Carlos Iglesias: la ductilidad
Por Luis Muñoz Díez / Fotografías de Pablo Álvarez
Siento curiosidad por saber cómo va a ser el Cine en un futuro no lejano ¿Se distribuirán las películas por Internet? ¿Los estrenos, con directores y actores, se realizaran a través de videoconferencias? Yo creo inquebrantablemente que no, siempre existirán las salas de proyección, aunque sólo acudan a ellas un público minoritario. La magia de la sala no se puede perder y no se perderá.
Al director de esta sección, Rubén Sanchez-Trigos, le propuse hacer una serie de entrevistas con el fin de tomar el pulso a todos los sectores del Cine: productores, directores, actores, equipo técnico y artístico. Quizá con la única idea de quedarme tranquilo y poder escuchar un “Luis, calma, siempre habrá salas de cine”.
Pablo Álvarez, nuestro fotógrafo, sugirió el nombre de Carlos Iglesias. Yo lo calibré y el candidato tenía todas las cualidades para ser un entrevistado óptimo –su entrevista se publicará en Culturamas coincidiendo con el estreno de su segunda película “Ispansi”-.
Carlos Iglesias, al margen de ser un buen actor y el director de una obra muy personal, ha vivido una peripecia humana rica e interesante. Nacido en Madrid a los cinco años se traslada a Suiza por causas de la emigración económica. Allí se integra perfectamente y su verdadero exilio comienza al volver a España con trece años. Historia que recrea en su premiada película “Un franco catorce pesetas”. Pero antes de que llegaran los premios, este director tuvo su particular viaje a Ítaca. Todo comienza con un Carlos Iglesias que decide ser actor e ingresa en la RESAD donde le enseñan Historia del Teatro, a declamar y a estar preparado para cuando tenga que recitar a los clásicos. Una enseñanza sólida y de calidad, todo un ejercicio de recreación artística que choca frontalmente con la realidad. Cuando sale de la escuela se encuentra con una industria que hace otra valoración totalmente diferente y demanda otro tipo de perfil.
“Si levantas castillos en el aire tu trabajo no tiene porque ser en vano, ahí es donde tenían que estar. Pon los cimientos”, dice una sabia voz anónima, y Carlos Iglesias tuvo que poner cimientos desde abajo, en la televisión, en programas de entretenimiento con la interpretación de los “prototipos” cómicos que no solían llevar al actor mas allá de un empalagoso encasillamiento y quedar ahogados en la profundidad de su charco. Pero esto no le ocurrió a Carlos y en vez de ser un contratiempo fue un antídoto contra el paro. El actor tenía estrella y se hizo famoso en un personaje que caló en el gran público llamado “Pepélu”, pero eso sólo era una cimentación que iba a ayudar y no su castillo. Hizo teatro de calidad y el éxito popular le llegó con un personaje de carne y hueso llamado «Benito» en “Manos a la obra”, una serie de éxito que lo convirtió en una cara tan familiar que quien se lo topaba por la calle creía que lo conocía de andar por el barrio sin asociarlo a televisión. Luego vino su Sancho Panza, su nominación al Goya y así fue creciendo. La necesidad de contar su historia de niño emigrante le colocó tras la cámara sin renunciar a estar delante. Todo un reto coronado por el éxito. Logro levantar las murallas del castillo.
Ahora está con la posproducción de “Ispansi”, una historia sobre otra emigración más cruel y forzosa, la que sufrieron los niños que fueron enviados a Rusia durante la Guerra Civil, al contrario de los que salieron para otros países, estos no regresaron en el 53, fueron peloteados de Franco a Stalin, eran españoles, pero educados en el sistema comunista y ya encajaban más allí que aquí. A esta película le auguro éxito y, seguro, será la almena del castillo.
La de Carlos Iglesias es una historia de ductilidades, como la que va a tener que recorrer el cine para conseguir una saludable supervivencia. Porque el cine supervivirá y saldrá fortalecido. Estoy seguro, y aquí echo mano de don Antonio Machado, “Tras el vivir y el soñar está lo más difícil: despertar”.