránea vuelve a adoptar una faceta dualista pero, esta vez, desde la perspectiva de la inmigración sureña y la clase burguesa del barrio de San Gervasio en los años 50. El Pijoaparte, un barriobajero de origen murciano, se enamora de Teresa una joven idealista de familia acomodada. Además de la confrontación geográfica que resalta la vida de unos barrios marginados y otros mucho más holgados, cabe destacar la diferencia ideológica que caracteriza a una época de cierto cambio. Teresa es una joven progre que, gracias a la comodidad que le otorga su círculo familiar, se preocupa por cuestiones revolucionarias mientras que el Pijoaparte se interesa exclusivamente en lograr un ascenso económico dictado por su procedencia social. Asimismo, el pragmatismo de los estratos bajos se enfrenta al idealismo de las clases altas en un encuentro que dejará expuestas las contradicciones e hipocresías de cada uno.
Carmen Matutes retrata en su novela “Círculos concéntricos” los últimos años del franquismo y recrea una Barcelona donde conviven la tradición, las creencias arraigadas y una nueva generación de idealistas que quiere romper con los viejos moldes. Ante el deseo y la presión ejercida por su novia para casarse, Evaristo, un joven estudiante, no sabe cómo resolver su situación y, en un momento de separación, conoce a otra mujer más moderna y progresista. La competencia entre las dos mujeres para seducir al indeciso estudiante pone de manifiesto un interesante conflicto entre modernidad y tradición, pero también enfatiza la resurgencia de una nueva feminidad. La obra de Matutes recoge todos los lugares típicos de la ciudad mediterránea, y de todos ellos destaca el bar: un espacio perfecto para la creación y difusión de rumores, encuentros con amistades de toda la vida e intrigantes desconocidos, peleas y discusiones o simples partidas de dominó y naipes.
Por fin, el dualismo barcelonés entre clases sociales también se acapara del escenario en la novela “Los mares del Sur” de Manuel Vázquez Montalbán pero en un contexto de transición democrática (a finales de los años setenta). Con el estilo que le caracteriza, el detective Pepe Carvalho investiga la muerte de Stuart Pedrell después de que su cuerpo haya sido descubierto en Barcelona cuando, supuestamente, debía encontrarse de viaje a la otra punta del mundo. La obsesión que alimentaba el asesinado por alejarse de la civilización es en realidad elocuente de una frustración de una parte de la clase alta y su necesidad de buscar el paraíso fuera de los límites impuestos por la sociedad materialista. La ciudad Condal se convierte en esta última novela en un escaparate del capitalismo salvaje en el que chocan las clases trabajadoras y las otras más pudientes. Nada es perfecto en una sociedad carcomida por la corrupción, la insolidaridad y la miseria moral.
En cada una de estas obras, Barcelona aparece como una ciudad de mucho prestigio y compleja, que brilla por los conflictos sociales que aúna. Como otras grandes capitales europeas, es una urbe refinada y elegante, monumental y romántica, que busca la excelencia, trata de reinventarse, venderse y mostrar un rostro agradable. En ese marco se inscribe la organización de las dos exposiciones universales y, más recientemente, los juegos olímpicos y el Forum de las culturas. Esta ambición y búsqueda de prestigio son a menudo tildadas de un regionalismo que choca con otras autonomías y en particular con la capital, Madrid, pero, simplemente, son las marcas de identidad de una de las mayores urbes del litoral mediterráneo que aspira a tener y preservar un notable protagonismo en el escenario internacional. Es indudable que todos los sentimientos, las emociones y los hechos históricos que la literatura trata de eternizar adoptan una consonancia más memorable y palpable cuando son descritas en el contexto de una ciudad como Barcelona. De ahí, surgen los conflictos sociales que Marsé, Montalván, Mendoza, Miñana o Carmen Matutes mencionan en sus obras. También es la puerta abierta para un existencialismo como el de Carmen Laforet puesto que la ciudad Condal también puede ser la causa de los mayores desengaños y desilusiones. En definitiva, Barcelona es un escenario ideal para la expresión literaria, el perfecto reflejo de una constante renovación y el claro semblante de una modernidad que abraza lo mejor y lo peor de la humanidad.