Los 12 Trabajos de Hércules, de Miguel Calatayud.
Hagan la siguiente prueba. Piensen en un cómic, el último que les haya gustado, y traten de resumir su argumento. No es muy difícil, ¿verdad? Sobre todo si tienen la lectura fresca. Pues bien, ahora intenten hacer lo mismo con sus imágenes. Seguro que han sabido apreciar el dibujo tan bien como el guión, así que ¿serían capaces de describir con el mismo lujo de detalles las viñetas más memorables del cómic?
A mí, personalmente, me suele costar horrores. El cómic, no es ninguna novedad, tiene una naturaleza doble: es por un lado narración y, por otro, ilustración; la sucesión incesante de viñetas somete a las imágenes al olvido, y sin embargo, en ocasiones, algunas de ellas se resisten a que el lector pase de página, entreteniendo su mirada más allá del impulso narrativo del relato.
Claro que no son muchos los cómics donde las imágenes tengan tanta fuerza como para que ocurra esto último. Hay magníficos dibujantes cuyos cómics son narración pura: seguro que hay multitud de viñetas impresionantes en Terry y los Piratas, de Milton Caniff, o en el Spiderman de John Romita, pero, por lo que a mí respecta, soy incapaz de recordar ni una sola de ellas. Otros, grandes ilustradores, desdeñan las convenciones narrativas para hacer que sus imágenes salten sobre tus ojos. Gary Panter o Melinda Gebbie son algunos de ellos. (Inciso: podría describir de memoria decenas de viñetas de Lost Girls sin que por ello sea capaz de acordarme de qué demonios trata ese cómic. No es esto, ni mucho menos, una crítica a las habilidades narrativas del señor Moore, sino más bien lo contrario. Las palabras de su guión están inscritas en cada trazo de la genial Melinda).
Todo este preámbulo ha sido una débil excusa para mencionar a Miguel Calatayud y colocarle en un lugar privilegiado, a medio camino entre aquellos dibujantes cuyos relatos transcurren sin que el lector se percate de las costuras que unen las viñetas y esos otros cuyas imágenes se le quedan a uno grabadas a fuego en el córtex cerebral. Edicions de Ponent ha reeditado recientemente Los 12 Trabajos de Hércules, una de las series que Calatayud creó para la difunta revista Trinca allá por los setenta. Quizá, al abrir el álbum, el lector que solo conozca el trabajo que Calatayud ha hecho en las últimas décadas (pienso en mí, que únicamente he leído El Pie Frito, un delicioso libro en el que imita el estilo de las aucas valencianas), quede sorprendido al comprobar que las peripecias de Hércules están plasmadas en un estilo pop psicodélico muy reminiscente del Yellow Submarine o de los carteles que hacía Iván Zulueta en la época de Un, Dos, Tres al Escondite Inglés.
Falsa sorpresa. No es que Calatayud se estuviera apuntando a la moda de aquellos años; o sí, pero de un modo extraordinariamente consecuente: al fin y al cabo, aquellos Beatles en dibujos guardan un parecido estilístico considerable con las figuras de las vasijas griegas. Narices afiladas, rostros compuestos por cuatro trazos, escorzos primitivos, dibujo que es color y contorno puro… La elección estilística de Calatayud no es gratuita; tan solo trata de utilizar el estilo contemporáneo que más tiene en común con aquel otro que le es natural al mito. Solo por esta idea genial Los 12 Trabajos de Hércules ya vale su peso en oro, pues al desvelarnos el parecido que hay estos dos estilos tan lejanos en el tiempo, nos hace recapacitar sobre el uso tan distinto que le dieron; los unos, para reproducir la realidad tal y como se presentaba a sus ojos; los otros, para reproducir la realidad tal y como se presentaba bajo los efectos del LSD. Ironías del arte.
Pero Los 12 Trabajos de Hércules es más que un meta-comentario: sus imágenes son tan difíciles de olvidar como las de Gebbie, Panter y otros grandes del cómic contemplativo. Dudo que se me vayan a ir de la cabeza en mucho tiempo esas aves del Estínfalo de ojos hipnóticos y plumas tan afiladas como sus dientes, o aquel león de Nemea con la melena estriada por venas sanguinolentas, o el abrazo furioso con que Hércules le parte en dos por dentro (una imagen que, mirada durante varios segundos, resulta incluso inquietante contemplar). Después de leer, de mirar, esta obra de Miguel Calatayud sé que, durante mucho tiempo, las imágenes que guardo del león de Nemea y de las aves del Estínfalo, no serán ya las que pudiera haberme formado por mis lecturas anteriores sobre el mito, sino las que Miguel Calatayud ha creado, del mismo modo que cualquier campo de trigo es el campo de trigo de Terrence Malick en Días de Cielo, o cualquier planta meciéndose bajo el agua de un río es la planta que se mece como la cabellera de una mujer muerta en el río del Solaris de Tarkovsky.
Pues sí, Miguel Calatayud es de esa clase de artista.
Roberto Bartual.
como puedo hacerme con este colis ,yo lo tenia de cuando salio , pero le he perdido y me gustaria tenerl
saludos
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