Lessons in folk
Algunos aficionados al folk a menudo justifican su pasión por esta música con argumentos de base racial y patriótica, y apelan a adjetivos como puro o genuino para calificar lo que, en esencia, no es más que la representación de la comunión entre la tierra y sus gentes. Estos lazos emocionales se fundamentan en la utilización de elementos –en este caso, instrumentos y melodías- fácilmente identificables con tal o cual lugar o con tal o cual época.
Dicho esto, cabría pensar que el mundo folk es algo monolítico, inamovible y, como algunos piensan, aburrido. No obstante, hace ya tiempo que gozamos de buenos ejemplos en los que la música tradicional es la masa con la que hacer nuevas y distintas piezas de repostería. Por algo, ya casi nadie habla de música folk y nos hemos instalado cómodamente en otro anglicismo, que es eso que llaman world music.
Dentro de la inabarcable programación de los diferentes festivales que se dan cita en Edimburgo en agosto, tuvimos la ocasión de asistir en el Queen’s Hall a tres espectáculos que son una buena muestra de cómo pasado, presente y futuro se dan la mano y fluyen como distintas corrientes hacia un mismo río.
Battlefield Band llevan siendo los guerreros de la Scottish music desde hace más de 40 años, y son dueños de un inconfundible estilo tanto en las adaptaciones de la música tradicional como en sus propias creaciones, a pesar de los inevitables cambios que en ese periodo de tiempo ha ido sufriendo la formación. Todavía se mantiene fresco en el escenario Alan Reid, aunque ya ha anunciado su adiós definitivo a la banda para finales de año, dejándola ya huérfana de miembros fundadores. El repertorio escogido para la actuación se basó, casi íntegramente, en la presentación de los temas de su último disco Zama, Zama…Try Your Luck, un proyecto que empezó siendo una indagación casi conceptual alrededor del oro y acabó, en plena crisis financiera mundial, denunciando todos los desastres a los que la avaricia y la explotación nos han llevado. El escenario vibró especialmente cuando los violines de Ewen Henderson y Alastair White se retaban para encender el escenario y a poco se sumaban Reid al teclado, Sean O’Donnell a la guitarra y, sobre todo, Mike Katz a la gaita, demostrando que la mala prensa que este instrumento tiene en nuestro país, por parecer pesado y estridente, no es más que un prejuicio por parte del público y, quién sabe si, una falta de imaginación y riesgo de los músicos patrios. Los asistentes a la cita, probablemente un buen puñado de fieles seguidores de una media de edad ya respetable, pudieron disfrutar del sonido celta más tradicional y constatar, al mismo tiempo, que la marca Battlefield tiene cuerda para rato.
La actuación de Capercaillie nos dejó algo más fríos de lo esperado. Al contrario que Battlefield Band, en su segunda actuación dentro en la ciudad, el grupo fundado por Donald Shaw en 1984 apostó por un repertorio más intimista que alternaba piezas instrumentales tradicionales y tranquilas baladas cantadas en gaélico por Karen Matheson, una de las voces más reputadas de la música tradicional escocesa, a quien no ayudó la estática puesta en escena de los otros siete músicos cómodamente sentados en sus sillas, cosa que no pareció importar demasiado al público que, entregado, aplaudió a rabiar todos y cada uno de los números. Músicos que, por otra parte, cumplieron con creces en su intento de mostrar su dominio de instrumentos tan esenciales en la música celta como la gaita, el whistle, el violín o el acordeón. Capercaillie definió con su actuación el presente de la música celta, no lo diré por su vertiente más comercial, pero sí por el tipo de propuesta que, digamos, tiene más probabilidades de llegar a un mayor número de gente. Aunque intuimos cierta reiteración en sus temas, la banda escocesa no deja de plantear una propuesta sólida y fundamentada, un referente mundial indiscutible en el universo del folk de raíces celtas.
Y al final llegó el futuro. Si hablamos de propuestas arriesgadas, ¿qué les parece un grupo de cámara que se ha atrevido con obras de Copland y Barber, que ha adaptado música de Edith Piaf, Kurt Weill, Astor Piazzola, Frank Zappa, King Crimson o Goldfrapp? ¿Una orquesta de cámara para tocar jazz, tango o música electrónica? ¿Y si les digo que en su actuación en Edimburgo se presentaron además con un piano, una gaita, un bajo eléctrico, una batería y percusiones varias? Probablemente ya no estemos hablando de folk, ni siquiera de world music: quítenle lo de world. Con una discreta asistencia de público –ellos se lo pierden- Mr McFall’s Chamber presentó su propuesta actual, plasmada en el CD Birds and Beasts, un viaje a través de la música de Martyn Bennet y Frasier Fifield. El primero de ellos, compositor escocés aunque canadiense de nacimiento, se caracterizó en su corta vida –murió a los 34 años- por experimentar con los sonidos más actuales y la introducción de nuevas tecnologías desde su formación clásica. El segundo, un compositor multiinstrumentista contemporáneo indagador e innovador con los sonidos del folclore más variado. Precisamente Fifield fue parte integrante de la formación que se presentó en Edimburgo. Aunque Mr McFall’s Chamber son básicamente intérpretes y no están directamente relacionados con la música folk, sí representan el más serio intento de globalizar la música y despojarla de prejuicios y de tabúes, pasando por el tamiz de una orquesta de cámara poco convencional tanto a grandes compositores de la música contemporánea como a iconos reconocibles de la música popular del siglo XX y XXI.
Personalmente, me cuesta creer que este tipo de propuestas no tengan cabida en las programaciones culturales de las entidades de nuestro país y, me pregunto quién le pondrá el cascabel al gato y se atreverá a hacer algo parecido para revitalizar nuestro folclore, situándolo en el presente con unas expectativas de público similares. Seguiremos esperando…