Cuentos crudos
Cuentos crudos de Ricardo Gómez. Madrid, Ediciones SM, 2009. (Gran Angular, 278). 128 pp., 8.25 €.
Por Anabel Sáiz Ripoll.
Ricardo Gómez, con una mirada lúcida y sensible, nos ofrece en Cuentos crudos, nueve relatos cargados de humanidad y de denuncia social, aunque no exentos de esperanza. Con una fina y sutil ironía, Ricardo Gómez repasa algunos de los aspectos más negativos e hirientes de nuestra sociedad. Cada uno de estos cuentos, con seguridad, merecería un tratamiento mayor y podría convertirse en una novela porque los personajes que se asoman a las páginas de Cuentos crudos nos dejan una honda huella de humanidad. Cada uno de los relatos ha surgido de alguna anécdota o vivencia personal del autor. De su observación y especial percepción de la realidad surgen frescos admirables que nos conmueven porque narran situaciones difíciles, espeluznantes a veces, pero de una manera cotidiana, como su fuera lo más natural del mundo vivir situaciones límite e, incluso, degradantes.
Acaso, gracias a esta manera de plantear los conflictos, el lector se siente más cercano a los mismos y los vive con mayor intensidad puesto que los protagonistas no son grandes héroes ni personas que hacen nada fuera de lo normal, sino seres que viven su vida como les ha tocado vivir y que, pese a las dificultades, se levantan cada día con un objetivo qué cumplir.
Son relatos distintos entre sí en la forma y en la construcción, muy cuidados en la estructura puesto que presentan los hechos de forma realista, pero casi, podríamos decir, dentro del realismo mágico en donde todo tiene otra dimensión y las cosas se distorsionan, pero la vida sigue su fluir sin prisa, pero sin pausa.
“El perro de Goya en Beirut” es una pieza hermosa, un ejemplo de narración preciso, que trabaja el tiempo de una manera casi agobiante y que escoge como hilo conductor al perro de Goya, ese perro enterrado en la arena quien, ahora en Beirut, ha encontrado el objetivo de su vida.
“El hombre que abrió camino al mar” nos habla de las condiciones de vida tan difíciles que han de vivir los saharauis, en una tierra que no es la suya, con unos problemas a los que la sociedad parece haber vuelto la espalda y que Ricardo Gómez conoce tan bien. La metáfora del mar es un elemento recurrente en el relato y lleno de fuerza poética.
“El cartero de Bagdad” nos parece uno de los cuentos más hondos y perfectos, que narra la vida complicada de un cartero en el Bagdad ocupado y lleno de controles policiales que hacen difícil la tarea de repartir la correspondencia y, pese a todo, el cartero se acuesta cada noche con la sensación de ser feliz.
“La ofrenda del señor Man” plantea otra historia humana y conmovedora, de una familia que va a hacer unas ofrendas y que, en apariencia, es algo normal, solo que en este caso el señor Man apenas sabe conducir y lo pasa mal en el trayecto. No obstante, el final, que alude a las minas antipersona, es lo más efectivo de todo el relato y el elemento que nos deja más expuestos a los sentimientos y a la vulnerabilidad porque, al fin, entendemos, alguna de las obsesiones del señor Man y sabemos de su grandeza.
“El primer libro de la selva” narra una historia doble, por un lado, los humanos, por el otro, una leona y sus cachorros; ambos unidos por el hambre y ambos entrelazados por un destino cruel, pero preciso.
“Mamá, cómprame un cocodrilo” es el cuento más irónico y sarcástico de todos. Ricardo Gómez se traslada a nuestra sociedad y escribe una especie de parodia alegórica de lo que son las necesidades superfluas y cómo se transmite su dependencia.
“Cuento de Navidad de Julito Fierro” pone, en la mesa de Navidad, a un borracho y ladrón vestido de Papa Noel. Vale la pena leer cómo ha llegado hasta esa situación. El retrato psicológico de Julito es admirable.
Los dos cuentos que quedan son más abstractos, por así decirlos, pero también intensos. “Columbita y Tantalita” alude a la creación del tiempo, al origen de nuestro mundo y a todas las tensiones que se vivieron entre los distintos elementos. Y “El fantasma del capitán Cook” es un relato mordaz y satírico en el que, en primera persona, el fantasma del capitán Cook presenta cómo es la vida de un fantasma a alguien que, a juzgar por el final, fue en vida una persona influyente, aunque de poco le sirvió.
En definitiva, gracias a Cuentos crudos, un puñado de personajes anónimos dejan, por un momento, su devenir silencioso y comparten con el lector sus sueños e ilusiones que, en definitiva, son las mismas.
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