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Identidad y modernidad

Por Patricia Torre Dusmet

Rafael Ferrer

Museo del Barrio. New York

Del 8 de junio al 22 de agosto de 2010.

La exposición que se nos presenta en el Museo del Barrio, cuya misión pasa por la presentación y la conservación del arte y la cultura de los latinoamericanos afincados en Estados Unidos, es muy recomendable para aquellos, que como en mi caso, desconozcan la obra del artista puertorriqueño Rafael Ferrer.

La exposición se presenta como una gran retrospectiva que examina la producción creativa del artista (desde una visión temática y de contenido) a lo largo de sus últimos cincuenta y cinco años. Durante este tiempo Ferrer conoció el espíritu surrealista a partir de la presencia de artistas europeos exiliados en el Caribe (entre ellos su maestro: Eugenio Fernández Granell)  y sus viajes por Europa.

Si algunos pensaban encontrar monumentales cuadros coloristas agolpados en la pared a modo de un festivo y animado tapiz, cambien de idea porque lo que nos muestra en esta exposición es bien distinto, más cercano a los ensamblajes escultóricos de Duchamp, la complejidad del arte conceptual, que en momentos puede tornarse surrealista, o el arte de la instalación a partir de materiales efímeros. En definitiva, más cercano a aquello a lo que la modernidad nos tiene acostumbrados pero desde un prisma diferente, que convierte a las obras de Rafael Ferrer en un interesante medio de diálogo entre la identidad nativa del propio artista y su deseo por expandirse como artista internacional.

El artista no abandona en ningún momento su mirada socio-política y el lenguaje alusivo poético, con el que confiere a sus obas el equilibrio entre perspectiva caribeña y arte de vanguardia (surrealismo, constructivismo, expresionismo, etc.). Sus obras presentan así mismo, un personal código de creación basado en dos elementos clave: la repetición de elementos, ya se trate de pizarras en línea o bolsas de papel colgadas a modo de máscaras de la pared. Y el uso de las palabras, desde frases tomadas de la literatura española, meros clichés verbales o  diálogos absurdos.

En 1985 el artista cambia su mundo y su estilo para aislarse e instalarse en la costa norte de la República Dominicana, donde modifica su estilo y temática creando monumentales óleos expresionistas que nos hablan de la vida en las colonias desde el sentido de la soledad, que imbuye a los personajes de una extraña oscuridad chamanista. Esta nueva temática no sólo le conduce a ser incluido junto al colectivo de pintores autóctonos  denominando Nueva Imagen, sino a recibir por parte de la crítica el calificativo erróneo de “pintura primitiva”. Por ello no es de extrañar su salida de la República Dominicana y la ruptura con el mundo que le había preocupado durante una década: las colonias. Como tampoco es de extrañar su reencuentro con el modernismo del siglo XX  a partir del cual continúa expandiendo su vocabulario y lenguaje personal en su obra reciente.

 

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